Por John Acosta
Acababa
de recibir otro regaño de su mamá, Miriam Aragón Villa. La razón, la misma de
siempre: el trago y las mujeres. De modo que con semejante guayabo encima,
Francisco Antonio Sánchez no presintió que el hecho de contestar el teléfono
por casualidad le significaría la redención de su vida parrandera. Ese fin de
semana había llegado a Barrancabermeja, municipio petrolero del departamento de Santander, dispuesto
a embalsamarse de amor familiar en la casa materna.
Del
otro lado de la línea estaba su padre, Francisco Antonio Sánchez Díaz, quien
llamaba desde la lejana Guajira para averiguar por sus hijos. El joven
Francisco Antonio no desaprovechó aquella oportunidad y le pidió a su
progenitor que le ayudara a salir de ese mundo loco en el cual se había
sumergido, después de recorrer muchas empresas y de llevar, ahora, ACPM en un carrotanque.
En esta mina trabajan padre e hijo |
Su
padre, Francisco Antonio, le dijo que se viniera para Maicao, un municipio colombiano que queda en la
frontera con Venezuela, en la árida Guajira. Ahí residía
el viejo padre, desde
1981, cuando empezó a trabajar en la construcción de la carretera Puerto
Bolívar-la Mina,
del complejo carbonífero. Antes de aterrizar en La Guajira, al viejo Francisco Antonio
le había tocado soportar la amargura de múltiples trabajos pasajeros; el último
fue en Cerromatoso,
la mina de níquel que queda en el lejano, aunque también caribeño, departamento
de Córdoba. Hasta cuando llegó a la península y se
"enganchó" con la contratista Arinco, encargada de construir una parte de los
150 kilómetros de la carretera, "mientras
llegaba Morrison", recuerda. Morrison Knudsen International Company Inc
fue la contratista principal en la construcción de la mina, la carretera, el
ferrocarril y el puerto del complejo carbonífero de Cerrejón.
En 1982, el viejo Francisco Antonio comenzó
a operar grúas con el Contratista Principal del entonces "proyecto"
El Cerrejón - Zona Norte. "Todas las maquinarias que llegaban las
recibíamos nosotros", cuenta Francisco Antonio con la tranquilidad que le
otorga la experiencia de los años vividos. En 1986, entró a trabajar como empleado
directo de Intercor,
que fue la empresa operadora de la mina.
Fue
ese mismo año,
cuando su hijo, el
joven Francisco Antonio, le contestó la llamada
del domingo aquel, en Barrancabermeja. Lo convenció de trasladarse a Maicao. En este municipio fronterizo, el joven
Francisco Antonio comenzó a ganarse el sustento cargando
mercancía de
contrabando en los buses intermunicipales,
mientras su padre bregaba por conseguirle un empleo mejor remunerado en el
naciente Complejo Carbonífero.
El 5 de enero de 1987, el joven
Francisco Antonio Sánchez Aragón ingresó por primera vez a la mina de El
Cerrejón -Zona Norte. Su padre había conseguido emplearlo en Omega, una empresa contratista.
"Estaban armando la pala 10. Ya iban por la mitad", recuerda el hijo.
En las horas del almuerzo, Francisco Antonio Sánchez Díaz aprovechaba el
descanso para enseñarle a su hijo cómo se operaba una grúa. Y ahí, bajo el
calor del sol guajiro, los dos recordaban los tiempos aquellos en los que, en Barrancabermeja,
el viejo le enseñó a su hijo a manejar el bus urbano que les dio la comida por
mucho tiempo.
En Omega le esperaban días de regocijo al
joven Francisco. Al mes de estar ahí, llegaron las piezas de la pala eléctrica
número 11. Y los 12 obreros colombianos batieron el récord mundial por armar
una pala de esa magnitud en sólo 26 días. "Eso me ayudó a entrar a
Intercor", contó el hijo después. Así fue. El 30 de junio de 1987 firmó el
contrato como empleado permanente. "Bueno, mijo, de aquí en adelante queda
de parte suya", le dijo el padre cuando supo la noticia.
Y el hijo ha respondido bien. Su
supervisor lo califica como un joven dispuesto, motivado y trabajador: digno
ejemplo de su padre. Hoy, todo el que llega a la terminal de buses ve siempre a
aquel señor canoso que sale de turno y espera a que se baje el último pasajero
del bus de Hatonuevo para ponerse a charlar con él; es Francisco Antonio viejo esperando
a su hijo Francisco Antonio joven. A veces, es al revés: el hijo sale de turno
y el padre llega en el bus de Maicao. Sea como sea, siempre se ven reír juntos,
mientras el uno espera su bus para irse a descansar a casa y el otro espera la
hora de arrancar hacia su sitio de trabajo.
El amor de padre hizo que Francisco
Antonio olvidara la pasada vida de hombre parrandero que llevaba su hijo. Al
fin y al cabo era un reflejo de lo que él mismo había sido cuando joven.
"Mi mamá me mandó a estudiar el bachillerato a Medellín, pero me quedé en
Puerto Berrío, atribulado por los encantos de una mujer", dice el viejo,
iluminado por las ráfagas de sus recuerdos, mientras deja esbozar una sonrisa
de picardía. Esa vez se gastó el poco dinero que llevaba y se quedó sin sus
estudios secundarios.
Hoy,
Francisco Antonio Sánchez Díaz y su hijo, Francisco Antonio Sánchez Aragón,
festejaron el Día del Padre, compartiendo su felicidad de tener un buen trabajo
en la misma empresa.
Publicado
en la revista Cerrejón 60 Días, número 12, junio de 1995
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