Por
John Acosta
Lo confieso: al entrar al Súper
Almacén Olímpica (Sao) de la calle 93, ya no nos acordábamos del partido: mi
señora tenía que realizar unas compras urgentes para resolver el asunto
alimentario de la noche que se acercaba y mi amigo Jorge debía adquirir el
equipo electrónico de moda que le ayudara a sobrellevar su soltería renuente.
De modo que cuando Jorge y yo subimos al segundo piso, nos encontramos con la
agradable sorpresa de que los clientes, amontonados frente al televisor,
festejaban alegres el gol del empate que Uniautónoma FC acababa de meterle al Deportes Tolima. Para nosotros, era doble alegría: por un lado, igualaba el combinado
nuestro y, por el otro, lo disfrutaban los compradores de un hipermercado, cuyo
máximo accionista, no solo era dueño del otro equipo de la ciudad, sino que,
además, había puesto en serio riesgo la sede local del conjunto universitario. (Haga click aquí para leer una crítica por la demora en otorgar el aval)
Era el primer partido del
nuevo equipo barranquillero en la primera categoría del fútbol colombiano. A
los cinco minutos de iniciado el primer tiempo, César Amaya había marcado el primer gol
a favor del Tolima. Nosotros veníamos de realizar unas actividades académicas
en Santa Marta, con la ilusión de bajarnos en la Murillo con Circunvalar para
entrar al estadio, pero la lentitud del bus intermunicipal en el que viajábamos,
nos hizo desistir de la idea y resolvimos seguir por toda la Circunvalar hasta
llegar a Sao de la 93.
Todo ese primer tiempo del
juego culminó con varios intentos de Uniautónoma para el gol del empate, pero
no llegó. Cuando subimos por las escaleras eléctricas del Súper Almacén
Olímpica, nos topamos de frente con la alegría desbordante de los clientes casuales
de la familia Char: el equipo local, nuestro equipo, acababa de meter el gol
con que igualaba el encuentro. En la pantalla del televisor, el reloj
electrónico marcaba el minuto 54; es decir, Cristian Fernández infló la red
tolimense a los nueve minutos del segundo tiempo.
Unos cinco o 10 clientes se
retiraron del lugar a otros sitios del hipermercado a continuar con sus compras
sabatinas, satisfechos por el empate. Tres minutos después, tuvieron que regresar a toda prisa, en
compañía de nuevos clientes-espectadores a ver la repetición del gol que
Charles Monsalvo, del Tolima, le acababa de meter a nuestro Uniautónoma y que
había generado un sonoro coro entre los 15 o 20 clientes que se habían quedado
frente al televisor: “¡Errrrdaaaa!”, se escuchó. Los espectadores intermitentes
regresaron a los estantes de su interés, con el rostro compungido por la
derrota parcial del nuevo equipo barranquillero.
Cristian Fernández festeja uno de sus goles |
Cinco minutos más tarde, los
pasillos del segundo piso de Sao se vieron otra vez atiborrados de gente que
corría de nuevo al mismo sitio: Cristian Fernández devolvió otra vez la
tranquilidad de todos en el almacén al meter el segundo gol del empate. Y, de
nuevo, cinco o diez clientes volvían a sus quehaceres con los tres pantalones nuevos
terciados en el antebrazo derecho, el abanico de mesa acunado en el pecho o la
bicicleta de niño en el hombro, pero esta vez con la sonrisa de la tranquilidad
expuesta con orgullo a la vista de los otros.
En el minuto 64, dos minutos
después del empate, un disparo de media distancia puso a ganar a Uniautónoma.
El medio campista barranquillero Jhon Méndez había sido certero y festejaba
ahora su gol. Un señor de bermuda, que arrastraba un carrito de compras y que
había estado perdido entre los laberintos de las neveras, los aires
acondicionados y las lavadoras, miró el marcador en la pantalla del televisor y,
sorprendido, pero feliz, le dijo a su
mujer. “¡Nojoda, y en qué momento metieron esos cuatro goles! Si nosotros
acabamos de pasar por aquí e iba perdiendo Uniautónoma uno a cero”.
Tenía razón. En diez
minutos, los espectadores permanentes y los flotantes habían celebrado tres
goles y sufrido uno. Un hombre canoso y con la cara surcada por las arrugas del
tiempo, que llevaba del brazo a la que parecía ser su esposa, no se sabe si por
caballerosidad o por la necesidad de un punto de sostén, se bajó de las
escaleras eléctricas y se acercó hasta donde estaba el televisor. “¿Quién va
ganando?”, dijo. “Uniautónoma: 3 a 1”, le respondió alguien. Entonces, el
anciano pareció olvidarse de su condición, alzó los abrazos emocionado. “¡Carajo,
qué bien! “, dijo. “Y eso que no querían dejar jugar aquí”, remató y se quedó
para ver el partido hasta el final.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarLo mucho parece poco cuando se desea otro poco (Popular). Este triunfo sabe a gloria por todo lo sucedido, pero llega justo para darle ánimo a este equipo, a esta empresa que cada día ve cómo mejoran las cosas. Pero yo sigo esperando más, no con los brazos abajo, sino colaborando y ansiando que los que están más arriba se contextualicen y sigan pensando luego de lo urgente, en lo verdaderamente Importante: La academia
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