4 jun 2024

¿Adónde entierran a los pobres en Valledupar?

 

Por John Acosta

“Oye, viejo, yo te voy a atracar”, le dijo el joven, que apenas si había visto de sopetón, entre el claro y oscuro de las 5:30 de la madrugada de aquel 7 de septiembre de 2016. Pensó que era un amigo que le mamaba gallo y se regresó a saludarlo; entonces, el joven sacó el revólver que tenía entre el tanque de gasolina de su moto y su entrepierna. El electricista Héctor Hernández estaba sobre el alto andén , de manera que el disparo le entró por la ingle derecha y le salió por el omóplato: en ese recorrido fatal por su organismo, la bala le comprometió el hígado, el riñón y el pulmón. Duró 47 días entubado, pero el estar al borde de la muerte le hizo tomar conciencia de que si se hubiera ido de este mundo, no hubiesen tenido para darle una cristiana sepultura, pues Valledupar no tiene cementerio público.

Obviamente, eso no fue lo que pensó esa mañanita, cuando fue cayendo lentamente sobre la llanta delantera de la moto de su verdugo. “¿Cómo me matas, si puedo ser tu abuelo?”, alcanzó a increpar al atracador. Héctor Hernández alcanzó a ver dos chicas asomadas en la ventana del frente y gritó: “¡Auxilio!”; entonces, el joven alzó el arma y se echó hacia atrás. Héctor aprovechó ese descuido para clavarle las uñas y le mordió el brazo armado. Sorprendido por la inesperada reacción del casi moribundo viejo y, además, abatido un poco por el dolor del ataque sorpresa, el muchacho soltó el arma. El herido sacó sus últimas fuerzas, tomó el revólver e hizo dos disparos que pegaron en el marco donde estaba el par de jovencitas: se salvaron de milagro. Hizo tres tiros más: pegaron en la pierna derecha, en la izquierda y en una nalga del delincuente, que salió corriendo para caer más adelante. Era la primera vez que Héctor disparaba en su vida.

 Si hubiesen muerto ambos esa mañana de comienzos de septiembre, era difícil saber dónde serían enterrados, ya que la capital del país no tiene cementerio público. Héctor tenía una póliza de vida que le cubría el sepelio, pero se había vencido cuatro años atrás. Apenas salió de la clínica, fue a renovarla, pero no apareció en ninguna base de datos. “Esa fue la génesis para iniciar la tarea de insistir en la necesidad de que Valledupar tenga su cementerio público”, cuenta Héctor ahora, mientras atiende a sus clientes en el taller de electricidad automotriz, ubicado en el barrio Kennedy. En la parte alta de su local de trabajo, puso un letrero diciente: “Valledupar necesita cementerio público ya”. Regresa del más reciente requerimiento sobre los limpia parabrisas de una camioneta, mira al periodista del Semanario La Calle con una mueca de preocupación. “El 70% de los vallenatos no tiene 13 0 15 millones de pesos para un gasto exequial imprevisto”, dice.

¿Dónde entierra Valledupar a sus muertos pobres?

El antiguo “cementerio nuevo” estaba donde hoy está la Catedral Santo Ecce Homo. Héctor Hernández dice que ha escuchado (“ojo, de oídas”, insiste) que los muertos pobres (“que sus allegados no tienen para pagar un entierro en los ‘jardines’ nuevos”) son llevados a los cementerios de corregimientos y municipios cercanos. “De ser cierto, pueden colapsar esos cementerios”, sentencia el hombre que se salvó de ese disparo hace cerca de ocho años.

La Calle fue hasta la Alcaldía para averiguar este asunto. Gregorio Zuleta, jefe de la Oficina de Gestión Social del municipio de Valledupar, dice que “hay un convenio con la curia” para enterrar a personas de la población vulnerable (“adultos mayores, niños y hasta bebés en gestación”) en Jardines del Ecce Homo. Jorge Luis Pérez, secretario de Gobierno municipal, confirmó que el convenio incluye fosas y ataúdes. Cuando se le preguntó si se había contemplado la construcción de un cementerio público para Valledupar, respondió que no. “Al menos, no en esta administración”, agregó.

Para quienes fallecen en casa, deben ser trasladados a un centro asistencial (urgencias) para poder expedirles el acta de defunción. Si Héctor Hernández hubiese muerto, es posible que pasaría por este proceso; sin embargo, tuvo la fortuna de recuperarse. Tanto él, como su agresor fueron llevados a la misma clínica. Y, mientras la enfermera le limpiaba las heridas, el atracador señaló a donde yacía inconsciente el electricista automotriz. “Ese hombre trató de atracarme”, mintió. El policía que los custodiaba lo escuchó y, como llevaba años conociendo a Héctor, le respondió: “Ese hombre no mata ni una mosca, embustero”, le dijo. “Y lo esposó enseguida”, contó Héctor en su taller. Por cuestiones de la justicia colombiana, había quedado libre y apenas fue capturado el pasado 23 de abril en Curumaní, cuando estaba a punto de entrar a la iglesia cristiana donde asistía.

 

1 comentario:

  1. Muy buen refrán jejejej quedé sorprendida Dios le dio una segunda oportunidad al señor Héctor Hernández y acerca de lo del cementerio me parece muy buena idea ya que aquí en Valledupar no hay cementerio público y hay personas que cuando mueren no tienen como enterrar a su familiar.

    ResponderBorrar

Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte