Por John Acosta
Domingo Pino, en compañía de su esposa Beatriz y de sus hijos Mariana Milena y el gran David Hernando |
Otro tío hubiera
saltado de la alegría al leer semejante noticia sobre su sobrino. Pero Pablo
Antonio estaba acostumbrado a las felicitaciones de sus colegas profesores por
la inteligencia de David Hernando. El muchacho le había entregado a su familia
la satisfacción anual de ocupar siempre el primer puesto en su curso, desde que
hizo su primer año en la Escuela 27 para Varones, en el barrio Rebolo. El mismo
tío había sido profesor suyo de física y cálculo y no dejó de sorprenderse
nunca con el rendimiento académico de David. El único sentimiento que experimentó,
entonces, mientras se guardaba el papel doblado en el bolsillo de su camisa,
fue el de tener la enorme felicidad de llevarle personalmente la gran noticia
al sobrino de su orgullo.
Fue grande la desilusión.
Cuando llegó a la casa de su hermano Domingo Pino, el orgulloso padre de David,
fue el propio sobrino quien lo recibió alborozado de alegría: "¡Carajo,
tío, me gané la Andrés Bello!", le dijo. Hasta el mismo papá del muchacho,
que se encontraba a cinco horas de distancia ganándose la vida en los talleres
de Mantenimiento de una empresa minera, sabía ya la noticia. Su hijo lo llamó
para informarle apenas colgó el teléfono de la vecina, a donde entró la llamada
del rector para anunciarle la nueva buena.
El gobernador del
Atlántico, Nelson Polo Hernández, le entregó en una ceremonia especial a David
Hernando y a otros dos estudiantes de colegios diferentes, que también habían
sido distinguidos por el Ministerio de Educación, la condecoración Julio Enrique Blanco De La Rosa por
haber sido los mejores bachilleres del Departamento del Atlántico en 1996.
Cada vez que se le
infla el pecho para respirar de alegría por una nueva satisfacción que le
entrega su hijo, Domingo Pino no puede evitar recordar la tarde aquella en que
un anciano de más de 70 años dictó, en la mitad de la calle, la sentencia que
regiría el destino del entonces pequeño David Hernando. El niño tenía apenas
tres años de edad y el anciano pasaba todos los días frente a la casa del
popular barrio Rebolo, de Barranquilla. Apenas lo veía acercarse, el pequeño David
Hernando salía corriendo con la mano extendida a saludar al viejo desconocido.
Hasta que una tarde esa figura encorvada y frágil de pasos trastabillantes que
trataban de cortar el viento de la acera, sacó fuerzas de donde pudo, cargó al
muchachito y gritó fuerte para que todo el vecindario lo oyera: "¡Este
niño va a ser un gran profesional!".
Domingo Pino, que
entonces laboraba en una fábrica de condimentos, se tomó en serio aquellas
palabras premonitorias del anciano desconocido y se propuso cumplirlas al pie
de la letra a punta de trabajo honrado. Empezó a trabajar en Palas Hidráulicas
y Lubricación, del departamento de Mantenimiento, en la empresa minera,
cambiando por carbón mineral el polvo saborizantes de las comidas. Y en enero
del 91, se trajo a su familia a vivir en una casa que compró en el Corredor
Habitacional, de Hatonuevo, en el departamento de La Guajira: su esposa Beatriz
Melgarejo y sus hijos David Hernando y Mariana Milena.
Apenas llegó a cursar
el sexto grado, David Hernando impuso su ley de buen estudiante. En enero de
1995 se fueron a vivir de nuevo a Barranquilla en una casa que Domingo Pino
compró con la idea de que su hijo terminara el bachillerato en la misma ciudad
donde haría su carrera. David Hernando terminó ya su primer semestre de Ingeniería
Mecánica en la Universidad del Norte con un promedio de 3.9. La nota más alta
fue la de cálculo I: le quedó en 4.4.
Domingo Pino vive en
su casa de Hatonuevo durante sus días de trabajo. En los descansos, se va para Barranquilla
a compartirlos con su famiia. "Yo siempre he tratado de implantarle a mis
hijos los buenos modales viviendo humilde, pero decentemente", dice,
mientras va y viene varias veces de la sala a los cuartos para mostrar
orgulloso las distinciones de su hijo. Y remata: "Mientras yo viva, él
siempre tendrá mi respaldo".
Publicado en la revista Intercor 60 Días, número 24, septiembre
de 1997
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