24 mar 2016

Éver Contreras: por una peluqueada fácil y buena en El Difícil

Éver Contreras motila a César Jaraba
Por John Acosta

César Tulio Jaraba Yepes aprendió a sortear con éxito mi mamadera de gallo sobre cualquier aspecto de su vida. Apenas me bajé del carro frente a su casa, le empecé a tomarle el pelo por su cabeza peluda. Él había llegado hacía dos días de Bucaramanga, una de las más importantes ciudades del país, y yo venía de Barranquilla, la tercera capital más significativa de Colombia. Ambos arribamos a El Difícil a pasar Semana Santa en este retirado municipio del departamento del Magdalena. Y en las dos noches siguientes, en las que nos batíamos a duelo en unas encarnizadas jornadas de dominó, mi tema de relax era montársela a César Tulio por su cabellera abundante. “Esa es mucha motilada que se va a pegar el viejo César mañana donde Éver”, le repetía una y otra vez. Y él se defendía con el arma que me dejaba sin argumentos: “Es que me metí a hippie, llave”, me respondía. “No voy a donde Éver sino hasta diciembre del año entrante”, remataba, mientras tiraba en la mesa la ficha correspondiente. No obstante, los dos sabíamos que no podíamos pasar esta oportunidad de ir a donde el peluquero que, sin darse cuenta, hacía que dejáramos de ir a cortarnos el cabello en los cómodos salones de belleza de nuestras ciudades de procedencia, esperando el mes que faltaba para regresar a El Difícil e ir a ponerles nuestras cabezas greñudas al hombre que, en pocos minutos, nos dejaba como nuevos.

Paulo Jaraba viene en vacaciones desde Bucaramanga a que Éver lo motile
Incluso, Paulo Jaraba, el hijo de César, a sus 24 años, también aprovecha las cortas vacaciones para ir a motilarse con Éver: lo hace así, desde niño, cuando estudió la primaria, el bachillerato, su carrera de ingeniería y hasta su especialización en Bucaramanga. Cada vez que se aproxima su venida a El Difícil, deja de ir a los salones de belleza de la Ciudad Bonita para lograr su visita a la población del Magdalena y hacer que Éver lo motile.

Ubicación del municipio en el departamento del Magdalena
Y es que Éver Enrique Contreras Arias no aprendió su oficio ayer. A sus 50 años de edad, Éver lleva más de 35 cobrando por motilar. Su pasión por el arte no fue producto de una meditada profunda sobre cómo buscar la manera de ganarse la vida, sino que llegó por casualidad un  día, cuando aún estaba en el tránsito de su niñez a la adolescencia. Incluso, no tiene claro si en realidad esa es su edad. “Puedo tener más como puedo tener menos”, dice. Él justifica esa duda razonable en que su padre nunca lo registró porque Éver fue el último de tres hijos que el señor Contreras engendró en el vientre de la señora Leonor Arias, la madre de Éver.

Esta es la casa de los abuelos maternos que Éver Contreras le fue comprando
a cada uno de sus siete tìos y donde ahora vive con su madre. La peluquería
queda en la puerta y ventana de la derecha.
La señora Leonor hubo de emplearse en las casas de las familias pudientes de El Difícil para poder levantar la alimentación de sus tres hijos, pues el señor Contreras no solo no los registró legalmente sino que tampoco tuvo qué ver con ellos. Manuel y Enrique Contreras, los dos hermanos mayores de Éver, ni siquiera pudieron terminar sus estudios primarios, pues el espinazo de la señora Leonor no podía más de lo que las circunstancias le exigían y tenía que limitarse a lavar y planchar la ropa de ricos del pueblo hasta donde su humanidad se lo permitía. De manera que Manuel y Enrique tuvieron que tomar el mismo destino de los demás adolescentes humildes de El Difícil: ir a ordeñar vacas y tirar machete limpio en las fincas de los pudientes del pueblo.

