(Como un homenaje al gran cronista que hoy partió para siempre, Comarca Literaria publica, por primera vez, un texto que no es escrito por el autor de este blog, y del cual hace referencia en este link: http://comarcaliteraria.blogspot.com/2012/11/hasta-luego-ernesto-maccausland.html )
Aquel día de San Rafael
Arcángel, Esmelín Pérez amaneció con un guayabo clínico que no le permitía
levantarse de la cama. Ignoraba que era el gran día de su vida.
Días atrás, había
aparecido en el pueblo de Albania, Fabio Esteban Barrera, un antioqueño alto y
locuaz que sorprendió a todo el mundo con sus conocimientos de música
vallenata. Era representante de la firma que muy pronto iniciaría la extracción
de carbón en las adyacentes e inexploradas minas de El Cerrejón. El antioqueño
le entregó a Esmelín un formulario para trabajar en la Mina. Esmelín, que
acababa de terminar su bachillerato, no tomó muy en serio la propuesta. ''Llené
el formulario así como quién no quiere la cosa", cuenta hoy Esmelín, cuya
aspiración era más bien
seguir estudios de Agronomía en la Universidad de Córdoba. Pero allí no lo
habían aceptado.
Jamás en su vida Esmelín había visto un
pedazo de carbón. "¡Qué iba a pensar yo que iban a llenar todo esto de
máquinas!", cuenta hoy.
La noche anterior, víspera de San Rafael,
la pequeña población de Albania estuvo de fiesta. Hubo acordeón de la buena,
ríos de whiskie importado y almas delirantes hasta el amanecer. Esmelín,
fiestero como buen guajiro, se sumó
a aquel jolgorio desbocado y esa mañana de octubre estaba pagando las
consecuencias.
Hacia el mediodía, cuando su guayabo
hervía en medio del calor agobiante, fueron a buscarlo; fueron a avisarle que
lo habían seleccionado para trabajar en la mina. Pero lo encontraron tirado
en la cama, en un estado tan lamentable, que no le avisaron nada. Hasta ese
momento, y sin saberlo, Esmelín estaba quedando por fuera del grupo de
bachilleres pioneros que iniciarían la explotación.
Años más tarde, en 1991, en el Cerrejón
habían de extraerse trece millones y medio de toneladas en un año. Con Esmelín
a bordo, desde luego, porque dos días después de las fiestas de San Rafael,
cuando el guayabo hubo desaparecido, se fue para el Campamento, dijo que estaba
dispuesto a trabajar, juró que no volvería a emborracharse y finalmente fue
aceptado en el nuevo proyecto.
—o—
Hoy día, Esmelín Pérez trabaja en
coordinación, anda en una camioneta rondando el denominado "hueco"
de la mina y tiene fama entre sus compañeros de ser un magnífico trabajador.
"Es un teso manejando cualquier máquina", dice Norman Daza, que
también hace parte de aquel grupo de pioneros.
Pero en 1983, cuando empezó a trabajar,
Esmelín no tenía ni idea de cómo funcionaba nada. Al grupo de aprendices le entregaron
diez tractores D9L para que practicaran y les asignaron instructores
norteamericanos para que los enseñaran. Pero la cosa no fue fácil. "La
verdad es que yo a esos gringos no les entendía nada", cuenta hoy Esmelín.
Por eso, el primer día que le soltaron uno de los diez tractores, Esmelín trató
de tumbar un árbol gigantesco y éste se le vino encima, reventando los vidrios
y causándole graves daños al tractor. Usados y abusados por el grupo de
aprendices, los diez tractores quedaron muy pronto inservibles. Pero para algo
sirvieron. Aquellos tractores fueron herramientas claves para la labor de
descapote que los 50 pioneros iniciaron en enero de 1983, no solo con
maquinaria de ese tipo, sino con picos, palas, machetes o la herramienta básica
de la naturaleza: las manos peladas.
—o—
El alemán Max Schmeling fue un campeón
mundial de los pesos pesados que en un memorable combate en 1936 noqueó a la
gran leyenda del boxeo: A "El Bombardero de Detroit", el inigualable
Joe Louis, quien sufrió así la primera derrota de su vida. Entusiasmado con la
contundencia de aquel gigante del ring, Hitler lo convirtió en un ejemplo de
sus teorías sobre la supremacía aria, hasta que el mismo Louis tomó venganza y
lo derrotó en 1938, reventándole dos costillas y avergonzando mundialmente a
Hitler.
Esmelín Pérez no se parece en nada a Max
Schmeling. No es alto y es moreno oscuro, como su padre, don Loreto Pérez. Por
eso, Esmelín no alcanza a explicarse por qué su padre le puso ese nombre.
