20 may 2019

Tío Fano, el único profesional entre 12 hermanos

Afranio José Acosta Mendoza, tío Fano

Por John Acosta

Entré al aposento y vi a tío Fano dormitando en la cama de mi abuela. Para no despertarlo, me acerqué con cuidado al estante en forma de L, en donde estaban los cinco baúles de madera: abrí el preciso y encontré lo que buscaba. Destapé la cajetilla de betún y miré su contenido por breves segundos. La voz de tío Fano, detrás de mí, me sacó del ostracismo en el que había caído en esos instantes porque, como suponía que el hermano de mi papá estaba dormido, me creía solo en el cuarto. “Sí, señor, tiene razón. Su betún no está por donde usted lo dejó porque yo me tomé el atrevimiento de embetunar mis zapatos con él. En todo caso, lo felicito: se parece a mí: yo también sé por dónde dejo mis cosas”, me dijo.

Yo tendría apenas unos diez años y, para entonces, tío Fano se había convertido en la admiración de todos, pues era el único de sus once hermanos que se había atrevido a desafiar al destino, al salir de La Junta, el pueblo del alma, al interior del país a arañarle a la vida una carrera profesional. De hecho, ese día estaba recostado en la cama porque apenas había llegado hacía dos días a pasar vacaciones, después de cerca de 30 horas de viaje. De modo que compararme con él, era el más grande elogio que yo podía recibir, pues todo el enjambre de primos míos quería ser como tío Fano.


Él había iniciado la primaria en su pueblo natal, La Junta, en 1958, ya próximo a cumplir los 12 años. Cuando estaba en tercero, le escribió una sentida carta a su tía Chave (Isabel Dolores, hermana de Luis Miguel -El Tone-, su padre), que vivía en Valledupar con su esposo, Cristóbal (Toba) Mendoza (hermano de su madre, Aura Elisa-Aba). En la carta, el joven Afranio José Acosta Mendoza le contaba a su tía Chave su añoranza de recibir una educación de calidad, ofrecida por un buen colegio de Valledupar, la futura capital del nuevo departamento que se crearía cerca de diez años después. Le preguntaba a su tía si ella podría recibirlo a vivir en su casa, mientras estudiaba.

De La Junta para Valledupar
El profesional y el del uso de buen retiro

La deseada respuesta de la tía Chave no demoró en llegar. Ella se sentiría feliz de tenerlo en su casa, le dijo. En febrero de 1962, el joven Afranio inició su cuarto año de primaria en el privado Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, de Valledupar. Para esa época, sus tres hermanos varones (entre los que estaba mi papá), mayores que él, ya se habían ido a Casacará a rebuscarse la vida y, entre todos, le ayudaron ese año con la matrícula y mensualidad del colegio. No tuvieron necesidad de volver a repetirlo en los años siguientes: la ceremonia de entrega de boletines fue en un teatro de la ciudad y Afranio José no alcanzaba a llegar a su puesto de recibir una condecoración, cuando ya tenía que devolverse y subir de nuevo al escenario para recibir la otra: por aprovechamiento, por conducta, por mejor estudiante del curso, por mejor estudiante del colegio, en fin.

Tantos diplomas honoríficos tenían que venir acompañados del algún sustento económico, pues, además de la satisfacción del alma, se necesitaba también el sosiego del bolsillo. Tío Fano no tuvo que pagar más ni una matrícula y ni una mensualidad en ese colegio privado: ningún compañero pudo arrebatarle, en los años venideros, la beca que se ganó entonces. El Colegio del Sagrado Corazón de Jesús apenas tenía hasta el cuarto año de secundaria (noveno grado), pero el joven Afranio decidió pasarse, en 1967 (cuando iba a ser cuarto de bachillerato), al oficial Colegio Nacional Loperena, donde se recibió como bachiller en 1969.

