Cuando
todos se divierten, bailan y se convierten en una sola celebración, dan ganas
de decir ¡qué bella está la plaza de Bomba!
Por
Linda Esperanza Aragón
La tradición es el sabor de un pueblo. El alma de un
lugar puede definirse por la música que se escucha, la danza que se dinamiza y
la alegría que se despliega. Por eso, las fiestas patronales de Bomba, Magdalena, hacen más provocativo al mes de mayo. Este año, el festejo se tomó los días 21,
22, 23 y 24 de mayo.
Santa Rita de Casia es el motivo de la festividad más
grande de la población. La plaza se repleta de niños, jóvenes y señores. Y de
estos últimos, hay muchos que se parecen al Compae Chipuco porque usan un
sombrero alón y pa’ remate les gusta el ron. Más de uno se toma sus tragos en
nombre de esa Matilde Lina enamorada y encantadora que los trae locos.
La gigantona es el condimento esencial para
intensificar el sabor de la tradición. Se trata de una estructura de madera que
tiene forma de una mujer mastodóntica, se le viste con ropa colorida y
atrayente con el fin de que su figura resalte en medio de la multitud. Pero
esta mujer corpulenta necesita de la música para dejar boquiabiertos a los
espectadores, así que los aires musicales originarios de la Región Caribe la
acompañan: el porro y el fandango. Un grupo musical (lo que llamamos en el
argot popular como papayera) le hace eco mientras pasea por las calles de
Bomba.
Se preguntarán cómo puede bailar un objeto inanimado,
y antes este cuestionamiento la respuesta más corta es: un hombre se mete
debajo de gigantona para dominar sus movimientos y hacerla vibrar. El tipo que
se le mida a esta faena tiene que saber bailar y sus pies no se pueden cansar,
pues la idea es danzar por todos los senderos del corregimiento. La travesía
arranca solamente con la banda y unas cuantas personas, y a medida en que se
avanza, el personal se contagia al ver pasar a la mujerona gozosa que recobra
vida. El suelo tiembla.
Por la noche se escuchan El mico ojón, peluo; La
butaca; Porro bonito; La pisinga; Las tapas y otros éxitos que son
representativos a nivel nacional e internacional. Estos se bailan con sandalias
y abarcas tres puntá. Y las mujeres que se atreven a bailar con tacones, no
tienen pretexto para no seguir si se cansan, pues siempre se consiguen
chancletas de repuesto. El folclor vallenato no pudo faltar este año, grandes
intérpretes del acordeón como Beto Villa y Franco Argüelles hicieron de esta
festividad un episodio histórico e inigualable. Forasteros bailaban con
oriundos; no importa la edad que se tenga, los pies siguen el ritmo. Al ver a
todos divertirse y bailotear sin algún reparo daban ganas de decir ¡qué bella
está la plaza!
A veces llueve durante las fiestas, y es porque el
cielo se hiere y siente envidia al no tener pies, ni caderas para bailar como
lo hacen los terrenales. Sin embargo, el jolgorio no se paraliza. La gente espera a que escampe y nuevamente se
van a la plaza. Qué afortunados son los que pueden seguirle la cuerda al bombo;
qué afortunados son los bomberos.
Los castillos pirotécnicos y la quema de la vaca loca deslumbran
las miradas. La luna es testigo y las casitas de Bomba también lo son; esas
casitas que son menuditas, pero que han sido trazos de la historia que va de boca
en boca; historias que anduvieron de conversa en conversa, como la de “El
abusajo”, un espanto que hacía de las suyas
en la población de Bomba en las noches oscuras. A este mítico figurín, a
finales de los 50’s, el juglar vallenato Luis Enrique Martínez le grabó un
paseo que empieza así:
“Allá en Bomba
cuando la noche está oscura nadie sale a la calle, y el que sale es con recelo;
hay un abusajo que mide una gran altura, y todos le temen porque no pisa en el
suelo…”
La música resultó ser la forma más atractiva y certera para
narrar este relato. Y como se convirtió en canción, ya no asusta caminar el
pueblo en las noches. La gente se va hasta de medianoche de la plaza. El miedo
hacia El abusajo se convirtió en una larga carcajada, así como las fiestas de
mayo se convirtieron en el sabor de un pueblo que se hace
leyenda.
Las historias que van de boca en boca tienen por esencia el
devenir de la gente, la cotidianidad de un pueblo y las incertidumbres y
fascinaciones de la vida misma. Por eso Bomba es un bello rincón del mundo,
porque su índole está construida a base de oralidad, mitos y realidades.
Ya lo decía el escritor uruguayo,
Eduardo Galeano:
"Los científicos dicen que
estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de
historias".
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