Esmelín sabe que fue por Schmelin. Únicamente.
Pero así ha sido siempre don Loreto,
obstinado, impredecible. Fabio Esteban Barrera conoció a Esmelín cuando trataba
de comprarle a don Loreto sus tierras para el proyecto de El Cerrejón. Don
Loreto jamás quiso vender ni ha querido hasta el sol de hoy.
Loreto Pérez es oriundo de Albania, así
como sus padres, abuelos y bisabuelos, que vivieron en esa población cuando
quedaba en otro lugar. Al fin y al cabo, Albania hace parte de ese gran
departamento mágico de La Guajira, donde hay poblaciones que desaparecen un
día de un lugar y aparecen luego en otro.
Esmelín Pérez creció entre Albania y la
población de Remedios, donde vivía su tía Ana Lucía Asís. La primera gran
lección de prudencia en la vida la recibió a los diez años, precisamente en la
casa de su tía. Estaba cocinándose en una olla gigantesca un sancocho de conejo
y Esmelín trató de robarse una presa. La olla le cayó encima y los quemones le
sirvieron como lección.
Hoy día, Esmelín sabe perfectamente que las
cosas se ganan con trabajo. Así se lo hizo saber en una ocasión al periodista
José Fernández Gómez. Un grupo de empleados de Intercor fue invitado al
programa de Fernández Gómez en la televisión nacional y Esmelín fue seleccionado.
Cuando el periodista español le preguntó que por qué trabajaba en la mina, la
respuesta que disparó Esmelín aún es recordada con risotadas entre sus
compañeros. "Por el cururu", dijo. Lo cual, en castellano puro, no
es otra cosa que ''por el dinero".
—o—
De aquel escuadrón de cincuenta pioneros
aún queda más de la mitad, repartidos entre Caciques, Conquistadores, Tesos y
Fuetes, los cuatro grandes grupos de trabajadores. Muchos de ellos, como
Esmelín, tienen responsabilidades muy delicadas en la operación de un proyecto
colosal, que les demanda conocimientos, concentración y dedicación a sus
operarios.
Pero en enero de 1983, cuando fueron
contratados para que iniciaran el proceso de montaje, llegaron al primer campamento
sin la más mínima idea de lo que el destino tenía para ellos.
Duraron tres meses en el pequeño ''Campamento
de Tabaco" recibiendo extensas charlas, viendo películas y matando el
aburrimiento con fogosos partidos de fútbol. Luego, comenzaron el proceso de
descapote en el territorio de la mina, para lo cual los llevaban y traían
diariamente en una busetica.
No obstante, a pesar de lo intensivo del
entrenamiento, a pesar de que ya les habían enseñado todos los módulos de
aprendizaje, a pesar de que destruyeron los diez tractores D9L que les llevaron
para el entrenamiento, a pesar de que teóricamente sabían todo lo que
necesitaban saber, la sorpresa fue mayúscula cuando una tarde de agosto de
1983 encontraron el primer manto de carbón.
''A nosotros nos habían explicado ya,
que el carbón venía en mantos", cuenta Esmelín. "Pero la verdad es
que uno nunca alcanza a imaginárselo así. No sé por qué. Pero yo pensaba que
venía sopladito".
El hallazgo del primer yacimiento de
carbón causó revuelo entre el grupo de pioneros. ''Fue como encontrar una mina
de oro", cuenta Julián Brito. Como si se tratara de un hallazgo sagrado,
los trabajadores dejaron el manto intacto. Es decir, no hubo explotación
inmediata. Sólo recogieron algunos pedazos para llevárselos a sus familias, en
sus pueblos. Así, para esa época, las casas de los pioneros fueron escenarios
de una romería de vecinos que acudían maravillados a contemplar la exótica
piedra negra que surgía de su tierra.
Fue un día inolvidable para ellos. Aquel
primer hallazgo hizo palpable la realidad de que aquellos suelos y subsuelos de
"El Cerrejón" estaban repletos de carbón, confirmando un
descubrimiento que se había hecho decenas de años atrás.
—o—
Desde aquel día inolvidable en que
encontraron carbón por primera vez mucho ha sucedido. Hoy, diez años después,
el Cerrejón es una de las minas a cielo abierto más importantes del mundo,
dotada de grandes comodidades y avances tecnológicos.
Esmelín Pérez vive con su familia en
Albania. Ya tiene casa propia y aspira a comprarse una finquita muy pronto
para ser ganadero como su padre. Pero eso no será por ahora, afirma, mientras
contempla con ojos maravillados el gran "hueco" de carbón, "Por
ahora hay mucho carbón que sacar".
Publicado en la revista Intercor en sus manos, número 1, febrero de 1992
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