Por John Acosta
Estamos diseminados por las
lejanías de los cuatro puntos cardinales del planeta y, aún así, nos reunimos
todos los días, a cualquier hora, a darle rienda suelta al don con que la
sagrada naturaleza nos dotó a los oriundos de La Junta: mamar gallo (Haga click aquí para conocer una semblanza de este pueblo). Y lo
hacemos como sabemos hacerlo: sin escondrijos de ninguna índole, en medio del
más agotador de los trabajos o en la más disímil de las actividades cotidianas:
subidos en un poste de energía, en donde se arregla un cable eléctrico o
arrastrando un carrito de supermercado en cualquier ciudad del mundo o sentados
desnudos, al borde de la cama, con la pareja acostada, desnuda también,
revolcándose de la risa al escuchar las ocurrencias de un paisano remoto, segundos
después de haber retozado de amor con quien lee el chat en voz alta.
Y todo sucede al mismo
tiempo, en los más variados lugares y climas: desde el sol agobiante del
desierto del Sahara al medio día hasta el penetrante frío del hielo nocturno de
Bariloche. Y, entonces, el calor del
Sahara se traslada a Bariloche y el frío de Bariloche se va al Sahara, en centésimas
de segundos, debido a la habilidad innata del juntero que, por los avatares de
la vida, le tocó emigrar a esos distantes lugares para rebuscar el sustento
físico a costa, incluso, del apoyo espiritual.
Fabián Acosta Sierra |
Es decir, muchos junteros
hemos salido de nuestro terruño a buscar una forma material para subsistir,
pero la nostalgia por los amigos de infancia, por el quehacer diario de nuestro
pueblo del alma nos carcomía las entrañas anímicas. El no saber qué es de la
vida de las personas con que jugábamos El Escondío, La Lleva, en fin, de los
papás y demás familiares de esos muchachos con quienes nos dábamos trompadas
juveniles, pero también (y sobre todo) abrazos de felicidad, nos arrugaba el
espíritu. El no tener ni las más remota idea de qué ha pasado con la muchachada
con la que nos chupábamos todo un día de sol nada más para tener el gusto de
disfrutar las deliciosas aguas del pozo que se hacía en El Salto, del río que atraviesa
al pueblo y lo divide en dos, el no tener ninguna razón de ellos, nos palidecía
el alma.
Afortunadamente, la tecnología
llegó para resarcir, en gran medida, ese sufrimiento que agobiaba a los
junteros lejanos. Fabián Acosta Sierra, un juntero de pura cepa que trabaja en
la mina carbonífera del Cerrejón, tuvo
la brillante idea de crear un grupo que se llama Junteros BlackBerry e invitó a unirse a él a todos los paisanos que
teníamos ese aparatico inteligente, inventado por una compañía canadiense. Ahí
fue Troya. En poco tiempo, ese grupo se convirtió en la cafetería en donde nos
reunimos a diario, a cualquier hora, los junteros regados por el mundo entero a
reírnos, en tiempo real, de nosotros mismos. El grupo es una eterna mamadera de
gallo (Haga click aquí para conocer otro aspecto del juntero).
Por supuesto, no todos los
junteros han sido seducidos por el BlackBerry. Más demoró en salir la
aplicación WhatsApp, disponible para
todos los teléfonos inteligentes, que Fabián Acosta en crear un grupo en esta
nueva plataforma: Junteros WhatsApp. Ahora, los junteros nostálgicos,
que somos todos, tenemos dos cafeterías en donde encontramos, cuando lo
deseemos, con nuestros paisanos, estén donde estén (Haga click aquí para leer un ejemplo de cómo chatearon los junteros sobre la llegada del gas domiciliario a su pueblo ).
Como todos los seres humanos, los junteros tenemos días
en que nos levantamos con nuestro pie izquierdo. Y, entonces, todo nos hiede.
También, claro, chocamos con todo. Pues bien, ha habido casos en que alguien,
envuelto en esos nubarrones del mal día, se disguste por la mamadera de gallo
de otro. Y, como decimos los colombianos, da la piedra; es decir, se enoja.
Peor: le caemos todos, desde cualquier lugar del mundo, a echarle sal a la
sangrante herida que se dejó abrir por un mal día. No tiene más remedio que
echar a los cuatro vientos su mal genio y volver al redil con su humor
rescatado.
Ha sucedido algunas pocas veces que el aludido no
dio su brazo a torcer y prefirió abandonar el grupo, resentido por los rayos y
centellas que cayeron sobre él (o ella), salpicados, obviamente, del más cruel
humor juntero. Entonces, aparecen comisiones de junteros que visitan el chat
privado de la oveja descarriada y la convencen de regresar al grupo. O ella,
por sí sola, agobiada por la soledad y la falta de compañía juntera, regresa
con su capacidad de mamar gallo elevada a la máxima expresión.
Los junteros, regados por toda la bolita del mundo,
obligados por las circunstancias, ya tenemos una poderosa razón para sentirnos
dentro de nuestro pueblo, estando a muchas leguas de distancia de él.
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