Por Yurleidis Mendoza
No
era una casa común; al menos, eso creía desde una perspectiva infantil. Creo
que a todos los niños les aterraba la idea de pasar frente a ella cuando salían
de clase e iban a sus casas caminando por toda la mitad de la carretera con un
medio desorden que caracteriza a todos los estudiantes cienagueros. Yo no me quedaba atrás: cuando salía de clase,
inmediatamente salía corriendo hacia el portón, a esperar a mis compañeras para
comprar mangos o raspados e irnos caminado burlándonos hasta de lo que no daba
risa.
Pero toda esa risa se moría cuando teníamos
que pasar por esa casa llena de misterio, que, de solo verla, nos colocaba los
pelos de punta. Desde que tengo uso de conciencia, es llamada la “Casa del Diablo”.
Tiene un estilo colonial, una vegetación tropical que traga su interior y un aspecto fantasmal por su estado de
abandono; eso era lo que más causaba miedo entre los niños, se decía que por
las noches salía el mismísimo diablo y se llevaba el alma de las personas que
anduvieran por su casa profanando su templo.
Era
10 de septiembre del 2012. Como nunca, nos habían soltado tarde de clase, eran
las 6:30p.m y ninguna quería pasar por aquella casa por miedo de ver al diablo;
sin embargo, pudo más la necesidad de llegar a nuestras casas. Poco a poco nos
acercamos a aquella casa que tanto terror causaba, todas nos miramos las caras, algunas rezaban el Padre Nuestro,
otras clamaban a sus dioses, y yo, muerta de risa al verlas a ellas así, pero
con gran miedo de que el satán se llevara mi alma por burlona. Llegó el momento
de pasar justo al frente y ninguna quería dar un paso más, pasar por aquella
esquina donde se encontraba el palacio de Lucifer era solo para valientes, pensamos, respiramos
y contamos hasta tres, 1,2,3 y ahí vamos
como alma que se las lleva el diablo, salimos en mandadas con los ojos cerrados
pidiendo perdón por nuestros pecados.
Al
cruzar la esquina donde habitaba el demonio, sentíamos cómo nuestras almas
volvían a nuestro cuerpo, no era fácil pasar por ahí todos los días y mucho menos para nosotras, unas jovencitas
burlonas y un poco maldadosas, que tocábamos el timbre de las casas para
después salir corriendo. Mi abuela siempre me decía que las personas malas son
las más miedosas y a las que les sale el diablo. Afortunadamente, no pasó nada
esa noche, gracias a Dios.
Muchas
historias y leyendas se tejieron alrededor de aquella casa, pero todas tenían
que ver con muertes y desapariciones, teníamos la obligación de saber qué
pasaba, y por qué tantas historias la rodean, la única información que teníamos
era que aquel lugar hace parte del centro histórico de nuestro pueblo, Ciénaga,
en el departamento del Magdalena y reconocida por su admirable arquitectura.
Solo
hasta esa noche de miedo, se me antojó en saber cuál era la verdadera historia
de esa casa. Al día siguiente, no tuvimos clases. Decidimos que había llegado
el momento de preguntar qué pasaba con aquel lugar, y solo una mujer, sentada
en una mecedora, con una voz ronca, ya acabada por los años, pudo contarnos. La
misteriosa señora vivía en una casa contigua: la historia de aquel lugar se
remonta a la época donde el principal
producto de exportación en Colombia era el banano, y donde Ciénaga alcanzó un
esplendor y reconocimiento por la empresa estadounidense United Fruit Company que dominó el comercio en el Caribe. Aquel lugar antes era una mansión de un
poderoso hacendado bananero, que viajó hasta España para encargar a un arquitecto
el diseño de su casa, la cual fue construida en 1916 con una enorme terraza con
columnas y dos plantas de balcones. Era una casa envidiable y muy hermosa, que
pertenecía a Manuel Varela.
Las
personas del pueblo, tan desconcertadas al no saber de dónde sacaba tanto
dinero, comenzaron a inventar que había
hecho pacto con Satanás. Se decía que Varela
entregaba cada año el alma de uno
de sus empleados de la finca, a cambio de mantener su fortuna. Con el tiempo,
esta leyenda tomó fuerza y provocó que los cienagueros no se acercaran a la
casa para que el diablo no les robara su alma.
Esta
casa, ahora llamada “Casa del Diablo” lleva consigo impregnada gran parte de la
historia ciénaguera, ya que estuvo
cuando nuestro querido pueblo alcanzó gran reconocimiento por el banano, fue uno
de los inmuebles que permaneció después de un 6 diciembre de 1929, en donde se
produjo la bonanza y masacre de las bananeras.
En ese instante, comprendimos que aquel lugar
deteriorado cuenta la historia del antes y después de nuestro municipio, que, a
pesar del gran miedo que pueda provocar y las historias tejidas, no dejar de
ser un centro histórico que lleva consigo nuestra historia marcada en esas paredes deterioradas.
Pero por si las moscas, no dejamos de salir corriendo al pasar por
aquel lugar, rezando el Padre Nuestro y
clamando a los dioses.
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