Cinco melancólicas imágenes actuales contrastan con la colorida fotografía de hace unos años |
Por
John Acosta
El alma se desgarra poco a
poco, como trapo viejo, a medida que va uno viendo el deterioro de lo que cinco
años atrás había sido ícono de que la ciudad había decidido darle, por fin, el
frente al Gran Río de la Magdalena, después de muchas décadas de crecer a sus
espaldas. El pavimento estaba mohoso por las llantas, sucias de polvo, de
vehículos pesados que transitan la vía; incluso, esas volquetas, cargadas de
material de construcción, ya han ocasionado la aparición de huecos sobre el
asfalto. Definitivamente, el esplendor y la bulla nacional, levantados un
lustro atrás por la Avenida del Río, se habían evaporado con el tenue olor a
alcantarilla que todavía esparce por el ambiente la principal arteria fluvial
de Colombia.
Arriba: el esplendor de la gente y del agua de años idos. Abajo: la soledad y la desaparición del agua en la actualidad |
No recuerdo cuánto hacía que
no volvía a la antes fulgurante avenida. Cada vez que llegaba alguien de afuera
a la casa, la visita obligada era a este sitio para mostrar orgulloso cómo Barranquilla
tomó la determinación de volver a mirar su vecino fiel para corregir el error
de ignorarlo por tantos años. El fervor de los barranquilleros por esta nueva oportunidad
que se daban a sí mismos era tan fuerte, que no había un solo día en que la
aplaudida obra permaneciera desierta. Hasta los vendedores ambulantes hacían su
agosto permanente con los clientes potenciales, que llovían a diario a
disfrutar del encanto de ese acoplamiento perfecto entre la naturaleza y la
intervención del hombre; no obstante, debo reconocer que dejé de venir porque,
unos kilómetros más abajo, otra obra de gran magnitud, también relacionada con
el apasionante río Magdalena, me atrajo más: mucho me temo que no fui el único,
a juzgar por las circunstancias de soledad y aparente abandono que hoy evidencio
en la Avenida del Río. Así es, el Gran Malecón Puerta de Oro le robó el
protagonismo a la Avenida del Río.
Hasta en la noche se visitaba el sitio. Hoy, ni en el día se hace |
En honor a la verdad, hace
unos días tuve el primer grito de alarma al regresar a esta vía, después de
muchos meses de ausencia. Fue un regreso sin gloria: rápido, sin bajarme del
carro para evitar que la desgracia que veía por la ventanilla del automóvil me
desmigajara el espíritu. Lo que más me preocupó, entonces, fue una especie de
basurero que se estaba formando en el costado opuesto al río. Algunos
recicladores, que se disputaban con las aves de rapiña los desperdicios dejados
por los otros humanos, dejaban claro que la montaña de basura que se estaba
formando iba en serio.
Hoy volví con la decisión de
detenerme y caminar otra vez, como antes, por los andenes adoquinados a la
orilla del río. La capa de fino polvo también cubre el sitio, pero lo que más
me impresiona es ver cómo desapareció el agua en la margen que pega en la acera:
el brillo fulgurante sobre la corriente fue reemplazado por esa extensa capa de
vegetal, de unos 4 kilómetros, que se pierde en la lejanía. Unos 12 millones de
metros cúbicos de sedimento le robó una gran porción al cauce del Magdalena. No
faltan las voces que culpan de este fenómeno a las obras de alta ingeniería que
se han desarrollado en el río, como los pilotes del nuevo Puente Pumarejo y los
muelles de la Sociedad Portuaria Riverport S. A. También hay quienes afirman
que es un proceso natural ocasionado por la erosión mayor en la Isla Cabica. Lo
cierto es que ese enorme pedazo de tierra es el nuevo paisaje que nadie aprecia
porque se acabaron los visitantes.
El pasillo rodeado de agua de antes, arriba; el mismo pasillo cubierto por la maleza, abajo |
Al regresar al carro y movilizarme
por la triste vía, me topo con la esperanza de que la Avenida del Río recupere
su magnificencia inicial. En la rotonda donde finalizaba la vía se está construyendo
un puente sobre uno de los brazos del gran río; entonces, recuerdo que lo que
le decíamos Avenida del Río no era tal en su totalidad, sino apenas una pequeña
parte. Y que el que se conoce como el Gran Malecón Puerta de Oro tampoco es tal
en su totalidad, sino también una parte; es decir, ambos se unirán como un enorme
corredor de más de diez kilómetros para atestiguar para siempre que
Barranquilla jamás debió de darle la espalda a su río.
Y las volquetas trabajan sobre
lo que hace unos días creí que era un basurero y que ahora supongo es un
relleno para lograr recuperar más espacio para el visitante. Hay que esperar,
entonces, la culminación del puente que unirá estas dos obras, símbolo de la
nueva Barranquilla, que sonríe al futuro con la pujanza de su gente. No hay de
qué preocuparse: el deterioro de la vía es necesario para permitir el tránsito
de la maquinaria que le devolverá el sitial que se merece el Gran Malecón del
Río.
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