Éver Contreras motila a César Jaraba |
Por
John Acosta
César Tulio Jaraba Yepes
aprendió a sortear con éxito mi mamadera de gallo sobre cualquier aspecto de su
vida. Apenas me bajé del carro frente a su casa, le empecé a tomarle el pelo
por su cabeza peluda. Él había llegado hacía dos días de Bucaramanga, una de
las más importantes ciudades del país, y yo venía de Barranquilla, la tercera capital
más significativa de Colombia. Ambos arribamos a El Difícil a pasar Semana
Santa en este retirado municipio del departamento del Magdalena. Y en las dos
noches siguientes, en las que nos batíamos a duelo en unas encarnizadas
jornadas de dominó, mi tema de relax era montársela a César Tulio por su
cabellera abundante. “Esa es mucha motilada que se va a pegar el viejo César
mañana donde Éver”, le repetía una y otra vez. Y él se defendía con el arma que
me dejaba sin argumentos: “Es que me metí a hippie, llave”, me respondía. “No
voy a donde Éver sino hasta diciembre del año entrante”, remataba, mientras
tiraba en la mesa la ficha correspondiente. No obstante, los dos sabíamos que
no podíamos pasar esta oportunidad de ir a donde el peluquero que, sin darse
cuenta, hacía que dejáramos de ir a cortarnos el cabello en los cómodos salones
de belleza de nuestras ciudades de procedencia, esperando el mes que faltaba
para regresar a El Difícil e ir a ponerles nuestras cabezas greñudas al hombre
que, en pocos minutos, nos dejaba como nuevos.
Paulo Jaraba viene en vacaciones desde Bucaramanga a que Éver lo motile |
Incluso, Paulo Jaraba, el hijo
de César, a sus 24 años, también aprovecha las cortas vacaciones para ir a
motilarse con Éver: lo hace así, desde niño, cuando estudió la primaria, el
bachillerato, su carrera de ingeniería y hasta su especialización en
Bucaramanga. Cada vez que se aproxima su venida a El Difícil, deja de ir a los
salones de belleza de la Ciudad Bonita para lograr su visita a la población del
Magdalena y hacer que Éver lo motile.
Ubicación del municipio en el departamento del Magdalena |
Y es que Éver Enrique
Contreras Arias no aprendió su oficio ayer. A sus 50 años de edad, Éver lleva
más de 35 cobrando por motilar. Su pasión por el arte no fue producto de una
meditada profunda sobre cómo buscar la manera de ganarse la vida, sino que
llegó por casualidad un día, cuando aún
estaba en el tránsito de su niñez a la adolescencia. Incluso, no tiene claro si
en realidad esa es su edad. “Puedo tener más como puedo tener menos”, dice. Él
justifica esa duda razonable en que su padre nunca lo registró porque Éver fue
el último de tres hijos que el señor Contreras engendró en el vientre de la
señora Leonor Arias, la madre de Éver.
Esta es la casa de los abuelos maternos que Éver Contreras le fue comprando a cada uno de sus siete tìos y donde ahora vive con su madre. La peluquería queda en la puerta y ventana de la derecha. |
La señora Leonor hubo de
emplearse en las casas de las familias pudientes de El Difícil para poder
levantar la alimentación de sus tres hijos, pues el señor Contreras no solo no
los registró legalmente sino que tampoco tuvo qué ver con ellos. Manuel y
Enrique Contreras, los dos hermanos mayores de Éver, ni siquiera pudieron
terminar sus estudios primarios, pues el espinazo de la señora Leonor no podía
más de lo que las circunstancias le exigían y tenía que limitarse a lavar y
planchar la ropa de ricos del pueblo hasta donde su humanidad se lo permitía.
De manera que Manuel y Enrique tuvieron que tomar el mismo destino de los demás
adolescentes humildes de El Difícil: ir a ordeñar vacas y tirar machete limpio
en las fincas de los pudientes del pueblo.
