2 sept 2024

El mecánico de motos que no pasó por Valencia, cogió la sabana y se quedó en Caracolicito

Javier Horta, en su taller

 “Paso por Valencia, cojo la sabana, Caracolicito y, luego, a Fundación”: Rafael Escalona, El Testamento

Por John Acosta

Javier Enrique Horta Ortiz tenía todo en la vida para ser un exitoso campesino de El Copey, su pueblo querido. Estudiaba en la Institución Educativa Agrícola de su municipio, cuando tuvo que salir huyendo con su familia. Había nacido en esa población en 1976 y nunca había salido de ella. En el Agropecuario, como conocen a su colegio en El Copey, aprendía lo básico para cultivar la tierra. Es posible que hubiese terminado trabajando en fincas o parcelas de otros, pero su empuje le hubiera dado para conseguir su propio pedazo de terreno para trabajarlo como Dios manda; sin embargo, a los 15 años de edad, tuvo que abandonar a sus estudios, a su pueblo del alma y la que había sido su casa hasta entonces porque la violencia guerrillera y paramilitar de entonces no escatimaba esfuerzos para arrasar con cualquiera. Y, entonces, sus sueños de compartir para siempre con sus amigos de infancia y de juventud, mientras se tomaban un tinto, compartiendo las mismas añoranzas, con el cabello cenizo por el pasar del tiempo, se esfumaron. Y lo condenaron al destierro, a un mundo desconocido, donde debía iniciar de cero con sus padres y hermanos.

Corría 1991. Y, mientras el país se refrescaba esperanzado en un nuevo y promisorio porvenir, estrenando Constitución, Javier Horta y su familia llegaron a Fundación, en el vecino departamento del Magdalena, a tratar de arañarle al destino una vida, por lo menos, llevadera. Horta Ortiz no volvió a saber de estudios, pues debía ocuparse en ayudar al sostenimiento de su casa. Y él, que lo más adelantado que había manejado hasta entonces era bicicleta prestada por sus amigos en El Copey, empezó a trabajar en el taller El Pistón, allá en el nuevo municipio a donde fue a parar con sus padres y hermanos: pasó de potencial campesino a mecánico automotriz.

De mecánico a soldado

Javier Enrique Horta Ortiz
Ese viaje obligado le despertó un espíritu aventurero que dormía en las profundidades de su ser: cambió el jean y la camiseta engrasados del taller por el impecable uniforme militar del Batallón Cartagena, de Riohacha; de las llaves con que destornillaba tuercas de carros, pasó al fusil con que debía defender los símbolos patrios. Javier Enrique pagó sus 18 meses de servicio en La Guajira. Y, aunque regresó a Fundación con su familia, la disciplina y el compañerismo de la soldadesca le picó su nueva alma de trotamundos. Volvió a trabajar en un taller de mecánica, pero esta vez en el de un compadre suyo. Fue por poco tiempo: pudo más su recién estrenada esencia de viajero y se enroló de nuevo en el Ejército, esta vez como soldado profesional. En ese año de andanza, estuvo en San José del Guaviare, Villarrica, Mitú hasta que decidió volver a Fundación, al taller de su compadre.

Caracolicito, tierra para emprender

En 2007 estaban dadas las condiciones para regresar a la tierra. Javier Enrique Horta Ortiz llegó a El Copey resuelto a montar su taller para poner en práctica el oficio que aprendió en su destierro: mecánico, pero aquí quiso ser más específico: de motos. Lo armó, no en la cabecera municipal, sino en la ruralidad. Caracolicito, un corregimiento cercano, no sólo cultural, sino, además, geográficamente, a El Copey, fue el lugar escogido para iniciar su emprendimiento.

Allí lo visitó el Semanario La Calle. “Abro el taller casi todos los días”, contó con orgullo. “Tengo clientes que vienen de Bella Vista, Chimila, El Guamo, obviamente de El Copey”, agrega. En el día, Javier Enrique puede arreglar de tres a cuatro motos, durante 12 horas de trabajo. Paga 100 mil pesos de arriendo: añora una forma de comprar su propio lote para montar ahí su taller. Vive en El Copey con su señora, en una barrio de invasión, de donde sale en su moto, después de las 5:30 de la mañana, para abrir a las 6:00. Casi siempre, encuentra a Miguel Ángel, su ayudante, esperándolo en el trabajo. Lejos quedaron los planes de ir a caballo hasta la parcela que cultivaría.

Publicado en el Semanario La Calle, el lunes 26 de agosto de 2024

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