Santos, Vargas Lleras, Dussán, Cepeda y Córdoba: del mismo lado |
Por
John Acosta
Después de escucharlos, durante
muchos años, denigrar contra lo que siempre han llamado “rancia oligarquía” y despotricar con razón
contra los tristemente célebres “falsos positivos”, causa escozor verlos ahora
enarbolando la bandera de la campaña presidencial que representa a lo más
selecto de la oligarquía capitalina: Juan Manuel Santos, quien encabezaba el Ministerio de Defensa cuando militares
bajo su mando asesinaron a centenas de jóvenes humildes para presentarlos como guerrilleros caídos en combate, y Germán Vargas
Lleras, el más fiel representante de la ultraderecha colombiana. Ambos son descendientes
de presidentes. Iván Cepeda (cuota del Partido Comunista Colombiano –PCC- en el
Polo Democrático Alternativo –PDA), Jaime Dussán (cuota de la Federación
Colombiana de Trabajadores de la Educación –Fecode- en el PDA), Piedad Córdoba
(una de las más insignes impulsadoras de la Marcha Patriótica) son
representantes de la izquierda ortodoxa y recalcitrante de Colombia: la
ultraizquierda, para acuñar un término parecido al que estos políticos usan
para denominar a los que son exactamente igual a ellos, pero en el otro extremo
ideológico: la ultraderecha. Resulta que estos últimos (Cepeda, Dussán y
Córdoba) acaban de unirse a los primeros (Santos y Vargas Lleras): ¿los
extremos se tocan? Debido a la derechización en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) han sumido a la población colombiana, uno no
podría discernir si esta bendición que la izquierda radical le acaba de dar a sus
homólogos de derecha le suma o le reste votos a la campaña del binomio
Santos-Vargas Lleras.
La nueva y disímil alianza |
Es obvio que existe un anhelo
de los colombianos por alcanzar la paz esquiva. Cuando Belisario Betancour
Cuartas ganó las elecciones presidenciales de 1982 con su discurso de “la paz
es nacional, la paz no tiene color político”, fue mi primera gran ilusión con
que, por fin, lograríamos reconciliarnos con las guerrillas izquierdistas del
país. Recuerdo que los más famosos artistas (al igual que hacen ahora con el
pájaro tipo twitter de Santos) dibujaban palomas blancas por todas partes. Era
alentador ver cómo todos estábamos inmersos en ese gran propósito. Incluso, ya
en la Presidencia, Belisario Betancur se atrevió a decretar una amnistía
general para todos los presos políticos: altos dirigentes de las guerrillas,
que pagaban condenan en las cárceles del país, salieron libres y nadie se lo
criticó a Belisario, pues estábamos embriagados con esa ilusión.
El proceso de paz con Belisario Betancur: la primera desilusión |
Los mismos grupos
guerrilleros nos hicieron despertar, súbitamente, de ese sueño esperanzador. Y
lo hicieron como saben hacerlo: con acciones violentas, que rayaban ya en el
terrorismo. Luego, vinieron otros procesos de paz con presidentes siguientes
que terminaron en lo mismo: la ilusión de los colombianos asesinada por los
actos demenciales de la subversión.
Hasta que, en 1998, 16 años
después de la gran esperanza despertada con Belisario Betancur, volvió a surgir
la euforia con Andrés Pastrana Arango. Resulta que un golpe propagandístico,
con los que se especializaron las Farc y el Ejército de Liberación Nacional
(ELN), mostraron una fotografía del jefe de campaña del entonces candidato
Pastrana al lado de Tirofijo y del Mono Jojoy, con un ingrediente adicional:
Tirofijo tenía en su muñeca el reloj de pulsera que hacía parte de las piezas
publicitarias de la campaña de Pastrana. Al igual que el reciente anuncio de La
Habana y de las conversaciones exploratorias con el ELN, la foto de Pastrana y
los máximos dirigentes de las Farc salió a la luz pública, tres o cinco días antes
de la segunda vuelta presidencial. Obviamente, Pastrana obtuvo la Presidencia
de la República, pero todavía los colombianos estamos pagando el elevado precio que le tocó sufragar Pastrana a las Farc por el favor recibido.
El proceso con Pastrana: otro gran golpe a la esperanza de los colombianos |
“El anuncio del apoyo de
Marcha Patriótica y con ella del Partido Comunista a la reelección, revela que
en La Habana avanza es un pacto entre dos élites que son las responsables de la
violencia, el atraso, la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la frustración
colectiva. La élite oligárquica, que desprecia al resto, con la élite armada de
las FARC, son las que negocian el país y pretenden hacerlo sin apoyo popular”,
escribió Rafael Guarín en su más reciente columna en la Revista Semana, que él
tituló “El pacto”.
La paz es una ilusión de
todos, es un propósito nacional, pero, después de las experiencias descritas,
es muy difícil creer en la sinceridad de la guerrilla. Peor aún: es más
difícil, todavía, creerle al presidente Juan Manuel Santos, ya que se hizo elegir
la primera vez con la tesis uribista, “Pero todo era pantomima. Santos en el
Gobierno prefirió repudiar las tesis con las que fue elegido para quedar
atrapado en manos de las FARC. Convirtió a sus amigos en enemigos y a sus
enemigos en los principales amigos de su candidatura. Una cosa son las
diferencias personales y otra, muy distinta, que un político elegido dé un giro
de 180 grados. Eso sólo ocurre por vanidad personal, estupidez o porque
realmente nunca fue lo que dijo ser. En este caso es la combinación de las tres
cosas”, continúa Guarín en su mencionada columna.
Hoy tenemos, entonces, a la
ultraizquierda unida a lo más representativo de la oligarquía santafereña. “Ambas
élites coinciden en creerse dueñas del país o de una parte al menos y están
convencidas que su poder, sea que provenga de las armas y el narcotráfico o del
control de los factores que lo determinan en el establecimiento, es suficiente
para repartirse la torta a su antojo y arrasar a quienes se resistan. Se
escudan en que serán los ciudadanos los que aprueben directamente los acuerdos,
pero no niegan que aspiran a conseguirlo a punta de manipulación y coacción. Se
trata de imponerlos, no de debatirlos”, opina Guarín. Lo que espera el colombiano
común es que, de triunfar en las urnas esta unión disímil, no se convierta
después en un falso positivo; es decir, que una vez logre Santos su objetivo de
permanecer en el poder, tenga que pagar, como lo hizo Pastrana, el favor a la
guerrilla y que ésta se aproveche de la situación para cobrar bien caro el
haber llevado al inestable ideológico de Santos a quedarse cuatro años más en
la Presidencia.
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