En primer plano, la Virgen María; y, al fondo, la iglesia de La Junta, en La Guajira |
Mi primo Omar había cumplido el compromiso diario de llevar los estudiantes al ingenio, a unos cinco kilómetros del pueblo (por la vía hacia Bucaramanga) y se disponía a rebuscarse con las carreras habituales en el casco urbano de Codazzi. “Ahí me hacía lo de la gasolina del carro”, me contó más de 40 años después. En esas andaba, transitando por la vía principal (carrera 16) y, por el hotel Acapulco, le salieron dos tipos y le pidieron que les hiciera una carrera hasta el, entonces, nuevo barrio La Antillana. Ambos se subieron adelante, pues, en esa época, la silla delantera de los carros era larga, como un sofá de sala, y cabían tres personas en ese puesto. Cuando llegaron al destino, el que se había sentado en la mitad sacó una pistola del maletín negro que cargaba y encañonó a mi primo por las costillas derechas. “Esto es un atraco: siga por la trocha a Verdecia, como si nada”, le dijeron.
Cuando ya llevaban más de 8
kilómetros adentro de la trocha, los delincuentes notaron que había muchas
fincas seguidas para dar el siguiente paso: no querían alertar a nadie, antes
de ellos pudieran culminar el hecho. De manera que le ordenaron a mi primo Omar
que se regresara. En ese momento, mi primo vio un resquicio de oportunidad de hacer
algo: para meterle la reversa al carro, había que accionar una palanca oculta; obviamente,
los dos atracadores desconocían ese mecanismo. Mi primo intentaba infructuosamente
de meter el cambio (sin operar la tecla escondida, a propósito), pero, como era
obvio, no entraba. Hasta que los dos tipos se desesperaron y le apuntaron en la
cabeza. “Si este carro no da reversa ahora mismo, te matamos enseguida”, le
dijeron. Mi primo Omar no tuvo otro remedio que hacerles caso.
Poco antes de llegar a
Codazzi, lo hicieron detener. Lo bajaron del carro, le amarraron las manos con
un cordón largo que cortaron para amarrarle también los pies. Lo pusieron en la
orilla de la carretera destapada y lo empujaron a la cuneta: cayó en un charco
que se había formado con las lluvias de abril. Con los dientes se fue garrando
de la hierba y de las ramas de los arbustos que reverdecieron con los aguaceros
de ese mes y volvió a la carretera. Desde ahí, tirado, alcanzó a ver el carro
que se alejaba y, a la distancia, vio cuando giraron hacia la izquierda (vía
hacia el municipio vecino de San Diego, en la carretera que va al departamento
de La Guajira, donde desbalijan los carros nuevos para venderlos como repuesto),
lo que le pareció raro, pues ellos le dijeron que iban a tomar el carro prestado
para movilizar un cargamento de marihuana hacia la población de Becerril, que
quedaba hacia la derecha.
Omar Duarte, de bigote, y, de negro, Norelis, la que hoy es su esposa, junto con familiares de Norelis, en el carro recuperado |
La
mala noticia para el dueño del carro
Omar Duarte Acosta, mi primo,
llegó al corregimiento de Casacará (ahora a un poco más de 10 minutos de
Codazzi; en ese entonces, a más de media hora por la carretera destapada, ya hoy
pavimentada) a darle la mala noticia a su tío Chide (Alcides de Jesús, mipadre), el dueño del carro. Era un campero amarillo, tipo Jeep Willys, pero
Ford Llanero, recién fabricado en Brasil. Mi papá lo había sacado en un
concesionario en Valledupar, en 1979, para pagarlo a cuotas; por supuesto, no
tenía por qué saber que se lo robarían unos dos años después. Como mi padre
trabajaba en la sede de Casacará de una fábrica de aceite vegetal para cocina,
de Bogotá, le dio el carro a su sobrino Omar para que se lo manejara: así, Omar,
recién graduado de bachiller, ganaba algo de dinero para ahorrar con miras a su
futuro.
