Por John Acosta
Luz Esther Mendinueta Osorio todavía guarda
la primera factura de las compras que hizo para montar su tienda: es por 300
mil pesos y está fechada el 20 de octubre de 1994. Las realizó con el primer
préstamo que le aprobó la fundación que le
prestaba a personas que, come ella, no tenían acceso a los bancos. Le facilitaron
150 mil pesos. Ramón Torres Marulanda,
su marido, que todavía no acababa de reponerse de la sorpresiva determinación de su mujer,
tuvo que dejar la cadena de oro empeñada en el depósito de víveres para que le
fiaran los 150 mil pesos restantes, mientras la fundación le aprobaba el segundo préstamo a Luz Esther.
Ella había llegado a
Riohacha, capital del
departamento de La Guajira, en 1985 a trabajar en la beneficiencia de la Lotería de La Guajira.
Arrendó una pieza en la casa de la señora Eleodora Toro, tía de Ramón, un muchacho
escuálido que trataba de arrebatarle el pan diario a la vida manejando un taxi
viejo que lo tenía arruinado. Luz Esther, que acababa de terminar su
bachillerato en el Liceo Celedón, de Santa Marta, capital del vecino
departamento del Magdalena, admiró desde un principio la tenacidad con que el joven recién conocido
se obstinaba a seguir adelante contra las adversidades de un carro que mantenía varado.
Se enamoró perdidamente de ese muchacho
tímido, que le entregaba en trozos el alma entera en cada mirada que le
lanzaba. Ella desistió de su idea de estudiar Trabajo Social o Nutrición y
Dietética, las dos carreras que le gustaban entonces, para casarse con el
Ramón de su vida.
Luz Esther quedó sin trabajo y empezó a
darle alimentación a unos vigilantes que vivían arrendados en donde la señora
Eleodora y que pagaban mensualmente. Su esposo seguía obstinado en gastarle al
carro más de lo que ganaba en las carreras fortuitas que hacía por las calles
de Riohacha.
Así nacieron sus tres hijos. Kristhel
Karina y Nellybeth, las niñas, y Miguel René, el varón. Los cinco trataban de acomodarse
en la casa de la tía Eleodora, pero Luz Esther no perdía las esperanzas de
vivir aparte con la familia con que Dios la había premiado: soñaba que vivían en una casa amplia.
Hasta que por uno de esos designios
inexpugnables de la vida, la señora Ana Medrano, amiga de ellos, llegó un día a
la casa a tratar de convencer a Ramón para que integrara con ella un Grupo
Solidario y acceder al programa de la fundación. Ramón, más por miedo al compromiso que
por cualquier otra cosa, inventó miles de excusas para decir que no. Luz
Esther, que había escuchado en silencio la conversación de su esposo con Ana
desde la cocina, su área habitual de trabajo, salió enseguida. "Si Ramón
no quiere, yo sí. Y lo hago por el futuro de mis tres hijos", dijo.
Y se fue hasta las oficinas de la
fundación con sus compañeras del Grupo Solidario. Habló de su negocio de comidas para
vigilantes ocasionales. "Pero lo que yo quiero es montar mi propia
tienda", concluyó, porque en la casa de la tía Eleodora había un
enfriador y dos estantes de madera.
Dos años después de esa visita, Ramón es el más entusiasmado con el
negocio. Hay que verlo bajando cajas y bultos de mercancías para ubicarlos en
los estantes. En el rato en que duró la entrevista para el presente trabajo,
él no paró un instante: iba hasta la mitad de la calle, donde estaba el camión
que trae los alimentos, y se echaba al hombro los paquetes para su negocio,
mientras Luz Esther respondía feliz las preguntas del periodista.
"Gracias a él, que me colabora bastante, he podido afrontar esta responsabilidad",
dice. Claro, el viejo taxi ya no existe.
Y gracias también al préstamo de activo
fijo, la tienda cuenta ahora con armarios metálicos, accesorios para exhibir
productos y otro enfriador. "El negocio nos da para el arriendo y para el
sostenimiento general de la casa", dice Luz Esther. Hace poco se mudaron
de donde la tía Eleodora hacia una casa más grande.
Al principio, el
negocio era una minitienda: La Economía, se llamaba. Y cuando la
fueron a registrarla a la Cámara de Comercio de Riohacha, no aceptaron porque ya existía
otro negocio con ese nombre. Entonces, le colocaron Tienda Kristhel Karina, en honor a la
hija mayor.
Publicado en el periódico Fundicar, número 8,
diciembre de 1996
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte