Esa mañana de octubre, el río Guatapurí bajaba caudaloso, como lo hacía siempre
por los aguaceros de esta época del año. Aníbal Rafael Martínez Zuleta, ya
conocido como ‘El Negro grande del Cañaguate’, no desperdiciaba día en
Valledupar sin darse el gusto de pegarse su baño diario en el gran afluente de
la capital del Cesar. En esa oportunidad, había un invitado especial de fuera de
la ciudad: Álvaro Uribe Vélez, que aspiraba a ser presidente de la República en
las elecciones de 2002. Los acompañaba un pupilo de Aníbal Martínez: Víctor
Martínez Gutiérrez, quien apoyaba al contrincante de Uribe dentro del Partido
Liberal, Horacio Serpa Uribe. “Tenga cuidado con las piedras. Mire que el río
está bravo”, le advirtió Martínez Zuleta al entonces candidato presidencial. “No
se preocupe: yo sé de ríos”, le respondió Uribe y se lanzó al agua. La fuerza
del río terminó arrastrándolo un poco, lo que aprovechó Víctor Martínez para
tirarle un sablazo al oponente de Serpa: “Eso le pasa por irse contra la
corriente”, le dijo a Uribe. Muerto de la vergüenza por la impertinencia de su
alumno, Aníbal Martínez lo recriminó con su mirada inquisidora. “Fue como
diciéndome ‘¿cómo se te ocurre decir eso, Víctor?’”, le contaría el pupilo al
semanario La Calle. Entonces, Álvaro Uribe salió chorreando agua por su cuerpo,
miró a su joven interlocutor y le respondió: “Ya le entendí, pero dígale a su
amigo que yo soy como el bambú: aunque me doble, no me tuerzo”.
De la humildad
del Cañaguate al colegio en Santa Marta
Cleofe Zuleta Molina era la matrona del
barrio Cañaguate y llevaba las riendas de la familia, donde su hija Felicia
Zuleta Quiroz se había casado con Raúl Martínez Pupo. De ese matrimonio, nació
Aníbal Rafael, quien pasó su infancia entre Valledupar y la población de Minca,
cerca de Santa Marta, enclavada en las estribaciones de la Sierra Nevada, donde
el niño Martínez Zuleta hizo su primaria en el colegio de un español. Con la
determinación de que su nieto debía ser profesional, la vieja Cleofe convenció a
su hija y a su yerno de que, entre los tres, le pagarían los estudios en el
Liceo Celedón, de la capital del entonces Magdalena Grande.
Estudiante y
profesional brillante en Bogotá
A punta de lavado de ropa ajena, la vieja Cleofe
reunió lo suficiente para que su nieto dejara el año sabático que pasó en
Valledupar (obligado por las afugias financieras, después de que regresó de
Santa Marta hecho un bachiller) y viajara a Bogotá a hacerse el profesional que
la abuela le había inculcado desde niño. El joven Aníbal Rafael le respondió con
creces a su amada vieja: estudió becado en la Universidad Nacional de Colombia y
su tesis de abogado fue laureada.
Mientras estudiaba, consiguió un trabajo de
mensajero en el Ministerio de Agricultura, que encabezaba su paisano
valduparense Pedro Castro Monsalvo. Al graduarse, fue juez Municipal de Vianí,
Cundinamarca; luego, Juez del Circuito y Juez Superior de Bogotá. Adquirió tanto
prestigio en la administración de justicia, que el presidente Alberto Lleras
Camargo lo escogió para que integrara el equipo jurídico que juzgó a la Junta
Militar de Gustavo Rojas Pinilla. Fue magistrado de la Comisión Nacional de
Instrucción Criminal.
El regreso triunfal a su tierra y la creación del Cesar
Al
terminar el proceso contra Rojas Pinilla, regresó como secretario de Gobierno
del Magdalena, donde, incluso, fue gobernador encargado. Su buen trabajo le
sirvió para hacerse elegir diputado de la Asamblea de este departamento y,
luego, a la Cámara de Representantes por el mismo Magdalena, durante dos
períodos. Cansados de la dependencia de Santa Marta, los dirigentes de
Valledupar impulsaron la creación del departamento del Cesar, que se dio gracias
al liderazgo de Alfonso López Michelsen, acompañado de Alfonso Araújo Cotes,
José Antonio Murgas, entre otros. Aníbal Martínez Zuleta fue concejal de
Valledupar, la capital del naciente Cesar. Y, luego, representante a la Cámara
por el nuevo departamento durante dos períodos.
El contralor de la República que
ayudó a profesionalizar a decenas de cesarenses
Es posible que la ayuda
económica de su sueldo de mensajero para impulsarlo a continuar su carrera haya
calado tan profundo en su alma, que, una vez fue elegido contralor de la
República, se propuso a que muchos de sus paisanos humildes, que jamás hubiesen
podido alcanzar su sueño de ser profesionales de no haber sido por la
oportunidad de ser empleados de la Contraloría, estudiaran una carrera
universitaria, como lo logró él mismo. Y lo consiguió, a pesar de las críticas
que le llovieron de otros sectores del país por inundar a esta entidad nacional
de vallenatos ansiosos de hacerse profesionales. Lo cierto es que en los dos
períodos consecutivos en la Contraloría (durante los períodos presidenciales de
Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala) fueron muchos los cesarenses
que, gracias a la oportunidad laboral en este órgano de control en las cinco
principales ciudades del país, pudieron ser profesionales.
El 4 de octubre de 2014, a los casi 87 años de edad y tras complicaciones en su salud por problemas respiratorios, Aníbal Martínez Zuleta falleció y el domingo 5 de octubre, en medio de una enorme multitud que acompañó su cuerpo hasta el cementerio, fue sepultado. Su nieto Daniel Palacios Martínez heredó la vena política del abuelo e inició su carrera en estas lides al lado del hombre que la corriente del río Guatapurí arrastró un poco la mañana aquella de octubre en que no escuchó la advertencia de Aníbal Martínez.
Publicado en el Semanario La Calle el 14 de octubre de 2025
La parte buena. La mala fue el robispicio que lo llevó a una condena
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