Cuando mi primo llegó a la
casa a darle la mala noticia a mi papá, nosotros aún estábamos en la mesa del comedor,
donde acabábamos del almorzar. Con semejante postre encima, mi papá se vistió y
se fue con su sobrino a la casa de su hermano, mi tío Néstor, que vivía cerca.
Tío Néstor era un gran devoto de la Virgen del Carmen. Todos los 16 de julio compraba
la pólvora que se quemaría en el pueblo para las fiestas de la patrona de La
Junta (tierra de los Acosta) y de Casacará, adonde mi tío y mi papá habían
llegado cerca de 20 años atrás, llamados por mi tío Migue (el mayor de 11
hermanos: tío Néstor era el cuarto y mi padre, el quinto); incluso, a su segunda hija, tío Néstor la bautizó Aura del Carmen: el primer nombre en honor a su mamá, mi abuela, la vieja Aura Elisa (Aba); y el segundo nombre, en honor a la Virgen del Carmen. Apenas se enteró de
la mala noticia, tío Néstor entró a la tienda-droguería de su propiedad y le
encendió une vela a la imagen de yeso de la Virgen del Carmen que tenía en una
esquina de su negocio. Y le prometió a la madre de Jesucristo que, si le
ayudaba a devolver el carro a su hermano Chide, él iba a La Junta y le ponía el
campero Ford Llanero frente a la iglesia, en la misa del próximo 16 de julio,
que sería en escasos tres meses.
Alcides de Jesús (Chide, mi padre), con maicena en el rostro; tío Néstor, en el centro; y tío Jorge, el menor de todos: en una parranda, como en las que terminaban el festejo de la Virgen del Carmen |
…Y
la Virgen del Carmen le hizo el milagro a mi tío
Resignado ya a seguir pagando unas
cuotas mensuales por un carro que había perdido, mi papá y sus acompañantes
pasaron por la población de La Paz y llegaron a San Diego, último municipio
antes de llegar a Codazzi. A pesar de que las circunstancias se empecinaban a demostrarle
lo contrario, tío Néstor no perdía la fe en que la Virgen del Carmen le hiciera
el milagro. Llegaron al comando de la Policía de San Diego a preguntar si sabían
algo del campero robado. Y, entonces, se enteraron de la buena noticia.
Amparo, mi padre y yo: el día de mi grado de bachiller |
Los ladrones pagaron el tiempo
perdido del carro, los daños y perjuicios causados. Por la amistad de vecinos
que había con sus parientes, mi papá decidió retirarles los cargos. Mi primo Omar
empezó a trabajar de cajero en un banco. Mi papá, en los ratos libres de su
trabajo, llevaba pasajeros de Casacará a Codazzi en el campero recuperado. “Con
eso, nos ayudábamos para la comida y para tu giro mensual, mientras tú
estudiabas en Bogotá”, me recordó hoy Amparo, esposa de mi papá y madre de mis
hermanos, en uno de sus momentos de lucidez que le roba al marginamiento mental.
El 25 de febrero de 1988 murió
mi papá, menos de diez después del robo del carro. Mi primo Omar dejó de
trabajar en el banco tres años después, en 1991. Con la plata de la liquidación
y la venta de una moto que tenía, Omar le compró el campero Ford Llanero a
Amparo. Lo trabajó de Casacará a Codazzi hasta 1998, cuando lo vendió porque
empezó a viajar con pasajeros de Codazzi a Valledupar en un automóvil nuevo.
Cerca de tres meses después de
haber recuperado el carro, mi papá fue con su hermano Néstor a la misa de la
Virgen del Carmen a La Junta. Ese 16 de julio, le cumplieron la promesa que mi
tío le había hecho en su tienda-droguería a la madre de Dios por hacerle el milagro
de regresarle el carro robado a mi papá.
Aquí, puede ver (y leer, si lo desea) más crónicas sobre los Acosta Mendoza, en La Junta
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