2 ago 2024

El Tigre de Las Marías lleva 52 años vendiendo raspao en Casacará

Por John Acosta

El hoy periodista del Semanario La Calle llegó a Casacará, corregimiento de Agustín Codazzi (Cesar), en 1978 y ya Juan Martín Reales Daza era una institución  en el pueblo. Empujando su carrito de madera, ‘Martín Chupa’ (como se le conocía entonces) surcaba los arenales de las calles destapadas, desafiando la intensidad de los rayos del sol tropical con su determinación intacta y su humildad altiva. Se paraba en cada esquina y, con la tapa del cepillo metálico con que raspaba el hielo, golpeaba la base del mismo para producir el sonido concéntrico con el cual sería recordado por siempre. “¡Refréscrese bien!”, repetía en coro a todo pulmón, acompañado por el repique de su instrumento de trabajo. Cuarenta y seis años después, el comunicador de La Calle se lo encontró al frente del cementerio de la población, ‘refrescando bien’ a los asistentes al sepelio de una matrona de Casacará, que había fallecido el día anterior. “Ya llevo 52 años en este oficio”, le dijo con orgullo a La Calle al tiempo que vertía el jarabe marrón de tamarindo sobre el granizado que él acababa de raspar.

Juan Martín Reales Daza llegó a Casacará a los 11 años de edad. “Su papá vino aquí a los catorce. Recuerdo que una vez le dije: ‘yo vine más joven que usted”, le dijo al periodista de La Calle, mientras le echaba leche condensada a otro raspao para otro cliente del velorio. Juan Martín venía con sus padres y sus nueve hermanos de El Paso, Cesar, de donde salieron a rebuscarse la vida. Después de un periplo de supervivencia que los había llevado a pernoctar en La Loma y en Las Palmitas (también en el Cesar), decidieron radicarse en ese corregimiento del vecino Codazzi, atraídos por la fiebre del algodón. Martín Reales le aprendió el oficio a una de sus hermanas, que vendía raspao en un punto fijo, bajo la sombra protectora de un árbol plantado a la orilla de la carretera nacional que atraviesa al pueblo; entonces, construyó su primer carrito de madera y decidió ofrecer el servicio puerta a puerta, a los 18 años de edad. Lo pintó con esmalte de aceite y le puso un letrero en la parte delantera, cuyo mensaje definía muy bien su espíritu: ‘El Luchador’, decía.

A sus 70 años, aún le quedan fuerzas y ganas para continuar luchando en las calles de su pueblo adoptivo. “Una vez su papá me pidió prestado el cepillo para tocarlo como lo hago yo, pero uno de sus dedos quedó encima de la base y se lo golpeó con la tapa”, le contó al comunicador de La Calle, al tiempo que daba el billete enmudecido de dos mil pesos, que eran los vueltos por el pago de dos ‘raspaos’, cancelados con cinco mil pesos. “Cuando empecé este negocio, el raspao costaba 50 centavos”, dijo.

De carrito de madera a triciclo

Sólo ha salido en dos ocasiones de Casacará. Una, huyendo de la violencia guerrillera y paramilitar, que se llevó a varios amigos queridos; en ese entonces, se fue para el vecino municipio de Becerril, Cesar, donde duró dos años. Y la otra, se fue a probar suerte al departamento del Magdalena. “Viví dos años en Sevilla y dos en Varela, ambos en la zona bananera”, cuenta; precisamente, en Sevilla cambió su costumbre de empujar el carrito de madera para vender raspao por un triciclo de segunda que compró en 1998.

Regresó feliz a Casacará con su nuevo instrumento de trabajo. “Ojalá alguien le regalara el paraguas que necesita ese triciclo para que mi papá no se asolee tanto”, dice impotente su única hija, mientras carga a una de las pequeñas nietas de Juan Martín Reales Daza. El veterano vendedor de raspao vive en el hogar de su hija y su esposo (el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio), hasta donde fue La Calle, al día siguiente del sepelio, a tomar las fotos para esta crónica. “Fueron  seis carritos de madera que se me pudrieron en todos estos años”, le dice a La Calle; por supuesto, a todos les ponía el mismo letrero al frente: ‘El Luchador’. “También me gasté 28 cepillos metálicos”, agrega. Ya no los usa: dentro de los instrumentos de trabajo, en el triciclo luce feliz el molino con que tritura el hielo para los raspaos.

“Óyelo roncá por la Serranía, es el tigre de Las María, que anda por Casacará”, dice la famosa canción vallenata que Rafal Escalona le compuso al rico hacendado villanuevero Silvestre Francisco Dangond Daza, abuelo del hoy famoso cantante de este género musical y que tiene el mismo nombre de su antepasado. Juan Martín Reales Daza, el luchador de las calles de Casacará, es un viejo tigre que lleva 52 años ‘refrescando bien’ a la gente de este corregimiento.“Cuando el día es bueno, me puedo hacer 30 o 40 mil pesos; cuando es malo, 15 mil o 20 mil”, le dice a La Calle; obviamente, sepelios de asistencia numerosa, como el de la matrona de esa tarde, son de los mejores para la venta de raspao.

Publicada en el Semanario La Calle, el 29 de julio de 2024

1 comentario:

  1. Bonita crónica, esa es la gente de nuestros pueblos caribeños

    ResponderBorrar

Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte