Por
John Acosta
Las primeras sospechas sobre
la llegada del gas empezaron a rondar la conciencia de los habitantes del
terruño con unos enormes rollos de una manguera amarilla que habían colocado a lo
largo de la carretera que lleva a La Junta.
Los junteros, desperdigados por todo el globo terráqueo, vieron las
fotos en el grupo “Junteros BlackBerry”, subidas allí por Fabián Acosta. Y,
enseguida, se prendieron las alarmas. “¡Mierda! Al fin van a colocar sistema de
riego en los potreros del pueblo”, escribió alguien desde las tierras álgidas
de Alaska. “No, no, esas mangueras parecen para conducir gas”, replicó
enseguida una juntera nostálgica, desde los ardientes parajes del Sahara.
El asunto quedó ahí. No se
volvió a hablar ni de la manguera ni de la posibilidad de que en La Junta
instalen gas. Los junteros, diseminados por el mundo entero, volvimos a saber
de la cuestión solo hasta unos dos meses después, cuando Marcial Miguel Mendoza
Romero subió, esta vez en el grupo “Junteros en Whatsapp”, unas fotos de
operadores instalando la tubería para que la gente del pueblo disfrute de este
vital servicio. Entonces, la nostalgia nos embriagó a todos (Haga click aquí para leer un texto sobre el grupo Junteros blackberry y Junteros en Whatsapp)
Desde la muy hermosa Cartagena de Indias, Jako recordaba el cucayo con salsa que secocinaba en el fogón de leña. Komaye añoraba, desde Medellín, la arepa que la señora Elena, su abuela, asaba con el carbón de los palos cortados en el monte. Rossy López evocaba el guiso de gallina criolla: “¡esos huesitos son sabroooosos! Yo no aprendí a prepararlos. Los hacía mi papá y le quedaban de rechupete”, escribió en el grupo. Su hermana María Judith, que también vive en Valledupar, dijo que iba ir a La Junta a comerse un cucayo de arroz de fideo (“de palito”, llaman en Barranquilla a ese arroz) con queso rallado, “antes de que cambien el fogón natural por la estufa de gas”, concluyó. Carmen Córdoba replicó, desde la propia Junta, que ella acababa de comerse un plato de esos. “Acompañado con un friche”, remató. Mi compadre José Jaime Daza dijo, desde la mina carbonífera del Cerrejón, que no había nada comparable al olor a humo del asado de chinchurria. Hasta Letty Acosta, en Sincelejo, y su hermanas Marleny, en Codazzi; Mariela y Claudia, en Cucúta, y Martha, en Valledupar, recordaban el anochecer con el bollo asado que habían guardado del desayuno.
Yo recordé las madrugadas en
que la Vieja Aba, como le decían a mi abuela en La Junta, se levantaba a untar
el fogón. Cogía una vieja escoba sin palo para barrerle la ceniza dejada por la
cocinada del día anterior y la iba a botar en un rincón del patio. Le acomodaba
la leña roja (nunca cocinó con madera de otro color. De hecho, devolvía la
carga cuando alguien llegaba con su burro a venderle unos troncos blancos, por
ejemplo), le echaba las astillas que recogía de la misma pila de leña, le
untaba querosén extraído del mechón con que se alumbraba y le tiraba un fósforo
globo (de los de palito de madera: nunca se acomodó a los nuevos y modernos fósforos de
espermita porque eran pequeños y cuyos palitos eran de papel encerado).
El maíz que molía había sido
cocido en el mismo fogón la tarde anterior, después de pilarlo ella misma. El
fogón duraba prendido todo el día en la cocina de barro. Hasta que lo apagaba en la noche, antes de acostarse. Nunca hizo el café de
leche en olla porque quedaba más sabroso en caldero. Yo me peleaba el cucayo de
la leche con mi primo Álex. Mi abuela intervenía en la disputa con una decisión
salomónica: si yo raspaba el de la leche en el desayuno, Álex raspaba el del
arroz en el almuerzo.
Definitivamente, la llegada
del gas natural domiciliario a La Junta ha servido para revivir los remotos
recuerdos vividos al pie del fogón de leña y que la nostalgia se niega a sepultar.
Esto me recuerda mi infancia y aquellos visitas a Martínez, corregimiento de Cereté, Córdoba. Donde vivía mi bisabuela, quien disfrutaba tanto de su fogón de leña, ese fue su mal. Siempre se resistió a que le instalarán su gas natural. Y obviamente nosotros disfutabamos tanto una sopa de arroz, o una exquisita sopa de gallina. Tiempos aquellos. Excelente escrito, mi profe. Como siempre. Saludos!
ResponderBorrarEsto me recuerda mi infancia y aquellos visitas a Martínez, corregimiento de Cereté, Córdoba. Donde vivía mi bisabuela, quien disfrutaba tanto de su fogón de leña, ese fue su mal. Siempre se resistió a que le instalarán su gas natural. Y obviamente nosotros disfutabamos tanto una sopa de arroz, o una exquisita sopa de gallina. Tiempos aquellos. Excelente escrito, mi profe. Como siempre. Saludos!
ResponderBorrarBuena crónica profesor...se siente la nostalgia por la tierra y el amor por las viejas costumbres.
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