Por John Acosta
El primer brote de alarma vino cuando la persona que me
recibió la denuncia, en la inspección de policía, me dijo que, últimamente,
eran muy frecuentes ese tipo de pérdida. “Esas placas ya no las están pegando
bien”, me dijo. El segundo campanazo de alerta me pegó en el momento en que el señor que me le tomó las improntas al carro,
en la Secretaría de Movilidad de Barranquilla, me confirmó la cuestión, sin
preguntárselo. “Le cuento que yo creo que esas placas ahora las pegan será con
moco”, dijo con una determinación sincera. “A cada rato, viene gente aquí para
lo mismo”, remató.
Todavía no sé qué
pasó exactamente con la placa del carro. Lo cierto es que tomé la calle
14 porque iba, a pleno medio día, de Barranquilla hacia Santa Marta. Empezó a
llover fuerte. Cuando iba llegando a la carrera 17, vi que el arroyo era
impresionante. Entonces, me desvié para tomar otra calle y, en la siguiente
esquina, quedé atrapado por tremenda corriente de agua. El automóvil casi se
apaga. Metí la primera, aceleré y salí al otro lado. Afortunadamente, pude llegar
al puente sobre el río Magdalena, ya a la salida.
Todo el viaje fue en medio del aguacero. Llegué a Santa
Marta, parqueé el carro en el sitio donde debía hacer mis vueltas. Salí de
Santa Marta, todavía en medio de la lluvia.
Llegué a las nueve de la noche a mi casa. Noté que el portero del
conjunto residencial, donde yo vivía, miraba con extrañeza al carro y no se atrevía
a abrirme la puerta. Bajé el vidrio y el hombre me sonrió. “¡Ah, es usted! Es
que como el automóvil le falta la placa de adelante, no sabía si era el suyo”,
me dijo.
La dictadura de los
comparendos electrónicos
Como uno de los requisitos para solicitar la copia de la
placa es estar al día con el pago de multas y comparendos, me acerqué a
averiguar por el estado de mi cuenta. “Tiene cuatro multas por comparendo
electrónicos, dos en Barranquilla y dos en Puerto Colombia”, me dijo la recepcionista.
“Pero todas tienen rebaja del 50%”,
trató de consolarme. Y me dio un turno para pasar a donde una de las personas
que le dan el volante de pago. Cuando llego al sitio, la dama que me atendió me
confirma que tengo rebaja.
Le pido que me explique por qué son los comparendos. Uno es
por haber quedado sobre la cebra en un semáforo. Recordé perfectamente esa
tarde. Había un trancón de los mil demonios. El semáforo cambió a rojo, pero yo
estaba sobre la cebra. No quise continuar para no obstaculizarle el paso a los
otros vehículos. Un taxista se detuvo frente a mí, bajó el vidrio y me gritó
desde su ventanilla, con una actitud de solidaridad: “¡Muy amable de su parte,
pero hubiera seguido porque la cámara no sabe de eso!”.
Tenía razón. Ese aparato electrónico no graba que hay un
trancón, tampoco tiene en cuenta el acto de civismo de no continuar para
permitirle el paso a los otros carros que pasaban horizontalmente: es una vil
máquina. Recordé la dictadura de los aparatos mecánicos y electrónicos que
narran en la saga de Terminator. Le conté la anécdota a quien me atendía. “Entonces,
este no tiene la rebaja del 50% porque usted fue notificado. Y se le cobra con los intereses de mora”, me
dijo ¿Podrán creerlo? Lo peor es que el otro comparendo tiene sello de
devolución dizque porque no encontraron la dirección de la casa, ¡siendo que es
la misma de este que, supuestamente, sí fue notificado! ¡Contradictorio!
Por
supuesto, no acepté tal atropello ¿A quién me dirijo para reclamar? ¿Se agotó
ahí el recurso? ¿Acaso la razón de pegar mal las placas es para obligarlo a uno
a notificarse de comparendos injustos como ese? No hay que olvidar que los
servicios de instalación, operación, mantenimiento y procesamiento de datos e
imágines registrados por estos equipos
los tiene un particular, mediante un contrato que va hasta el año 2026
¿Cuál es el porcentaje que gana este particular por cada comparendo? ¿Cómo hago
para demostrar que había el trancón esa tarde? ¡Es horrible esta impotencia que
se siente!
Acabo de enviar un correo electrónico a la Secretaría de
Movilidad de Barranquilla a ver si, por lo menos, recapacitan y me rebajan el
50% de este comparendo. Esperaré la respuesta.
El otro comparendo es por exceso de velocidad: yo iba a 60
kilómetros por hora, según el registro. Le digo a la niña que me atiende que
tengo entendido que la velocidad urbana máxima
es esa. ¡Entonces, me dice que en el sitio donde está esa otra cámara es de 30!
Ahí no hay colegio, ni hospital, ni nada que uno pueda suponer que se debe
bajar la velocidad a 30 ¡Por Dios, quién nos salva de la voracidad de este
contrato particular!
Mañana iré a Puerto Colombia a que me notifiquen los otros
dos comparendos. Por lo visto, tendré que vender el carro para poder pagarle al
señor de las cámaras: ¡lo que vale que un arroyo le lleve a uno la placa de su
carro!
Profesor Jhon Acosta; en medio de tantas situaciones amargas que traspasa la universidad me da un poco de tranquilidad saber que existen docentes que se preocupan por el bienestar de los estudiantes, y sobre todo que nos les da miedo expresarse; yo estoy de acuerdo con cada palabra escrita en este articulo, y pienso que en este momento lo que necesita la universidad es cortar vínculos que la perjudican de una u otra forma, en lo personal también escuche comentarios de melancolía y tristeza por parte de los profesores de ingles y realmente si me conmoví. A demás de concordar son su pensamiento también creería que la problemática que se presento con los profesores de ingles es complicada y esta envuelta con muchas razones validas para alegar todas las decisiones que perjudicaron sus empleos, es apenas normal que exista la necesidad de expresar ese sentimiento pero, ¿qué intención puede tener expresarlo a los estudiantes?, de cualquier forma no pueden hacer ningún cambio frente a ello.
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