Por John Acosta
Los indígenas miraban los cuadros con incredulidad. No lo podían creer: era imposible que en esos pequeños espacios de un metro cuadrado, cupiese con tanta precisión y belleza su mundo de aridez y sol. Pero, era cierto. Ahí estaba plasmado sobre el papel: la ranchería, la arena, el sol, los chivos, el molino de viento y hasta podía sentirse sobre el rostro el azote constante de la brisa reseca.
Colgados sobre las paredes de la Casa de la Cultura Glicerio Pana, de Uribia, estaban expuestas las pinturas de David Hernández Martínez, un ingeniero químico que una vez salió de su Fonseca natal a estudiar Arquitectura en Barranquilla.
Corría el año 1979 y David estaba cansado de renovar a su grupo de amigos cada seis meses porque siempre ellos salían del pueblo a buscar un mejor futuro en las aulas de una universidad. En Barranquilla vivió en la casa de Mirna Barros, una prima que llevaba mercancía de Maicao. Mientras ella viajaba, David Hernández le cuidaba los hijos. Por esa misma época, un hermano del futuro pintor también estudiaba Arquitectura.
"Y estando allá, en las puertas de la universidad para inscribirme, me dije: no vale la pena que dos hermanos estudiemos la misma vaina", contaría después. Decidió estudiar Ingeniería Química. Barranquilla no era una ciudad nueva para él, provinciano soñador. Había estado antes allá, cuando fue a terminar su bachillerato en la Normal de la capital del Atlántico porque en Fonseca no había sino hasta cuarto de secundaria. Así obtuvo el título de maestro, que más tarde no le serviría para seguir una carrera universitaria. Se vino a trabajar como profesor en una escuela de primaria de su pueblo.
Ya para entonces, en Fonseca habían colocado el quinto y sexto de secundaria. David Hernández no lo pensó dos veces: mientras en las tarde era profesor de primaria, en las mañanas era alumno de bachillerato en el Colegio Nacional. En 1975 se graduó como Bachiller Académico y en una pared de su estudio cuelga todavía la vieja foto en blanco y negro en donde David posó con sus compañeros de curso, luciendo la pinta de la época. En el Nacional de Fonseca, David Hernández Martínez mostró su destreza para las artes manuales: ganó el primer puesto en artesanías y el tercer puesto en carteleras. Además, obtuvo el primer premio en el concurso de cuentos que hicieron en el colegio.
La vida hizo justicia con él: en la Normal de Barranquilla, David había participado en un concurso de pintura y lo descalificaron porque no le creyeron que ese tipo cadavérico que él dibujó a lápices de colores y que tituló "Hambre", había sido hecho por un fonsequero que se dejaba el afro en la cabeza.
El 15 de febrero de 1986, David Hernández ingresó a trabajar en Intercor como ingeniero químico en Control de Calidad al Carbón. Lo que nunca se imaginó fue que terminara casado con la niña que vivía frente a su casa de Fonseca, la misma de la que él había sido entrenador de baloncesto. Pero estaba escrito: sin que ninguno de los dos lo percibiera, el destino se había encargado de hacerles vidas paralelas.
Fueron vecinos de todos los días, se recibieron como profesionales el mismo día, aunque de diferentes carreras, y empezaron a trabajar también el mismo día: él en Puerto Bolívar y ella, Cielo Mar Brugés González, le salió el año rural en Maicao como bacterióloga. Era el año 1991. David Hernández fue trasladado a La Mina al Laboratorio de Carbón. Entonces, decidió venirse de Barranquilla y fijar por siempre su casa en Fonseca, al lado de su esposa. Allá recibió la visita de Limbania, funcionaría del Centro de atención en Bienestar Integral (CABI). "Pedimos el curso de pintura al óleo. Mi Mujer lo hizo en tela. Aprendí a trabajar también en collage", contaría después. Aprendió bien. "Por aquí en la región no hay festival en donde yo no haya hecho exposición", dice.
El último fue el de la Cultura Wayuu, en Uribia. También una fotografía suya fue escogida para ilustrar el mes de septiembre en el Calendario 95 ¡Muy nuestro!, de Intercor. Uno de sus grandes sueños es ver su obra en Mushaisa. "No tanto para vender sino para que vean el trabajo que se hace en el descanso. Porque yo con esto quiero mostrar a la gente que nosotros hemos tomado conciencia y que en los descansos no sólo se bebe", afirma.