Durante sus estudios de bachillerato en Valledupar, tío Fano vivió, además de la casa de tía Chave, en donde Tomás Mejía, hijo de un primo de El Tone, mi abuelo y papá de tío Fano. También vivió donde Antonio Bolaño y, cuando ya culminaba su secundaria, vivió donde su tía Toña (Antonia, hermana de mi abuela Aba, madre de tío Fano).

En vacaciones, se iba para donde sus hermanos mayores (Miguel Luis, Néstor Emilio y Alcides de Jesús), quienes ya se habían ido a rebuscarse la vida en Casacará, o para donde sus dos hermanas (Elvira Mercedes y María Nurys), las mayores de todos, que se habían casado y vivían en Codazzi, o para La Junta, donde todavía estaban sus papás (mis abuelos) y los hermanos menores. Para cuando mi tío Fano finalizaba su bachillerato, ya mi padre debió de haberme llevado de Casacará, donde nací, a La Junta para que me criara mi abuela (la vieja Aba), pero la luz tenue de mi memoria no alcanza a alumbrar ninguna escena vivida con el joven Afranio José en esa época, pues yo tendría apenas tres o cuatro años.

Asesinado el hermano mayor

Disfrutando con la familia: hermanos, cuñados y sobrinos
El primero de julio de 1963, tío Fano estaba de vacaciones en La Junta. Ese día, había ido donde su tío Nunche (Alejandro Antonio, el hermano menor de El Tone y de la tía Chave) a mirar unas maticas de tomate que su tío y la señora Elena (esposa del Nunche) tenían sembradas en el patio. Al regresar a su casa, escuchó que la señora Amira Cuello le decía a su mamá, la vieja Aba: “Váyase tranquila a Valledupar, que él está hospitalizado”.

Hablaban del mayor de los hermanos varones, Miguel Luis, que en la noche anterior le habían dado un tacazo de billar en la cabeza, durante un partido de buchácara en Casacará. Al día siguiente, como sangraba por la boca, su hermano Néstor Emilio decidió llevarlo a Valledupar, donde murió.

La vieja Aba, mi abuela, y tío Fano arrancaron ese día para Valledupar, por la trocha de Patillal. Los llevó Yeyo Daza, esposo de Cecilia Acosta Solano, prima segunda de tío Fano y quien, muchos años después, sería cuñada de Diomedes Díaz, afamado cantante de música vallenata. En Valledupar, llegaron a la casa de la tía Chave y del tío Toba. La hija mayor de ellos, Doris, les dio la mala noticia: “Migue está muerto en el hospital”.

La universidad, al fin

La novia de siempre y la esposa
Apenas se graduó de bachiller, tío Fano consiguió trabajo. En 1970, trabajó en el colegio donde había iniciado su secundaria: el Sagrado Corazón de Jesús. Fue profesor y director de grupo del último curso que hizo en su terruño, tercero de primaria. Ese año de salario lo ahorró para ir a terminar de construir el sueño que lo impulsó salir de La Junta, ser un profesional.

Con su maleta cargada de ilusiones, se pegó el largo viaje por tierra hasta la entonces remota Armenia. Había nacido en La Junta el domingo 4 de agosto de 1946. Es el sexto de doce hermanos: Elvira Mercedes, María Nurys, Miguel Luis, Néstor Emilio, Alcides de Jesús (mi padre), Afranio José, Manuel Nicolás, José Elías, María Elisa y María Esther (mellas), Jorge Félix y Carmen Rosa (mellos). Las dos mayores (tía Vila y tía Ñuñe), se habían ido para la población de Codazzi, se casaron y establecieron su residencia en ese próspero municipio algodonero. Ellas mismas habían acordado, con sus maridos, sacar a sus hermanos de La Junta para ayudarlos a encaminar hacia una mejor vida, distinta a las labores del campo, que era lo que les esperaba si se quedaban. Empezaron con los tres mayores: tío Migue, tío Néstor y Chide (mi papá).

