La intermediación de Raúl Castro ha sido fundamental para que Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez avancen en los acuerdos de paz |
Por
John Acosta
Lo vi acercarse, con su rostro
adusto, y supe que algo grave le había pasado. El politólogo ruso Vladimir Potostki
no ocultaba su decepción cuando llegó hasta mí. Facilita el curso de Sociedad y
Cultura para la Paz, que los estudiantes de todas las disciplina de la
Universidad Autónoma del Caribe deben tomar como parte de su formación humanística.
“Estoy asombrado de ver cómo los muchachos se
oponen, y con qué fervor, al proceso de paz entre las Farc y el Gobierno
colombiano”, me dijo. Tiene a su cargo nueve de los 14 grupos que este semestre
salieron de esta asignatura. Cada grupo tiene un promedio de 50 estudiantes. “Es
lo que te he dicho siempre, Vladimir: las Farc, con sus actos, han derechizado
a este país. Además, la desconfianza es
enorme por la serie de esperanzas truncas en todos los procesos de paz
anteriores”, le dije, pero lo animé: “lo que sí te aseguro es que, apenas las
Farc firmen la paz, en agradecimiento a ese acto, a todo el mundo se le
olvidará lo malo que hicieron, se va la desconfianza actual como por arte de
magia, y, a la vuelta de unos diez años, Timoleón será presidente”.
“Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”: Papa Francisco. |
Yo mismo, en este blog, he manifestado
mi desconfianza con la sinceridad de las Farc. La historia había demostrado que
esta guerrilla aprovechaba la mano tendida para fortalecerse política y
militarmente. Cada nuevo proceso de paz, levantaba una esperanza renovada en el
corazón de los colombianos. Hasta que, otra vez, venía la decepción. El mismo
Papa Francisco lo dijo, en una frase que la publicidad televisiva del gobierno
colombiano ha usado para que los compatriotas aceptemos el proceso: “Por favor,
no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y
reconciliación”.
“Hay que derrotar a la guerrilla para luego negociar con ella”: Alfonso López Michelsen |
Surgieron, por supuesto, los
fundamentalistas de la paz, que nos tildan de guerreristas a quienes
advertíamos lo que pasó en el pasado. Obviamente, yo también milité en ese
dogmatismo pacífico antes de que la dura realidad de los once procesos fallidos,
con cinco gobiernos que los impulsaron, me empujara a la indiferencia de ahora.
En mi época de ortodoxo pacífico, recuerdo que el expresidente Alfonso López
Michelsen dijo que “hay que derrotar a la guerrilla para luego negociar con
ella”. Obviamente, mi pacifismo fanático no podía aceptar ese argumento: “¡Qué
ridiculez! Entonces, si ya se derrotó, ¿para qué se va a negociar con ella?”,
ridiculizaba yo al líder liberal en cada oportunidad.
Hay que reconocer que la firma del acuerdo de justicia transicional es un gran paso: falta esperar que los condenados de las Farc acepten las penas |
Cuando las duras embestidas de
la subversión en contra del Estado me fueron sacando de
la candidez, me di
cuenta que los hechos demostraron que López Michelsen tenía razón: mientras sentía
que iba ganando la guerra, la guerrilla no iba a firmar la paz, pero cuando se
sintieran duramente golpeadas sí lo harían. Por eso, firmaron las agrupaciones
armadas M-19, Quintín Lame, la mayoría del Ejército Popular de Liberación (EPL)
y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Fue por la misma razón
por la cual las Farc le mamaron gallo al Estado y al pueblo colombiano en el
proceso de paz del Caguán: sentían que iban ganando la guerra.
Hasta que a las Farc se le
propinaron los golpes más contundentes de su historia en el gobierno de Álvaro
Uribe. Esto último, por supuesto, no les gusta nada a los furiosos antiuribistas
de este país; sin embargo, fue un filósofo de la izquierda moderna, Fernando
Savater, quien vino a ratificárselos a Colombia. El escritor español estuvo en
nuestro país en noviembre de 2014. Le concedió una entrevista a Yamit Amat,
publicada en el diario El Tiempo. En una de sus respuestas, Savater confirma,
con sus propias palabras, lo que ya había dicho López Michelsen: “Creo que sin
lo que hizo Uribe no habría la paz de Santos. El paso que dio Uribe en cuanto a
seguridad fue fundamental para luego ir más allá. Para buscar la paz, los dos
han sido necesarios; cada uno en su papel”, dijo.
En este sentido, la verdad, no
creí que las Farc estuvieran tan seriamente golpeadas como para pensar en negociar
con ellas por ahora. Por eso, voté por Juan Manuel Santos en su primera
elección: prometió seguir atacándolas, como lo hizo Uribe. Esa fue la misma razón
que me llevó a no votar por su reelección. Me pasó igual que a los 450
estudiantes del profesor Vladimir Potostki: no creía en la sinceridad de las
Farc para llegar a feliz término en un proceso de paz. Debo reconocer, sin embargo,
que lo que pasó ayer, 23 de septiembre, en La Habana me hace pensar que esta
guerrilla sí quiere desmovilizarse.
El acuerdo entre el gobierno
de Juan Manuel Santos y las Farc sobre justicia transicional, firmado ayer en
La Habana, es un enorme avance del proceso de negociación que se desarrolla en
la capital de Cuba.
Jamás pensé ver al máximo
líder de las orgullosas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc)
decir que estaban dispuestos a pagar por lo que han hecho: “Resaltemos que, aun
habiendo pagado un alto costo por rebelarnos contra la injusticia; sufriendo
también nuestros familiares y allegados las consecuencias de la represión,
poniendo en peligro hasta sus vidas, como insurgentes, estamos dispuestos a
asumir responsabilidades por nuestras actuaciones a lo largo de la resistencia”.
Preocupa el pero inmediato que
le puso a su frase: “pero nunca por lo que interesadamente nos imputan nuestros
adversarios, sin ningún fundamento ni fórmula de juicio. Como se refleja en el
último informe de la fiscalía de la Corte Penal Internacional sobre Colombia,
la insurgencia ha sido perseguida implacablemente, con todo tipo de medidas y
procedimientos; no han sido las organizaciones guerrilleras las que han
disfrutado de impunidad, sino los agentes del Estado y los grupos paramilitares”.
La preocupación inicial
languidece un poco cuando, más adelante de su discurso, el mismo comandante Timoleón Jiménez dice que “es necesaria
una gran jornada de contrición en la que se pueda juntar el universo de la
gente involucrada en el conflicto –combatientes y no combatientes-, para
limpiar las conciencias, ofrecer verdad, y asumir responsabilidades”. Esperemos
que así sea.
Satisface mucho saber que,
entre ambos, acordaron, por fin, una fecha límite para firmar la paz: el 23 de
marzo de 2016.
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