Publicado en la revista Intercor 60 días, número 15, enero de 1996
Los indígenas miraban los cuadros con incredulidad. No lo podían creer: era imposible que en esos pequeños espacios de un metro cuadrado, cupiese con tanta precisión y belleza su mundo de aridez y sol. Pero, era cierto. Ahí estaba plasmado sobre el papel: la ranchería, la arena, el sol, los chivos, el molino de viento y hasta podía sentirse sobre el rostro el azote constante de la brisa reseca.
Colgados sobre las paredes de la Casa de la Cultura Glicerio Pana, de Uribia, estaban expuestas las pinturas de David Hernández Martínez, un ingeniero químico que una vez salió de su Fonseca natal a estudiar Arquitectura en Barranquilla.
Corría el año 1979 y David estaba cansado de renovar a su grupo de amigos cada seis meses porque siempre ellos salían del pueblo a buscar un mejor futuro en las aulas de una universidad. En Barranquilla vivió en la casa de Mirna Barros, una prima que llevaba mercancía de Maicao. Mientras ella viajaba, David Hernández le cuidaba los hijos. Por esa misma época, un hermano del futuro pintor también estudiaba Arquitectura.
"Y estando allá, en las puertas de la universidad para inscribirme, me dije: no vale la pena que dos hermanos estudiemos la misma vaina", contaría después. Decidió estudiar Ingeniería Química. Barranquilla no era una ciudad nueva para él, provinciano soñador. Había estado antes allá, cuando fue a terminar su bachillerato en la Normal de la capital del Atlántico porque en Fonseca no había sino hasta cuarto de secundaria. Así obtuvo el título de maestro, que más tarde no le serviría para seguir una carrera universitaria. Se vino a trabajar como profesor en una escuela de primaria de su pueblo.
Ya para entonces, en Fonseca habían colocado el quinto y sexto de secundaria. David Hernández no lo pensó dos veces: mientras en las tarde era profesor de primaria, en las mañanas era alumno de bachillerato en el Colegio Nacional. En 1975 se graduó como Bachiller Académico y en una pared de su estudio cuelga todavía la vieja foto en blanco y negro en donde David posó con sus compañeros de curso, luciendo la pinta de la época. En el Nacional de Fonseca, David Hernández Martínez mostró su destreza para las artes manuales: ganó el primer puesto en artesanías y el tercer puesto en carteleras. Además, obtuvo el primer premio en el concurso de cuentos que hicieron en el colegio.
La vida hizo justicia con él: en la Normal de Barranquilla, David había participado en un concurso de pintura y lo descalificaron porque no le creyeron que ese tipo cadavérico que él dibujó a lápices de colores y que tituló "Hambre", había sido hecho por un fonsequero que se dejaba el afro en la cabeza.
El 15 de febrero de 1986, David Hernández ingresó a trabajar en Intercor como ingeniero químico en Control de Calidad al Carbón. Lo que nunca se imaginó fue que terminara casado con la niña que vivía frente a su casa de Fonseca, la misma de la que él había sido entrenador de baloncesto. Pero estaba escrito: sin que ninguno de los dos lo percibiera, el destino se había encargado de hacerles vidas paralelas.
Fueron vecinos de todos los días, se recibieron como profesionales el mismo día, aunque de diferentes carreras, y empezaron a trabajar también el mismo día: él en Puerto Bolívar y ella, Cielo Mar Brugés González, le salió el año rural en Maicao como bacterióloga. Era el año 1991. David Hernández fue trasladado a La Mina al Laboratorio de Carbón. Entonces, decidió venirse de Barranquilla y fijar por siempre su casa en Fonseca, al lado de su esposa. Allá recibió la visita de Limbania, funcionaría del Centro de atención en Bienestar Integral (CABI). "Pedimos el curso de pintura al óleo. Mi Mujer lo hizo en tela. Aprendí a trabajar también en collage", contaría después. Aprendió bien. "Por aquí en la región no hay festival en donde yo no haya hecho exposición", dice.
El último fue el de la Cultura Wayuu, en Uribia. También una fotografía suya fue escogida para ilustrar el mes de septiembre en el Calendario 95 ¡Muy nuestro!, de Intercor. Uno de sus grandes sueños es ver su obra en Mushaisa. "No tanto para vender sino para que vean el trabajo que se hace en el descanso. Porque yo con esto quiero mostrar a la gente que nosotros hemos tomado conciencia y que en los descansos no sólo se bebe", afirma.
Publicado en la revista Intercor 60 días, número 15, enero de 1996
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