12 nov 2024

La canoa de bahareque llega al puerto de sus amores con la carga ‘pa vendé’

Kelvis Morales saca los pescados de su segunda red
Por John Acosta

La mujer había esperado unos minutitos y dio la vuelta para regresarse con las manos vacías. Al darse cuenta, Kelvis José Morales Aguilar la llamó para que se devolviera. Ella volteó la mirada hacia quien le había hablado, pero no se le notaba una decisión contundente para volver; entonces, el periodista del Semanario La Calle se sintió culpable por la situación y metió su mano para ayudar a convencer a la señora. “Venga, hombe, si, al contrario, su presencia enriquece la crónica porque usted es una cliente efectiva del hombre”, le dijo. Y la mujer se regresó. “¿Cuánto es que va a llevar?”, le preguntó Kelvis José. “Una arroba”, le respondió ella.

Kelvis Morales se bajó de su canoa, que estaba amarrada en la orilla, y fue hasta la de otro colega, también aparcada. Sacó de ahí un peso, cuya base colgante era la mitad de una parrilla metálica que, en sus momentos de gloria, cubrió la hélice de un abanico de piso. Y empezó a echar en ella algunos de los bocachicos apilados en el fondo de su embarcación. Al completar las primeras 16 libras del pedido, fue hasta donde la señora y se las echó en la bolsa plástica que ella traía para ese propósito. Volvió a su canoa para pesarle el resto a su cliente.

Pescador de nacimiento

Kelvis nació en Chimichagua el 11 de junio de 1986, de padre pescador, que había sido criado por un padrastro pescador. De manera que su destino estaba cantado desde que el bebé Kelvis Andrés nadaba feliz en el líquido amniótico del útero de su madre. Y desde que aprendió a caminar, la mamá se lo llevaba temprano, en la mañana, hasta el puerto para que ayudara a Álvaro, su papá, a sacar de la atarraya, envuelta en la canoa, los bocachicos recién pescados en la jornada de la noche que acaba de terminar. Lo mismo que hacía Kelvis con sus hijos, ese amanecer en que la cliente casi se iba sin comprarle la arroba de pescado, que es igual a lo que hizo siempre el padrastro de Álvaro con él, en una secuencia cíclica interminable, pasada de generación en generación. “Toda esa procedencia viene”, le reconoce Kelvis a La Calle

Sale en la tarde hasta la mañana siguiente

Kelvis salió a las tres de la tarde del viernes, en su última jornada de la semana, con los
rayos solares en todo su esplendor. iba, como siempre, a la buena de Dios, deslizándose en su embarcación sobre las aguas de la Ciénaga Grande de Zapatosa. Mientras el viento le alivia un poco la quemazón del sol en su rostro desnudo y en sus brazos al aire libre, no puede evitar trasladarse a la época de su niñez, cuando, a los nueve años, hacía esos mismos recorridos acompañado de su padre.


“Es que, si no pescaba, mamaba rejo”, cuenta su madre esa misma mañana, mientras contribuía a desenredar los pescados de la red. Esa tarde, con el sol casi poniéndose, seguía tirando y sacando la red hasta que, ya al anochecer, llegaría a una de las islas a tratar de dormir entre la zumbadera de zancudos, al tiempo que el trasmallo hacía lo propio entre las raíces de la vegetación acuática. Antes de siete de la mañana, había regresado al puerto de Chimichagua con una buena pesca. Ya su mamá, sus hijos y su compañera sentimental lo esperaban para el quehacer de siempre.

Estudios entre canoa y calle


Hizo su primaria y terminó su bachillerato. “Llegaba del colegio, dejaba los libros y agarraba mi canalete y, de una vez, para el agua”, cuenta orgullosa. La pesca no era el único rebusque en su niñez. “También vendí dulces, arepas, galletas, empanadas. Iba de casa en casa”, dice, mientras pesa otra arroba para otro cliente, esta vez, un hombre. Vende la arroba en 60 mil pesos. Esa jornada hizo 360 mil pesos. No le fue mal. Tampoco anoche porque no llovió, mientras le arrancaba pedazos de sueño a las picadas de zancudos.

Publicada en el Semanario La Calle el 12 de marzo de 2024


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