Por John Acosta @Joacoro
Supongo
que se enteraron de la aflicción de sus profesores porque era ya vox populi el
drama familiar que estábamos padeciendo los empleados de la Universidad
Autónoma del Caribe; varias veces, algunos interrumpían la clase para preguntar
lo de siempre: “Profe, ¿a usted ya le pagaron?” Y el docente no sabía si darle
rienda suelta al sufrimiento que le embargaba el alma o si, por el contrario,
seguir guardando a sus estudiantes ese secreto a voces: su responsabilidad
frente al deber adquirido con esos muchachos que habían pagado su matrícula,
confiando su sueño a esa persona que tenía de pie en el salón de clases, eso,
mezclado un poco con el temor de ser acusado de agitador, le impedía al maestro
responder a esa pregunta súbita como él quisiera. “No, todavía no”, se limitaba
a revelar, incluso, en contra de sí mismo. Hasta que los jóvenes no aguantaron
más y decidieron hacer suya la lucha por la dignidad académica.
Ya
habían sido testigos silenciosos de profesores suyos que renunciaban porque resolvieron
buscar, con el dolor de su fidelidad, otra institución educativa que les
garantizara la reciprocidad solidaria del proceso de enseñanza: dar lo mejor de
sí por la satisfacción de hacer lo que se quiere y recibir, a cambio, el trato
decoroso de este intercambio de altura, como el cariño y reconocimiento de sus
estudiantes y la remuneración oportuna por parte de los directivos de la
organización; sin embargo, en la Universidad Autónoma del Caribe, los jóvenes siempre
han respondido, pero los administradores corruptos no.
También
notaban impávidos los estudiantes, cómo eran echados sin justa causa aquellos
profesores que resolvían reclamar sus sueldos atrasados, ya sea mediante cartas
respetuosas dirigidas a los altos directivos o tratando de afiliarse a unos de
los sindicatos. Pero lo que les rebosó la copa fueron los informes de prensa
que daban cuenta de los desmanes de gastos personales del rector, Ramsés Jonás
Vargas Lamadrid, con los dineros de la universidad. Ser testigos del cinismo y
la desfachatez con que este funcionario negaba todo lo que su nefasta
administración había realizado, como en la famosa entrevista concedida por él a
la W Radio el 14 de agosto de 2017,
enardecía más los ánimos de los estudiantes.
Nueve
días después de esa entrevista, William Borja, estudiante de Comunicación
Social y Periodismo, tuvo el coraje de denunciar en la misma W Radio, que en la universidad “no hay
ese espacio de participación de los estudiantes”, al referirse a un Consejo
Estudiantil. Agregó que no se ha podido presentar la propuesta porque la
representante de los estudiantes ante el Consejo Administrativo de la
Universidad no ha querido sentarse a dialogar con los estudiantes. “Hay un
secuestro real de la democracia en la Autónoma: nos dan el derecho a la
participación (en ese Consejo), pero, luego, nos la arrebatan porque en febrero
de 2016 se elige, con 1.066 votos, una
representante estudiantil, hoy estudiante de Derecho de quinto semestre, pero,
para sorpresa nuestra y con todo esto que se ha dicho, nos dimos cuenta de que
la actual representante estudiantil aparece en la nómina de la Universidad
Autónoma del Caribe”, dijo. Y se preguntaba ¿a quién puede representar ella si
recibe el sueldo de la administración?
Esa
valiente declaración a la emisora, le ha costado a William Borja la apertura de
un proceso disciplinario que pende sobre él con la amenaza de ser expulsado de
la universidad dizque por haber atentado contra el buen nombre de la
institución. Es inaudito que se aliente a los docentes a incentivar el pensamiento
crítico a los estudiantes y, cuando, finalmente, uno de ellos dé muestras
excelentes del desarrollo de una mente reflexiva, se le constriña su accionar
so pena de ser echado de la universidad con el estigma de ser un enredador de
la intachable imagen de los actuales dirigentes impolutos de la Universidad
Autónoma del Caribe.