Ese fue el mismo destino que esperaba a Éver Enrique. Él había tomado la decisión de quebrarle como sea el pescuezo a ese devenir de tristeza. No tenía, por supuesto, respaldo de ningún tipo para lograrlo, pero Éver estaba dispuesto a intentarlo. La oportunidad le llegó cuando menos la esperaba. Su madre trabajaba por esos días en la casa del señor Pedro Maestre y su esposa, la señora Sofía Castilla. Éver Enrique andaba bastante peludo por esos días y ya sus compañeritos le mamaban gallo en la escuela por el greñero de su cabeza. Tan duro estaba el asunto, que Éver tuvo que sacar fuerzas para superar su vergüenza habitual y pedirles a los patrones de su madre que le regalaran el dinero para la motilada.

Desde los 14 años de edad, mantiene a su madre con su arte de motilar
Fue a la peluquería de un señor del interior del país al que en el pueblo le decían El Paisa. Le tocó el cuarto turno. Sin proponérselo, empezó a analizar al arte de la peluquería y vio que la cuestión no era tan difícil. “Yo puedo hacer esto”, se dijo. De ahí salió directo a la casa de su abuela, la señora María Cardona Hernández, quien era costurera. Cogió unas tijeras grandes que la vieja usaba para cortar las telas más retrecheras y le propuso a una de sus primas que se dejara cortar el cabello por él. “No quedó tan trasquilada”, recuerda Éver ahora, mientras motila a César Tulio, más de 35 años después. La prima Nelis Arias no quedó muy contenta con el corte, pero tiene el privilegio de ser la primera persona que Éver Enrique motiló en su vida.

Sede de la Alcaldía de El Difícil
Después de Nelis, toda la romería de primos, descendientes de siete tíos maternos, pasaron por las tijeras nuevas que Éver había comprado. También se motilaron todos los compañeros del curso y, cuando ya habían pasado la mayoría del colegio, la señora Leonor Arias tuvo que ponerle orden al asunto. “Un momento, tienes que cobrar por motilada porque, sino, de qué vamos a vivir”, dijo la mamá. Le puso precio a la primera motilada: 300 pesos de la época. Éver había cumplido los 14 años y ya iba a pasar de la primaria al bachillerato. Fue, entonces, cuando le exigieron por primera vez los papeles. El registrador aceptó ponerle el apellido del padre sin la presencia del progenitor. Y la fecha de nacimiento de Éver Enrique Contreras Arias quedó establecida el 9 de mayo de 1966.

Paulo y César, ya motilados, esperan a que Éver termine con
mi peluqueada. Otro cliente espera su turno, mientras
esconde su cabeza peluda con la gorra salvadora
“A la edad de 14 años comencé a mantener a mi mamá y yo estaba en quinto de primaria”, dice ahora, mientras le da los últimos tijerazos a la cabeza de César Tulio Jaraba Yepes. César estaba convencido de que Éver no abriría el Jueves Santos. A mí me tocó ir con Paulo Jaraba. Cuando llegamos a la peluquería, Éver nos hizo seguir. Entonces, llamé a César y él llegó después: quedó de tercero, pero lo hice seguir antes que yo para seguir haciéndoles las preguntas pertinentes a Éver para esta crónica.

Iglesia del Santo Cristo, de El Difìcil
Éver conoció a la madre de sus tres hijos hace 18 años, cuando la futura suegra llevó a motilar a su hija. Por cosas del destino, ya Éver no vive con ella, pero tiene excelente relación con sus hijos, a quienes asiste como Dios manda porque le nace del alma hacerlo y no simplemente para no repetir la amarga experiencia de su padre.  Laura Sofía, su hija mayor, estudia, a sus 16 años de edad, Antropología en la Universidad del Magdalena. Juan Camilo, de 11 años, empezó el bachillerato. Y María Ángel, de 8 años, va adelantada en sus estudios primarios.

En tiempos normales, Éver Enrique se hace unas 25 motiladas diarias, pero en temporada alta esa cifra se puede duplicar fácilmente. “Yo no descanso: tengo un compromiso muy serio con mi clientela”, dice, mientras termina de motilar a César Jaraba: ahora me toca buscar otro tema para mamarle gallo a César en lo que resta de esta Semana Santa.

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