Por John Acosta
La Guajira era sólo un
pedazo de tierra que se adentraba al mar como escudriñando, en el vaivén de las
olas, los misteriosos mensajes de otros mundos lejanos. Y habitada por gente
estupefacta que no lograba responderse todavía qué se había hecho el pasado
inmediato de una riqueza efímera, pero ruidosa, que la mantuvo en un estado de
éxtasis esquizofrénico. La producción y comercialización de marihuana había
pasado como una ráfaga de viento que los mantuvo a todos en el vilo de la
opulencia desbordada. Fue una especie de máscara carnavalesca que representó la
comedia real de una felicidad sin límites: los envolvió en un limbo de
fantasías alcanzables en donde creyeron permanecer hasta más allá de la
eternidad.
Pero el ventarrón pasó y los devolvió a
su mundo real de personas comunes y corrientes, enfrentadas ahora a los
estragos causados por el vendaval de la bonanza maldita. Como si fuera poco ese
duro reencuentro con su vida cotidiana, los guajiros tuvieron que vérselas cara
a cara con la tremenda crisis del mercado entre Colombia y Venezuela. Era, sin
duda, una dura prueba que el destino les atravesaba como castigo, quizás, a los
desmanes gloriosos de ese pasado reciente.
Así era el triste panorama a principios
de los años 80. Quedaban los inmensos peladeros en los cerros, en donde antes
lucían sonrientes los bosques, que fueron devastados para darle paso a la
locura desbordada de la mala hierba. Las calles de los pueblos lucían sus
locales comerciales con estantes, atiborrados de productos que nadie compraba y
con el dueño dormitando sobre el asiento de cuero, en el centro del negocio,
cansado de esperar el anhelado cliente que no llegaba. La gente permanecía a
toda hora sentada en los parques o debajo de las sombras de los almendros y
trupillos que estaban al frente de las casas, tratando de ahogar sus penas en
las profundidades de los recuerdos crueles del tiempo de la bonanza.
Sólo quedaba eso. Y, gracias a Dios, la
poesía. La misma que se metía por las soleras y por las rendijas de las casas
con la brisa fresca y suave del amanecer para avisarle a los durmientes que
empezaba un nuevo día, se descolgaba por los rojizos atardeceres en la lejanía
del horizonte para deleitar las miradas turbias de la gente triste, se
manifestaba en las figuras ensoñadoras que formaban las nubes en su deambular
por el cielo: aparecía en todas partes hasta llenar a La Guajira entera con el
esplendor de su encanto.
La misma poesía que
inspiró a los hombres emprendedores a buscar la solución a la crisis que se
vivía.
La esperanzadora
realidad de los grandes proyectos mineros y energéticos los sorprendió a todos
en el marasmo del desconcierto. La escasa capacidad productiva y de oferta de
servicios en la región no podía responder a las repentinas y nuevas demandas
que generaba la magnitud del inicio de la producción de los grandes yacimientos
minerales de la península.
Se necesitaban organismos
eficientes que contribuyera a aumentar la producción de la micro y pequeña
empresa mediante el fomento y a orientar hacia las nuevas demandas de la
economía regional a través de capacitación, asesoría integral y financiación
con bajos intereses. Es decir, se necesitaban organizaciones no gubernamentales
que llegaran a la gente desfavorecida con planes concretos de financiación para
pequeñas unidades productivas, que no podían tener acceso a los bancos y
quedaban expuestos a los agiotistas.
Un Comité integrado por
la empresa estatal (y ya desaparecida) Carbones de Colombia -Carbocol, la
Cámara de Comercio de Riohacha, la Universidad de La Guajira y Planeación
Departamental, impulsó la creación de una fundación como alternativa de solución a los problemas de la
época. En esas circunstancias, nació, en 1984, Fundación para el Apoyo Artesanal,
Micro empresarial y Comercial de La Guajira, que recibió inmediato apoyo y
respaldo de las empresas carboníferas y gasíferas del departamento.
Fue un primer grano de
arena que se convirtió en el organismo no gubernamental
de mayor proyección social en el departamento. Desde que inició labores en la
sede administrativa del Sena, se encaminó a desarrollar su labor encomiable en
favor del progreso.
Han nacido otra, que
hoy cuentan con un historial de servicio que las han convertido en uno de los
pilares del desarrollo de La Guajira. Han logrado realizar convenios con
entidades internacionales y estatales para incrementar los programas de
beneficios a la comunidad guajira.
Se han dedicado a
estimular y apoyar la conformación de Grupos Solidarios de producción entre los
sectores de más bajos ingresos, promover la generación de empleos mediante la
financiación y diversificación de la pequeña empresa.
La Guajira ya no es
sólo un trozo de tierra que penetra al océano. Es también un cúmulo de gente
con empuje, que, como la península, mira siempre hacia al norte, buscando los
nuevos rumbos de progreso y bienestar que les espera. Falta mucho por hacer, por supuesto. Aún hay
mucha pobreza y miseria en La guajira, pero hay que abonarle a estas
fundaciones el que sigan contribuyendo
a que mucha gente alcance los sueños esperados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte