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Luis Miguel Acosta Acosta, el Tone |
Fuimos cómplices en la corta
vida que conllevamos, siendo yo un niño y él, un anciano ya. En las mañanitas,
le llevaba el cepillo dental con su porción de crema aplicada, el jarro de agua
y la ponchera de peltre; entonces, él se sentaba en su hamaca, se ponía la
ponchera en los muslos de sus piernas, tomaba el cepillo con la mano derecha y
el jarro con la izquierda. Y se lavaba los dientes ahí, en medio de la penumbra
del aposento que compartíamos todos, iluminados apenas por la luz del sol
naciente que se colaba entre las soleras y las hendijas de la ventana de la
calle y la puerta del patio: ambas cerradas todavía.