De modo que tío Fano estaba destinado a tirar machete y ordeñar vacas en Fundación, la parcela de mi abuelo (si se quedaba en La Junta) o a montar un negocio o ser oficinista en una empresa, si se iba con sus dos hermanas mayores para Codazzi: él tuvo la osadía de intentar torcerle el pescuezo al destino y no tomar ninguna de esas dos opciones.

En 1971, tío Fano arrancó de Valledupar hacia Armenia, donde estaba la Universidad del Quindío, que, para esa época, tenía un convenio con la Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira. Con lo ahorrado en su año de trabajo como profesor de colegio, empezó sus estudios en Ingeniería Agronómica. Sus ahorros le alcanzaron solo para esos 365 días, pero su fe en Dios le permitió tener siempre la ayuda necesaria en el momento oportuno. Ya no solo contaría con el auxilio de los dos hermanos mayores que le quedaban, sino que, incluso, los menores, que ya tenían maneras porque habían emigrado hacia municipios prósperos del nuevo departamento del Cesar (creado por el presidente Carlos Lleras Restrepo en diciembre de 1967), también colaboraban con la manutención del único hermano universitario que tenían.

Incluso, su paisano juntero Manuel Germán Cuello Gutiérrez, que ya había sido alcalde de Valledupar en 1968, le ayudó con una beca de la Gobernación del Cesar, de donde Manuel Germán era gobernador desde 1971, nombrado por el presidente Misael Pastrana Borrero.

Vacaciones deseadas: de regreso al terruño

La esposa, durante el trabajo y el retiro
Unas 30 horas de camino se echaba tío Fano, desde Palmira hasta La Junta, en las difíciles carreteras de la época. Cogía un bus que lo llevaba de Palmira a Ibagué, departamento del Tolima; en otro bus iba hasta La Dorada, departamento de Caldas. Ahí tomaba el tren Expreso del Sol, que venía de Bogotá y lo traía hasta Bosconia, departamento del Cesar, donde esperaba el bus que lo dejaba en Valledupar, después de tragar polvo por la difícil carretera destapada. Otro bus lo llevaba hasta el municipio de San Juan del Cesar, departamento de La Guajira, también envuelto en una espesa nube de polvo. Y cogía el último carro que lo llevaba a la puerta de su casa, en La Junta. No había felicidad más grande para mí, en esa época, que ver desviar para la casa de los abuelos las camionetas de placas venezolanas: nunca fallaba, que ese desvío era una visita de un familiar, casi siempre un tío, venido de lejos, e iba derecho al río a sacarse el polvo que le cubría todo el cuerpo.

Ese recorrido no era nada para tío Fano, comparado con la enorme satisfacción de vigorizar el alma y fortalecer el espíritu a través del cariño sincero de los suyos. Uno de los recuerdos más recurrentes que tengo de esa época, era la alcancía de madera, en donde la vieja Aba (Aura Elisa, mi abuela) ahorraba los billetes de la más alta nominación para que tío Fano la abriera en todas las vacaciones y tuviera dinero para su regreso: empezó con los de un peso; luego, el de a dos; después, de a cinco; y terminó con el de a 10 pesos. En una de esas vacaciones, fue cuando pasó lo de la cajeta de betún.

Murió el papá

Arriba: Luis Miguel (El Tone), su padre; abajo: Isabel Dolores (tía
Chave) y Alejandro Antonio (tío Nunche)
Tío Fano veía cómo en cada una de sus vacaciones, el viejo Tone (Luis Miguel, mi abuelo) iba apagándose poco a poco. Ya casi al final, me acuerdo de que coloreaba yo un libro de dibujos en la sala y mamá (como le decíamos los nietos a mi abuela) salió iracunda del aposento donde yacía el Tone enfermo y me hizo guardar mis implementos escolares: “¿O es que tú no tienes consideración, carajo, con el abuelo muriéndose al lado y tú usando colores como si nada?”, me dijo.

En la madrugada del 13 de julio de 1977 falleció mi abuelo en La Junta. Tenía guardada una botella de vino para celebrar el grado de su único hijo profesional. No le alcanzó la vida para lograrlo.

