El pecho se hincha de
orgullo, en las venas corren turbulentos caudales, el cerebro es inundado por
fuertes ráfagas de pensamientos emotivos, los pulmones están a reventar por ese
aire que atraganta en la boca el grito mezclado de impotencia y felicidad.
Hasta que, por fin, explota todo y se escucha con nitidez y potencia la
expresión que fabricó cada uno de los órganos del cuerpo: “¡Gracias, muchachos;
gracias, Selección Colombia!”. Todavía la imagen de Jame Rodríguez, con su
rostro desencajado por el llanto, está fresca en la mente. Todavía hay quienes
siguen viendo lo que los periodistas colombianos de televisión improvisan desde
Brasil. Todavía la tristeza campea hasta por los lugares más recónditos del
alma colombiana.
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El partido Colombia-Uruguay, en una bomba de gasolina de La Gran Vía |
Hace apenas una semana, todo
era felicidad, jolgorio, fiesta, esperanza. Recuerdo el trancón inesperado en
la vía Barranquilla-Ciénaga, en la población de Palermo. La enorme fila de
carros que no se movía, la gente que se bajaba desesperada: tenían la camiseta
amarilla puesta. Ya iban a ser las dos de la tarde y si seguía el asunto así,
ninguno de los que estábamos allí nos podíamos ver el partido que la Selección
Colombia jugaría contra la Selección de Uruguay. Escuchábamos, a través de los
equipos de sonido de los carros, la narración que hacían los periodistas
deportivos de los tiros penales con los que brasileros y chilenos se disputaban
la clasificación a los octavos de finales.
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En La Gran Vía, celebraron el triunfo de Colombia sobre Uruguay |
Casi a la hora, empezaron a
moverse los carros; lentamente, hasta llegar al peaje, que estaba a menos de un
kilómetro. Ya sabíamos que el rival del que ganara el partido entre Colombia y
Uruguay sería Brasil. Todo el río de vehículos aceleró el paso para llegar
rápido al destino y ver el juego. Cuando llegamos al otro peaje, el de la
población de Tasajera, ya había iniciado el encuentro futbolístico de nuestro
equipo colombiano. Algunos viajantes parquearon sus carros en los restaurantes
de la orilla de la carretera para ver el partido. Yo preferí llegar al
municipio de Ciénaga y entré a un restaurante. Ya había ahí muchos viajeros.
Por supuesto, a la mayoría se nos salió restos de comida del bocado que
disfrutábamos por cantar, literalmente, a boca llena el gol que metió James en
el primer tiempo. Aproveché el intermedio para avanzar más en el viaje.
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El partido de Colombia, en un restaurante de Ciénaga, Magdalena |
Cuando iba pasando por las
poblaciones de la zona bananera del departamento del Magdalena, ya había
iniciado el segundo tiempo. Me detuve en el pueblo La Gran Vía, cuando escuché
que el locutor deportivo cantaba, a todo pulmón, el segundo gol. Un bombero de
gasolina miraba el partido en un televisor que había instalado al aire libre
cerca a los surtidores y vi allí la repetición del segundo gol. Los lugareños
estaban enloquecidos. Quemaban voladores de pólvora, salían en romería de un
sitio donde un grupo miraba el partido a otro lugar donde también hacían lo
mismo. Y así. Hasta que terminó el encuentro y clasificó Colombia. “Con lo mal
que jugó Brasil hoy, será pan comido para Colombia”, dijo el bombero.
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Avenida 20 de Julio, en Barranquilla:
vacía el día del partido Brasil-Colombia |
Fue una locura. La gente se
volcó hacia la carretera nacional a no dejar circular los carros. Gritaban, pitaban,
saltaban. Era una masa amarilla sin pies ni cabeza. El chofer de una tractomula
empezó a sonar las cornetas al son de los pitos de la gente y todos,
agradecidos, le abrieron paso. Yo hice lo mismo: arranqué desde la estación de servicio
sonando la bocina del carro al compás y todos me aplaudían y también me
abrieron paso. El transcurso del viaje fue una sola línea amarilla de motos con
pilotos y copilotos de camisetas amarillas, de vehículos con la bandera de
Colombia ondeante, de pitos que iban y venían, de enormes y lentas caravanas en
cada pueblo que pasaba.
El partido de hoy me lo vi
con unos compañeros de trabajo en La Cueva, el
mítico bar-restaurante donde el joven Gabriel García Márquez y su grupo de
amigos disfrutaron sus jornadas cerveceras. Por supuesto, nos cayó un chorro de agua helada con
el primer gol de Brasil, a los escasos ocho minutos del primer tiempo. Lo marcó
Thiago Silva, mediante un tiro de esquina que cobró Neymar. Sin embargo, la esperanza se mantenía intacta
para los colombianos. A los 24 minutos del segundo tiempo, David Luiz marcó el segundo
gol en un tiro libre espectacular, a 25 metros del arco colombiano. No aguanté
más: la impotencia, la tristeza, la rabia me nublaron la mente y decidí
retirarme de aquel lugar.
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El partido, en La Cueva |
Salí y fue impresionante ver
la soledad de Barranquilla. La Avenida 20 de Julio, que es un trancón constante
y eterno, estaba vacía. Me fui en silencio, sin encender siquiera la radio del
carro. Treinta cuadras más allá, en un conocido restaurante de la ciudad, vi a
un vigilante que agitaba las manos de felicidad. Me dije que debía ser un gol
de Colombia, pero proseguí mi camino en silencio. Llegué a mi casa en el minuto
88 y comprobé que Colombia había marcado el descuento. La esperanza con que mis
hijas y su madre veían el final del partido, me infundieron el valor necesario
para acompañarlas frente al televisor. La emoción creció más cuando anunciaron
que habría cinco minutos más de reposición, pero nuestros guerreros muchachos
no pudieron marcar el empate.
Excelente artículo, los colombianos estamos con dolor, con rabia, con impotencia ante el mal arbitraje, la anuencia de la FIFA, la derrota injusta de nuestra selección, pero al mismo tiempo orgullosos y satisfechos por la gran labor de nuestra selección y su director. Tenemos equipo para mucho tiempo, ánimo Colombia.
ResponderBorrarExcelente. El sueño continua.
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