Por
John Acosta
Fue la primera vez que estuve
tras unos barrotes, en una cárcel. Y, hasta ahora, la última, gracias a mi
Dios. Todavía no habían pavimentado la carretera e íbamos pateando las piedras
que aún quedaban de los camionados que habían echado, quizás cuándo, los
ingenieros contratistas del Estado para volver transitable la vía. Éramos los
del grupo de siempre, que vivíamos por los mismos lados: Jorge Valencia,
Orlandito Dangond, Rafita Polo, Alberto Vega, Germán Ramírez, Eduardo Martínez
y yo. Salíamos de clases en el colegio Cooperativo Luis Giraldo y nos íbamos
juntos, carretera abajo, abrazados por el sol tropical del medio día. La mejor
manera de paliar en algo el tormento del solazo que nos martirizaba, era
mamarnos gallos entre nosotros: eso que hoy los psicólogos llaman bullying. Casi
40 años después, no recuerdo sobre qué jodíamos
ese día. Lo cierto es que uno de ellos (tampoco recuerdo quién fue) me dio un
manotazo en la cabeza y mi reacción inmediata fue tirarle la pepa del mango que
acababa de comerme. El compañero de estudios la esquivó muy bien y la semilla
le cayó con fuerza a un agente, pues justo estábamos pasando frente a la
Estación de Policía, que quedaba a una cuadra del colegio, antes de que las
Farc obligaran a retirar a los policías del pueblo.
Desfile del Luis Giraldo del 20 de julio de 1979. La carretera estaba recién pavimentada |
Había llegado a Casacará,
donde nací 13 años atrás, después de más de 10 años, cuando mi padre me llevó a
que me criara mi abuela paterna en La Junta. Hice la primaria con honores en la
Escuela Rural de Varones de ese querido rincón del sur de La Guajira. Y me tocó
salir porque allá no había colegio de bachillerato. Recuerdo la noche en que
Gladys Acosta Sierra, prima hermana de mi papá, me dio la razón fulminante: “Me
voy mañana. Y Chide te manda a decir que si quieres seguir estudiando que te
vayas conmigo o, si no, te quedas ignorante para toda la vida”. Eran las nueve
porque se acababa de terminar el capítulo de la novela venezolana que se veía
en el único canal cuya señal entraba en La Junta: Venevisión. Y ya las dos interrupciones
seguidas de energía anunciaron que en cinco minutos se apagaría la planta
eléctrica. Yo fui a ver la novela en la casa de Betsy Acosta Solano, una de las
pocas que tenían televisores en el pueblo. Chide le decían, por cariño, a mi
padre, que se llamaba Alcides de Jesús.
“Si tú conservas estas
calificaciones, te ganarás la beca por promedio siempre”, me dijo Marlene López,
la secretaria del Colegio Cooperativo Luis Giraldo, el día que mi padre me
llevó a matricularme. Por supuesto, el viejo Chide salió de allí orgulloso, caminando
al lado mío. “Bueno, ya sabes: a sacar buenas notas”, me dijo. Fue el peor año
académico que he tenido en mi vida. Era el año 1978.
Desfile del Luis Giraldo, el 20 de julio de 2016 |
Mi
suspensión por una semana
Además del carcelazo que me
gané el día de la pepa de mango, también me suspendieron del colegio hasta que
llevara a mi acudiente; es decir, a mi padre. Esa vez fuimos a la vecina
población de Becerril un grupo numeroso de estudiantes. Y regresamos a Casacará
haciéndoles bullying a nuestras propias compañeras de salón. Nos pasamos de la
raya. Y nos ganamos la suspensión.
Recién llegado como estaba a
vivir con mi papá, me daba pavor contarle que yo estaba suspendido en el
colegio. De manera que todas las mañanas salía para clases, dispuesto a caminar
más de un kilómetro que separaba el Luis
Giraldo de la casa donde vivía. Dejaba el termo amarillo en la bomba de
gasolina de Hernando Nieto, único sitio donde había luz eléctrica en el
Casacará de entonces, para recogerlo con hielo de regreso al medio día. Y me
perdía entre el laberinto de calles destapadas, conociendo y sintiendo al
pueblo donde nací, del que me habían separado cuando tenía apenas dos o tres
años de edad.
Estos son los integrantes de mi curso, en 1980. En la clase de Biología, con el profesor Javier Ramos |
Aún hoy, Casacará sigue siendo
un pueblo pequeño, al que la Alcaldía del municipio de Codazzi, Cesar, al cual
pertenece este caserío, no le ha pavimentado ni una sola calle. Fue fácil para
mí recorrerlo palmo a palmo en esas jornadas impías en que pensaba que le
estaba haciendo creer a mi papá que yo asistía de veras al colegio. Antes de
cumplir una semana en esas andanzas obligadas por las circunstancias, me di
cuenta de que no podía seguir sosteniendo ese tren de vida indefinidamente.
Sobre todo porque en los últimos días ya no tenía nada más qué conocer y me
tocaba sentarme en los andenes de las casas a esperar a que se hiciera medio
día para volver al hogar.
El antes y el ahora del colegio |
¿Qué pudo haber generado ese
radical cambio en mí, de ser un excelente estudiante en La Junta a uno mediocre
en Casacará? Quizás. Tal vez el cambio de pueblo, de hogar, de colegio, en fin.
Lo cierto es que de la etapa de ese primer año de bachillerato en el Colegio
Cooperativo Luis Giraldo, hay tres recuerdos ingratos y dos muy placenteros.