Cupido traspasó las corazas del corazón

Tío Fano culminó en Armenia los cinco semestres reglamentarios del convenio entre la Universidad del Quindío y la Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira. Y se fue a vivir a esa ciudad del departamento del Valle a continuar con su pregrado. Ya terminando su carrera, conoció al amor y sucumbió ante sus encantos. En 1977, entró a trabajar a la universidad una agraciada e inteligente joven palmirana, que le removió las fibras al joven Afranio José y lo condenó a suspirar solo para ella el resto de su vida: Berenice Borja es su nombre.

El grado y la dedicatoria a la novia
Al año siguiente, en 1978, tío Fano recibió su anhelado grado de ingeniero agrónomo. Y lo recibió orgulloso, al lado de Berenice, la novia recién conquistada, mientras una cascada de aplausos los cubría en el recinto. Lo natural hubiera sido que, una vez culminados sus estudios, el joven Afranio José regresara a su tierra para vivir con los suyos; sin embargo, su alma enamorada era incapaz de abandonar a la novia amada: duró más de un año dando vueltas en Palmira en busca de un trabajo que le permitiera quedarse y formar su hogar con Berenice. No fue posible.

Regresó a Codazzi, donde hubo de afrontar la pérdida de otro familiar cercano. Esta vez, Carmen Rosa, la hermana menor (mella con Jorge Félix), murió el 18 de enero de 1980, después de una penosa enfermedad que la consumió.

Tío Fano duró tres años en espera de un trabajo. Viví de cerca ese drama porque desde 1978 me había ido a hacer mi bachillerato en Casacará y Codazzi. Los detalles de esa dura etapa que afrontó tío Fano (aliviada con los paliativos que le llegaban, cada cierto tiempo, en las palabras que le escribía por correo su novia desde Palmira) me inspiraron para escribir un cuento, en medio de la desesperanza que padecí en Bogotá (adonde me fui a estudiar mi carrera) por la muerte de mi padre, el 25 de febrero de 1988. (Aquí puede leer el cuento Has vivido)

El trabajo decente, ¡aleluya!

Su primo segundo y paisano Claudio Acosta Solano fue nombrado gerente de la regional del entonces Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, en Turipaná, una granja ubicada entre Montería y Cereté, en el departamento de Córdoba. Y de las primeras acciones que hizo fue acordarse del martirio de su pariente y paisano: en noviembre de 1983, tío Fano empezó a trabajar como supervisor de asistencia técnica agrícola, en el ICA de Magangué, departamento de Bolívar. Y lo primero que hizo fue renovar su promesa de amor eterno a Berenice, que lo esperaba paciente en Palmira: se fue a pasar la Navidad ese año con ella.

Le hizo prometer a su primo Claudio que le ayudara a conseguir un traslado al ICA de Palmira. Lo más cercano que pudo conseguirle fue a Armero, en el departamento del Tolima. En 1985, llegó a la capital, Ibagué, a reportarse como supervisor de asistencia técnica agrícola en Armero, pero el gerente de esa regional le dijo que él lo necesitaba era en Neiva, capital del departamento del Huila, donde fue nombrado en el programa de certificación de semilla. Esa determinación de última hora lo salvó de morir enterrado en la avalancha de lodo, agua y lava con la que el volcán del Nevado del Ruiz borró de la faz de la tierra a la población de Armero, el 13 de diciembre de 1985.

Epílogo con la amada

Como dije, mi padre murió en 1988. Y tío Fano, desde su trabajo en Neiva, me ponía mensualmente un giro que me ayudaba a solventar la falta del sustento en la capital del país, que me mandaba mi papá. Me servía bastante, por supuesto. Tres años después, tío Fano pudo conseguir, por fin, el traslado a Palmira. En 1991, llegó al Centro de Investigaciones del ICA de esa ciudad a trabajar en semillas básicas. Atrás quedaron las visitas quincenales a su esposa. Ya podía disfrutar de su amor con el alimento diario ante la presencia física de la mujer añorada.

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