24 may 2024

Omar Geles: el niño humilde que se hizo grande con un acordeón que no era de él

Por John Acosta 

Roberto Geles llegó ese día a su casa con un acordeón para su hijo Juan Manuel porque estaba seguro de que su retoño sería un excelente acordeonero. Sabía que Omar Antonio, su otro hijo, podría enojarse por el detalle que el papá había tenido con su hermano: fue precavido y le llevó a Omar un tambor. De nada sirvió esa prevención de padre zorro, pues Omar no disimuló su ira por semejante despropósito. Él llevaba tiempo soñando con tocar el “arrugao” de la música vallenata. De manera que no estaba dispuesto a dejársela pasar fácil al autor de sus días. Menos mal porque el género del Valle del Cacique Upar se hubiese perdido la oportunidad de tener a uno de los más grandes intérpretes del aparato musical alemán, además de un prolífico compositor y un admirable empresario de este folclor.

“Yo hacía muchos berrinches porque a mí me gustaba era el acordeón”, le contaría al Semanario La Calle mucho tiempo después. Y para acabar de completar el enorme disparate paterno, su hermano Juan Manuel no le prestaba el instrumento musical que lo enloquecía; entonces, Omar Geles debía conformarse con coger pedazos de cartón, hacerles pliegues e imaginarse que tocaba el acordeón. “Hasta que mi hermano se aburrió y me lo dieron”, contó con nostalgia. Lo primero que hizo fue sacarle, a las incipientes teclas de aquel acordeón de juguete, las notas de la canción ‘Lucero espiritual´, del juglar Juancho Polo Valencia; obviamente, no lo hizo en la versión original, sino en la que interpretó Diomedes Díaz. “Por eso, esa canción es la que siempre quiero tocar con todos mis colegas”, le dijo la vez aquella a La Calle.

Ese acto de rebeldía del niño Omar Geles fue lo que le devolvió al folclor de Valledupar la grandeza de uno de los más grande cultores de su música. “Es ahí donde se desprende todo mi amor por la música vallenata”, le diría él mismo a La Calle. A los 10 años de edad, se sube pro primera vez a una tarima con un acordeón: sucedió en la caseta Matecaña. Y, aunque la ovación del público en esa ocasión sublime fue grande, su más sonada subida a un escenario para tocar a ese amigo fiel en que se le convirtió ese instrumento, fue cuando tenía 13 años. Lo hizo para tocar al lado de una, en ese momento, de las leyendas vivas del vallenato: Diomedes Díaz. Fue tal su inspiración para digitar con maestría las teclas del acordeón, que el Cacique de La Junta lo catapultó hacia lo que sería una carrera de éxito del intrépido adolescente Omar Geles. Y lo hizo con la frase premonitoria que el destino se encargaría de convertir en realidad: “ojo con este negrito, que va a ser grande en el vallenato”, dijo Diomedes Díaz aquella vez. Tenía 15 años, cuando también Rafael Orozco lo invitó a una tarima.

1985 fue el año en que Omar Geles dio inicio a la sentencia de Diomedes Díaz: conformó una agrupación musical con Miguel Morales, que daría mucho de qué hablar en el mundo vallenato: Los Diablitos; sin embargo, su estrella luchaba por brillar con su propia luz: después de cultivar muchos éxitos con su conjunto, decidió crear tolda aparte con su nuevo grupo, La gente de Omar Geles. Ya había sido Rey Aficionado del acordeón en el Festival de la Leyenda Vallenata, en 1985; Reye de Reyes en esta misma a categoría, en 1987; y Rey Vallenato, en 1989.

Sus más de 900 canciones grabadas, convirtieron a ese pequeño (al que a cuya madre, las empresas de servicios públicos les cortaban la luz y el agua, pues con cinco niños no tenía para pagarles), criado en la pobreza, en uno de los más destacados promotores de talento vallenato. Nunca olvidó el día aquel en que, siendo niño aún, había sólo dos pesos en la repisa, y llegaron dos tipos con unas culebras amenazantes, en plena época de carnaval. “Si no nos dan plata, se las tiro”, escuchó Omar, que apenas tenía nueve años. Muerto de susto, fue hasta la repisa, cogió el único capital que acompañaba a la familia y se los entregó al del disfraz de Carnaval. La vieja Hilda Suárez, su madre, en vez de pegarle, lo abrazó y se puso a llorar con él. “Esos dos pesos eran vital para el alimento de esos días para nosotros”, contaría a La Calle. El corazón grande que se le formó a ese niño, lo convirtió en el ser dadivoso que todos amaron y que hizo que todo el país llore su muerte, ocurrida en la noche de este martes.

Publicado en la web del Semanario La Calle el 22 de mayo de 2024

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