Además del carcelazo de un día por una pepa de mango y de mi suspensión por lo
que hoy llaman bullying, hay otro hecho lamentable que atosiga mis reminiscencias
de ese año lectivo de 1978, cuando esta institución educativa tenía dos años de
haber sido fundada: el profesor de inglés, en un acto de ira desenfrenada, se
quitó el reloj de pulsera y llamó al estudiante Eduardo Martínez a cogerse a
trompadas afuera del salón. Provocado por las condiciones del momento, Eduardo
se puso de pie para no ser humillado ante sus compañeros. Afortunadamente,
entre todos evitamos que el asunto pasara a mayores.
Mi carnet, en 1979, segundo año de bachillerato |
La
departamentalización del Colegio Luis Giraldo
Es una cuadra grande, que
queda a la orilla de la carretera Valledupar-Bucaramanga. En
Así imprimíamos el periódico del colegio |
una de las
esquinas, el viejo Luis Giraldo construyó una bodega para almacenar el algodón
que cultivaba en sus grandes extensiones de tierra y que no alcanzaba a guardar
en su finca. Esa bodega y el pequeño lote que la circundaba, lo donó Luis
Giraldo para que un grupo de emprendedores casacareños (como la profesora Carmen Molina, Eligio Santiago, Isabel
Perdomo, Argemiro Bolaños, entre otros) adecuaran el sitio para que
naciera, con 26 estudiantes, el Colegio Cooperativo Luis Giraldo, mediante la resolución Nº 0045
del 19 de noviembre de 1976 de la Gobernación del Cesar. Su primer rector
fue el licenciado German Mejía Sarmiento, que no alcancé a conocer. Cuando
ingresé a cursar la secundaria, dos años después de su fundación, el rector era
el licenciado Ricardo Alexis Caicedo Licona.
A un rastrillo así pertenecía el viejo disco que servía de campana |
Este es un disco nuevo de rastrillo; el que servía de campana ya estaba en desuso |
El rector del nuevo colegio departamentalizado fue un hombre afable, sonriente: un caballero. Fue Álvaro Montes Martínez. Precisamente, él
cuenta el proceso en una reseña que escribió antes de su muerte: “la asamblea Departamental
del Cesar lo departamentalizó mediante ordenanza No 030, proceso en el
que intervinieron visiblemente el doctor Ramón Fernández y el doctor Luís
Ernesto Araujo por parte de la comunidad; y del
departamento lo hicieron el Lic. Zenen Contreras Lazzo Secretario de Educación
Departamental y el entonces Gobernador del Cesar Don José Guillermo Castro
Castro”.
En una parranda en Casacrá de mi época de estudiante en el Luis Giraldo |
Hicimos
las semanas culturales anualmente hasta que alcanzamos el grado máximo que
otorgaba el colegio en ese entonces: cuarto año de secundaria. En 1980, bajo la
guía del profe Francisco Turizo, empecé a esbozar mis primeros escritos. Eran
cuentos influidos por los textos que nos ponía a leer. Macario, del Llano en llamas,
me impresionó muchísimo: no podía entender cómo alguien era capaz de comer
sapos. A todo le sacaba un cuento. Incluso, muchos de mis compañeros me pagaban
para que les escribiera el cuento de la tarea que puso Turizo.
El placer de andar por la calles destapadas del pueblo |
Para
la semana cultural de 1980, escribí una obra de teatro sobre lo que había sido
mi vida en mi nuevo hogar: los cambios de 180 grados de vivir con mi abuela en
La Junta a vivir con mi padre y su esposa en Casacará. Incluso, el final de la
obra era una proyección de lo que mi mente de adolescente predecía lo que
podría ser mi futuro. Todas las tardes íbamos y la ensayábamos en los salones
vacíos del colegio. Tuvo un éxito enorme entre los estudiantes de otras
poblaciones que asistieron ese año al Luis Giraldo.
Un mejoramiento permanente
Bien temprano en la mañana, después de la parranda, en pleno Cruce, en Casacará |
En
1981 nos tocó abandonar el colegio amado porque no había ni quinto ni sexto año
de secundaria, lo que hoy llaman décimo y undécimo grado. Cada uno de nosotros
cogió rumbos diferentes. “Durante el año 1984 y 1985 solo era
hasta los grados cuarto de
bachillerato (hoy 9°). En
1986 ya se abrió el grado 5° (10°) y en 1987 el grado sexto (11°), dando así
origen a la primera promoción de bachilleres”, escribió Luis Antonio López Daza, quien desde 2002 es
el rector del colegio Luis Giraldo, en reemplazo de Álvaro Montes.
El
mejoramiento de este plantel educativo casacareño nunca se detiene. “En 1989
fue nacionalizado por la ley 12 del Congreso de la República y tomó el nombre de Colegio Nacionalizado
Luis Giraldo; en 1993 se inició el proceso de Bachillerato Técnico en Administración y Desarrollo Social, según
la resolución 000894 de 17 de marzo 1994, y se logró el cambio de denominación al de Instituto Técnico de
Administración y Desarrollo Social Luis Giraldo, mediante la resolución 000030
del 21 de julio de 1994”, escribió Luis Antonio López.
Una visita reciente al colegio |
El 19 de noviembre de este
año, el colegio celebrará sus 40 años de fundado. Quiero ir hasta allá para
reencontrarme con los viejos compañeros de bachillerato. Sé que todos estamos canosos
y barrigones, obligados por la vida a coger lugares distantes para vivir.
Seguramente, irán Jorge, Orlandito, Germán, Eduardo, Rafita y Alberto. Es
posible que ellos no se acuerden del medio día aquél en que me metieron preso
por no tener tino con una pepa de mango, pero yo seré feliz recordánselos.
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