Por John Acosta
No es un candidato cualquiera. Es un luchador formado en las vicisitudes de la vida, superador incansable de obstáculos, impulsado por su profunda fe en Dios. Tiene las charreteras suficientes para no dejarse amilanar por los obstáculos que esta campaña electoral, dura y llena de bajezas, le ponen para desmoralizarlo y hacer que desista de su intención de llegar al primer cargo de su municipio: logran el efecto contrario, pues lo llenan de más valor y convicción para seguir adelante. Si fuera por miedo a tropezar y caer o ser golpeado por los inmensos peñones que sus adversarios le tiran a diario, no hubiese terminado la primaria, ni comenzado el bachillerato, ni mucho menos terminarlo. Lo logró a pulso limpio en el colegio público de Candelaria, ubicado en el barrio El Carmen, donde se crio a mucho gusto y con mucha honra. Franklin Ortega Julio no sólo se enfrenta a cinco contendores, sino, y sobre todo, a dos o tres capos electoreros que hacen correr caudalosos ríos de dinero para imponer en las elecciones al candidato empeñado, que, una vez en el poder, debe devolver esas cuantiosas sumas de plata “invertida” por su patrocinador millonario.
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Y esa realidad se hace más triste aún, cuando el ganador no invierta los recursos del municipio para el bienestar de su gente, sino en los contratos que le exija su padrino financiero para no únicamente recuperar el dinero “invertido” sino, y sobre todo, obtener las cuantiosas ganancias de su negocio, que es el de ser capo patrocinador de candidatos a la alcaldías de municipios abandonados a su suerte por el estado central; por supuesto, el no generar e implementar proyectos de desarrollo en su comunidad, pauperiza más a la gente, que es lo que le conviene al capo para seguir comprando conciencias necesitadas; es decir, este círculo vicioso de la politiquería favorece doble al gran inversor de candidaturas exitosas: por un lado, obtiene enormes ganancias a través del alcalde que compró y, por otro lado, con ese dinero que se roba, empobrece más a la gente para que se vea obligada a venderle el voto en las próximas elecciones. ¿Cómo se rompe, entonces, esta espiral de desgracia impuesta por la ramplonería de unos vividores de la desgracia de la gente?
Dura tarea tiene Franklin Ortega Julio para defender los intereses de la gente humilde de Candelaria. Y en esas anda, barrio por barrio, corregimiento por corregimiento, casa por casa. Está convencido de que, esta vez, sí se podrá derrotar a los dos o tres capos que están patrocinando candidatos a la Alcaldía de Candelaria en estas elecciones. Tiene con qué hacerlo, ya que es el único que puede mostrar resultados en favor de la comunidad, sin ser alcalde, ni concejal: consecución de exitosos proyectos productivos, como el de gallinas ponedoras; generación de empleos, a través de su credibilidad ante empresarios y honestos funcionarios públicos; gestión y desarrollo de obras de infraestructura, como los 500 metros de placa huella en la vía Leña-Gallegos; además, su lucha constante para defender los intereses campesinos afectados por los sucesivos errores de funcionarios alrededor del embalse del Guájaro y su liderazgo regional y nacional por la reivindicación de los derechos de las comunidades afro.
sin duda alguna el candidato el mejor de los candidatos
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