Por John Acosta
Ena Luz Aguilar Arizmendi probó la hiel del fracaso cuando tuvo su primer
negocio. Había puesto todo su empeño en la culminación de uno de sus grandes
anhelos, un taller de confección. Como pudo, se metió en 1983 en el compromiso de
unas máquinas y contrató a tres operarías para que la ayudaran. Al año tuvo
que desistir de su terquedad de seguir manteniendo un negocio que no le daba
ganancias.
La Guajira estaba en plena bonanza marimbera y mientras los demás
hacían fortunas con el negocio ilícito, Ena Luz no adquirió ni cinco centavos con la honradez de su oficio: "Regalé
mi trabajo", recordaría después. Le quedó el orgullo de no sucumbir
entonces ante la riqueza efímera de lo no permitido y Dios tuvo que reconocerle, diez años más tarde, esa entereza de espíritu.
Claudicó ante su determinación de no ser
jamás empleada para trabajar como Secretaria Ejecutiva en una empresa oficial.
Todos los días, desde que se levantaba para ir a trabajar hasta que regresaba, ya cansada por el trajín de la oficina,
tuvo la idea persistente de volver a la confección y de ser independiente, sin jefe que la atormentara.
Hasta que en 1990 tomó la decisión de ir hasta las oficinas de una fundación para que
le prestaran algo de dinero y empezar a esculpir su sueño. Seis años después, se demuestra a sí misma que no se
equivocó. En esa primera oportunidad, hizo el curso de Microempresas.
"Eso me orientó totalmente", dice.
Claro, si en 1983
hubiese tenido la fortuna de contar con alguna capacitación de ese tipo, de
seguro hoy no estaría contando esa historia triste. Porque la segunda vez que
arrancó, ya vio los excelentes resultados.
Con el primer préstamo,
que fue de 500 mil pesos, compró una máquina y volvió a montar su taller con
tres operarías. Le fue tan bien que al poco tiempo ya tenía su Boutique y
Confecciones Mary donde expende sus propios productos.
En 1995, el destino le puso otra dura
prueba: tuvo que suspender el taller de confección porque una enfermedad
inesperada se le atravesó en el camino. Ahora atiende feliz en su boutique.
Realiza trabajos manuales que se venden como pan caliente. Trae telas y
lencería que derriten a las mujeres que llegan al negocio. Ya tiene los bríos
reactivados para iniciar de nuevo con su taller el próximo año.
"Me considero afortunada. Los préstamos
me los resuelven en 72 horas. El último que recibí fue de un millón 500 mil
pesos", dice.
En estos últimos años de trabajo, la aborda una preocupación. "Los
gerentes de empresas grandes establecidas en La Guajira deberían de apreciar y
estimular al microempresario. Por ejemplo, en mi caso de
confeccionista, nunca he
conseguido que manden a realizar sus uniformes aquí. Siempre los mandan a elaborar
en otra ciudad, como Bucaramanga, Medellín o Barranquilla".
De todas formas, después de persistir en
su empeño, Ena Luz Aguilar ha aprovechado la segunda oportunidad que tuvo sobre
la tierra para saborear la miel del triunfo
Publicado en el periódico Fundicar, número 8,
diciembre de 1996
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