Por John Acosta
Fotos: El Duende
Dice que tiene 40 años en el oficio, pero, en realidad, son más: José de Jesús Navarro Gil sólo está metiendo lo que lleva de recorrer las calles de Valledupar; sin embargo, las condiciones de su niñez de limitaciones lo obligaron a iniciarse en ese quehacer desde muy temprana edad, allá en El Banco, Magdalena, donde la vieja Emilia Gil había llegado con su recua de hijos a buscar mejor vida. José de Jesús había nacido ocho años atrás en el corregimiento de Juana Sánchez, municipio de Hatillo de Loba, Bolívar. Allá le tocó dejar su inocencia feliz, recordada con la nostalgia de un hombre hecho a pulso, para cambiarla por la dura realidad de su nueva infancia trabajadora.
Su papá, de quien también heredó su nombre, tenía una finca en Juana Sánchez. El pequeño José de Jesús no cambiaba por nada esas gloriosas mañanas en que iba al corral con su totuma para que el viejo le echara la espuma de la leche recién ordeñada. Su máxima responsabilidad de entonces se limitaba a portear: abrir y cerrar el portón que unía el corral de los terneros con el de las vacas para dejar pasar de a uno en uno, cada vez que su viejo, al terminar de ordeñar un animal, le pedía que echara otro hijo. “Fueron bastante los pisones que me mamé tratando de no permitir que salieran todos los terneros al tiempo”, le cuenta ahora a La Calle.
Su inicio como vendedor
Al Banco no llegaron a jugar. A las cuatro de la madrugada se iba para la orilla del río Magdalena a esperar a los pescadores, a quienes la vieja Emilia les compraba por docenas para que sus hijos salieran a venderlos al detal por las calles del pueblo. En las tardes, José de Jesús alternaba los estudios de básica primaria con la venta de bollo limpio y de mazorca, hechos por su madre. Es posible que esta experiencia de vendedor no la incluye porque, ya adolescente, cambió de oficio: se metió a ayudante de chalupa.
También fue soldado
Visitando pueblos ribereños, amarrando y soltando maletas, “mamando buenos aguaceros” (como él mismo cuenta ahora), a José de Jesús le entró la ventolera de irse a pagar el servicio militar: le tocó en la andina población de Ocaña. “Fueron 16 meses y 15 días, viendo hermosas y buenas cachacas”, le dice a La Calle. Regresó a las chalupas para reunir el pasaje y “me vine a la aventura” a Valledupar.
Valledupar: a vender en serio
Lo que ahorró le alcanzó para durar 12 días en el hotel donde se alojó. Tenía 20 años, cuando llegó a la capital del Cesar, en 1985. “Como no me conocían, nadie me daba trabajo”, le cuenta a La Calle. Hasta que por tres días consecutivos vio pasar a un vendedor de buñuelos. Al cuarto día lo siguió hasta el señor que hacía esos deliciosos fritos. “Era el señor Nelson, de Medellín. Tenía como 30 vendedores”, dice. Y revela el secreto de los exitosos buñuelos: maíz molido con buen queso y la doble manteca (una paila de aceite tibio, donde se metían primero; y, luego, se pasaban al segundo caldero, que era el de manteca caliente).
Duró cinco años con el señor Nelson, ganándose el 20% de sus ventas. “Vendía 120 buñuelos, desde las cuatro de la madrugada hasta las siete de la mañana”, recuerda. Salía de Cinco Esquinas hasta el barrio Novalito. “Llegaba hasta cerca a la casa de la mamá del ‘Cocha’ Molina, donde el señor Édgar, que tenía un expendio de carne. Ahí le vendía a sus clientes”, cuenta. A las diez de la mañana regresaba a donde el mismo señor Nelson y salía a vender el pan de queso que el paisa elaboraba. Iba hasta donde quedaba Emdupar, por la Plaza Alfonso López, “y me vendía 60 en un momentico”. En las tardes, salía a vender pastelitos, panochas y pan de bonos que hacía el señor Carlos Toro.
“Me organicé a los 38 años”
A través de las ventas, conoció a la señora Nieves (“En esa época, me decían que ella era la mamá de Farid Ortiz”, dice hoy José de Jesús), quien lo hospedó en su casa. “Yo le descamaba los pescados, le cuidaba unos gallones que ella tenía”, dice. Y, entonces, conoció a Doris Montes, una hermosa antioqueña que le flechó el corazón de una. “Me organicé con ella a los 38 años”, agrega. Juntos, criaron los tres hijos que los enorgullecen: el de 35 años, un emprendedor que tiene un negocio de celulares; una de 22, que es auxiliar de Salud oral; y el de 17, que ya casi finaliza la secundaria.
Y montó su negocio
A José Navarro lo conocen como El Flaco. Él le contó a La Calle que “el señor Carlos Toro tuvo un disgusto con su yerno y se fue de Valledupar”. Al quedarse sin patrón, El Flaco decide, por fin, arriesgarse y montar su propio negocio. Llamó al esposo de su hermana, Edgardo Mulet, que era panadero en El Banco. “Con el cuñado, sacamos, por cuota, un horno en J. Glottmann, y montamos nuestro emprendimiento”, dice, 27 años después: ya cumplió 40 recorriendo las calles de Valledupar, con sus deditos deliciosos y pan de bonos exclusivos. Hace dos paradas: una, frente a la entrada de una universidad privada, ubicada en la Plaza Alfonso López; y la otra, en la plaza de la Gobernación del Cesar.
Publicado en el Semanario La Calle, el lunes 15 de octubre de 2024
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