Ese fue el mismo destino que
esperaba a Éver Enrique. Él había tomado la decisión de quebrarle como sea el
pescuezo a ese devenir de tristeza. No tenía, por supuesto, respaldo de ningún
tipo para lograrlo, pero Éver estaba dispuesto a intentarlo. La oportunidad le
llegó cuando menos la esperaba. Su madre trabajaba por esos días en la casa del
señor Pedro Maestre y su esposa, la señora Sofía Castilla. Éver Enrique andaba
bastante peludo por esos días y ya sus compañeritos le mamaban gallo en la
escuela por el greñero de su cabeza. Tan duro estaba el asunto, que Éver tuvo
que sacar fuerzas para superar su vergüenza habitual y pedirles a los patrones
de su madre que le regalaran el dinero para la motilada.
Desde los 14 años de edad, mantiene a su madre con su arte de motilar |
Fue a la peluquería de un
señor del interior del país al que en el pueblo le decían El Paisa. Le tocó el
cuarto turno. Sin proponérselo, empezó a analizar al arte de la peluquería y
vio que la cuestión no era tan difícil. “Yo puedo hacer esto”, se dijo. De ahí
salió directo a la casa de su abuela, la señora María Cardona Hernández, quien
era costurera. Cogió unas tijeras grandes que la vieja usaba para cortar las
telas más retrecheras y le propuso a una de sus primas que se dejara cortar el
cabello por él. “No quedó tan trasquilada”, recuerda Éver ahora, mientras
motila a César Tulio, más de 35 años después. La prima Nelis Arias no quedó muy
contenta con el corte, pero tiene el privilegio de ser la primera persona que
Éver Enrique motiló en su vida.
Sede de la Alcaldía de El Difícil |
Después de Nelis, toda la
romería de primos, descendientes de siete tíos maternos, pasaron por las
tijeras nuevas que Éver había comprado. También se motilaron todos los compañeros
del curso y, cuando ya habían pasado la mayoría del colegio, la señora Leonor
Arias tuvo que ponerle orden al asunto. “Un momento, tienes que cobrar por
motilada porque, sino, de qué vamos a vivir”, dijo la mamá. Le puso precio a la
primera motilada: 300 pesos de la época. Éver había cumplido los 14 años y ya
iba a pasar de la primaria al bachillerato. Fue, entonces, cuando le exigieron
por primera vez los papeles. El registrador aceptó ponerle el apellido del
padre sin la presencia del progenitor. Y la fecha de nacimiento de Éver Enrique
Contreras Arias quedó establecida el 9 de mayo de 1966.
Paulo y César, ya motilados, esperan a que Éver termine con mi peluqueada. Otro cliente espera su turno, mientras esconde su cabeza peluda con la gorra salvadora |
“A
la edad de 14 años comencé a mantener a mi mamá y yo estaba en quinto de
primaria”, dice ahora, mientras le da los últimos tijerazos a la cabeza de
César Tulio Jaraba Yepes. César estaba convencido de que Éver no abriría el
Jueves Santos. A mí me tocó ir con Paulo Jaraba. Cuando llegamos a la
peluquería, Éver nos hizo seguir. Entonces, llamé a César y él llegó después:
quedó de tercero, pero lo hice seguir antes que yo para seguir haciéndoles las
preguntas pertinentes a Éver para esta crónica.
Iglesia del Santo Cristo, de El Difìcil |
Éver
conoció a la madre de sus tres hijos hace 18 años, cuando la futura suegra
llevó a motilar a su hija. Por cosas del destino, ya Éver no vive con ella,
pero tiene excelente relación con sus hijos, a quienes asiste como Dios manda
porque le nace del alma hacerlo y no simplemente para no repetir la amarga
experiencia de su padre. Laura Sofía, su
hija mayor, estudia, a sus 16 años de edad, Antropología en la Universidad del
Magdalena. Juan Camilo, de 11 años, empezó el bachillerato. Y María Ángel, de 8
años, va adelantada en sus estudios primarios.
En
tiempos normales, Éver Enrique se hace unas 25 motiladas diarias, pero en
temporada alta esa cifra se puede duplicar fácilmente. “Yo no descanso: tengo
un compromiso muy serio con mi clientela”, dice, mientras termina de motilar a
César Jaraba: ahora me toca buscar otro tema para mamarle gallo a César en lo
que resta de esta Semana Santa.
Artículos relacionados:
El señor Navas, un joven de 94 años
Artículos relacionados:
El señor Navas, un joven de 94 años