No
obstante, la aguerrida determinación de los estudiantes no se amilanó, ni
siquiera con esa trapera advertencia que le habían enrostrado a uno de los
suyos. Alarmados por la cada vez más evidente corrupción enquistada en los
altos administrativos de la Autónoma del Caribe, decidieron organizarse y dar
la batalla por sí mismos. El lunes 5 de febrero, empleados de la universidad protestaron
en la entrada de la institución por el atraso en el pago de sus salarios: ellos
estaban vestidos de rojo y los pocos defensores de los directivos de la
institución vestían de blanco. Ese día, los estudiantes decidieron manifestarse
dentro de su claustro universitario. Se tomaron la plazoleta y se hicieron
sentir.
Fue
tan enérgico su grito, que los altos directivos trataron de opacarlos diciendo
que eran extraños a la institución, que les habían pagado para que hicieran lo
que hicieron. Incluso, llegaron a acusarlos de venezolanos desplazados que se
ganaban unos pesos. El asunto no paró ahí: como lo inventaron con William Borja,
quisieron abrirles procesos disciplinarios para expulsarlos de la universidad.
El martes 6 de febrero, nos citaron a los cinco directores de áreas de la
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas para que, con carácter obligatorio, nos
reuniéramos en Secretaria general la tarde de ese día. Así fue. Jesús David
Pantoja Mercado, secretario general, nos recibió en su oficina y no lo dejamos
terminar la introducción de la reunión: le quedó claro que ninguno de nosotros
iba a apoyar ninguna malévola identificación de estudiantes que participaron en
la protesta del lunes pasado. “Si nos van a echar por negarnos, pueden hacerlo”,
le dijimos.
El
jueves 8 de febrero, nuestros aguerridos estudiantes planeaban una protesta a
favor de sus profesores y fueron amenazados por unos desconocidos que, extrañamente,
habían ingresado a la universidad sin problemas. Lo sospechoso del asunto es
que, precisamente, a raíz de las reproches del lunes anterior, la universidad
había incrementado las medidas de seguridad en los accesos. Aún hoy no se conocen
resultados de ninguna investigación sobre este detestable hecho.
Al mediodía
del 16 de febrero, los jóvenes universitarios decidieron ir más allá. Salieron
de la universidad hasta el llamado Puente Pumarejo, en la salida de
Barranquilla hacia el interior del país, a despedir a dos de sus compañeros,
que emprendieron ese día su marcha a pie hasta la capital del país. Un poco más
de mil kilómetros. “El objetivo de nuestra marcha es manifestar lo que está
fallando en las universidades públicas y privadas. Ni siquiera pagando nos
garantizan el derecho a la educación”, dijo Jonathan Sanabria, uno de los
marchantes.
Los
directores de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas convocamos a una reunión
de docentes de esta sección académica para la tarde del martes 20 de febrero.
Ahí decidimos entrar en cese de actividades misionales hasta que se fueran de
la universidad el rector y los miembros de la Sala General y del Consejo
Directivo y, por supuesto, se pusieran al día con los salarios y las
prestaciones sociales. Desde el miércoles 21 de febrero inició este cese. Y,
ahora sí, los estudiantes sintieron que sus docentes los apoyaban en esa lucha
que los jóvenes universitarios habían iniciado.
Gracias,
queridos estudiantes, por habernos enseñado a sus propios profesores, que el
miedo no puede atajar la lucha por los derechos. Por favor, discúlpenos la
demora en seguirlos por esta gesta que ustedes emprendieron por nosotros. Solo
esperamos que ningún interés mezquino de los oportunistas de turno foráneos,
ajenos a los beneficios de nuestra institución, caiga ahora como ave de rapiña
a rebuscar, entre la ruinas de nuestra querida Universidad Autónoma del Caribe,
la complacencia de sus caprichos. Solicitamos a los medios de comunicación, a
quienes les agradecemos el que nos hayan acompañado hasta ahora, sigan atentos para
que nadie les robe a estos valientes muchachos la lucha que ellos han emprendido.
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