Por John Acosta
Caminando, otra vez, sin rumbo por las calles de Barranquilla, el joven Luis Antonio Gómez Camargo tomó otras de las drásticas decisiones de su vida, que habría de cambiarle el curso de su destino para siempre. “Me someto a apostarle al truquismo: me metí a brujo”, le confesó al Semanario La Calle, más de 50 años después. Compró un juego de barajas bañada en ferromagnetismo y las abría como un acordeón: cuando la gente veía esas cartas alienadas y suspendidas en el aire, gritaba: “¡Ese man es un brujo!”. Ayudado con su inteligencia natural (“Y con mi parla”, le contó al periódico), empezó a leer la suerte en la mano, en el tabaco, y en la borra del café. “Me formalicé famoso en el barrio Tayrona, de Barranquilla”, le dijo al semanario. Para convencer más a sus potenciales clientes, vestía siempre de camisa negra manga larga.
“Embustero sí he sido, pero siempre me he cuidado de no cogerme lo ajeno; incluso, me convidaban a meter vicios: nunca lo acepté. Lo que me perjudica, no lo dejo pasar. Nunca he estado preso, nunca he tenido nada con la Policía. Y siempre andaba sin papeles. No tengo malos antecedentes. No le debo nada a nadie. Ando feliz”, aclara.
El desprecio de la familia
Luis Antonio Gómez Camargo nació en Barranco de Loba, Bolívar, a 25 minutos de El Banco, Magdalena. “Sufrí mucho de niño, era muy desobediente. No me entró letra”, le dijo a La Calle. Nunca conoció a su papá. Y su mamá, que lo había criado en la casa de sus padres, lo abandonó para irse con un policía. Él tendría unos 7 años y ella, unos 20. El único que sentía que medio lo aguantaba era el abuelo. “Me llevaba a la finca que él tenía en San Pablo para que lo viera trabajar: tirar machete y pala”, dice ahora. Cuando el profesor lo pasó al tablero y él, en vez de de escribir lo que le dictaban, dibujó un burro apareándose con una burra, lo echaron del colegio; entonces, con su mochito de overol, su franela ‘amansa loco’ y sus abarcas ‘tres puntá’ puestos, cogió la maletica con un avión pintado y se fue al puerto del pueblo. “Hasta mi familia me despreciaba”, le dijo a La Calle.
“Yo salí del Alto, yo salí del Alto, yo salí del Alto en La Argelia María”: Alejo DuránEn el puerto estaba que arrancaba la lancha ‘La Argelia María’, la misma que inmortalizó Alejo Durán en la canción Altos del Rosario. Y el pequeño Luis Antonio Gómez Camargo se subió en ella para nunca más volver a Barranco de Loba. Se bajó en El Banco, donde cogió un bus hasta Barranquilla. Como apenas era un niño, el ayudante del bus lo iba a bajar. “Yo ando con el señor”, mintió el niño, mientras señalaba al hombre que estaba sentado al lado; afortunadamente, el pasajero no lo desmintió: “Sí, claro: viaja conmigo”.
En Barranquilla, pasaba las noches durmiendo en cartón sobre el andén de la terminal de Transporte La Costeña, mientras en el día limpiaba los vidrios de los carros. Hasta que una familia se condolió y lo llevaron a vivir con ella a la casa. “Me pusieron como gente: me vistieron bien”, cuenta ahora. Hasta que ya adolescente se aburrió de lavar pantaletas a las mujeres del hogar y regresó a la calle. “Fui gamín un tiempo hasta que se me ocurrió meterme al truquismo”, dice.
También torero y curandero
Con la bonanza de la plata que recibía por sus trabajos (“y con la parla que fui perfeccionando”), se convirtió en mujeriego exitoso. En La Arenosa, la brujería se le puso algo pesada. “Se me derrota la gente”, cuenta; es decir, ante la comunidad, empieza a caer en las mentiras. Entonces, empezó a brujear de pueblo en pueblo. Y siempre pasaba lo mismo: obnubilada por el primer truco, los lugareños gritaban “¡Un brujo, un brujo!”. “Y hacían fila para apartar una cita conmigo, me buscaban”.Entre la intermitencia del descubrimiento que hace la comunidad de cada pueblo de los trucos de El Brujo, como ya conocen a Luis Antonio Gómez Camargo, y la ida hacia otra población a reiniciar su brujería, Gómez Camargo se metía de manteador en las corralejas para ganar dinero y hasta curandero con énfasis en picadura de culebra. Precisamente, en El Tropezón, cerca a Astrea, Cesar, conoció a la madre de sus tres hijos.
Hizo vida en La Nevada
Ya tiene 64 años y más de diez de estar viviendo en La Nevada, separado de la mamá de sus hijos, que ya son grandes. Está residenciado a tres cuadras de la calle sexta de este conocido barrio de Valledupar, donde todos los días, desde hace unos cinco años, se parquea con su carro de jugo a vender el elixir afrodisiaco que todos los mototaxistas llegan a tomar a cada rato. A veces, su joven pareja, una mujer de 34 años (como debería ser para demostrar que su producto es eficaz), llega a visitarlo. Y, desde ahí, contesta el saludo a todo el mundo que lo llama, no por su nombre, sino porque lo que, desde hace tiempo, ha decidido dejar de ser: El Brujo.
Cuento bien rchaoó
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