8 may 2019

Álvaro Gómez Hurtado: la primera derrota política de mi niñez

Álvaro Gómez Hurtado

Por John Acosta

Julio Oñate terminó haciéndome el camioncito de madera que mi niñez de ocho años tanto añoraba en La Junta de entonces, en el sur de La Guajira. A esa corta edad, me tocó aterrizar a la fuerza al mundo de la política pueblerina, tras el torcijón de ojos que me pegó mi abuela, en la mitad de la sala de la casa, el mediodía del 15 de septiembre de 1973. El día anterior, la Convención del Partido Conservador había proclamado a Álvaro Gómez Hurtado como el candidato de esa colectividad a la Presidencia de Colombia para el período 1974-1978. Viví con intensidad esa, mi primera campaña política y, con ella, hube de indigestarme con el amargo sabor de la derrota y sobreponerme a la burla de mis vecinos mayores de edad porque Alfonso López Michelsen, el contrincante del Partido Liberal, le había ganado a mi aspirante.

Cada vez que me le escapaba a mi abuela para ir hasta donde Julio Oñate, siempre lo encontraba ocupado en la carpintería que había montado en el patio: hacía una mesa para el comedor de una pareja recién ajuntada, o una cama para una quinceañera que dejaría su hamaca de niñez, o arreglaba algunas bancas de la caseta comunal. Entonces, me le sentaba al frente con mi cara de muchachito desesperanzado hasta que los gritos mal humorados de mi abuela, llamándome por mi nombre, me hacían regresar asustado a la casa. Mi muda insistencia y la murga que mi prima Yolanda Acosta le montaba a su marido para que se apiadara de “ese pobre pelaíto, carajo, mirando lelo para que le hicieran su carrito” terminaron doblegando la obstinación de Julio Oñate e interrumpió una media mañana su trabajo y le dedicó una hora a complacerme con mi regalo: fue el camioncito de madera más hermoso que niño alguno ha podido tener.


Julio Oñate, el que me hizo el camioncito de la
campaña
Al día siguiente, terminaba yo de jugar con mi camioncito nuevo en las carreteras que hacía en el inmenso patio trasero e intenté cruzar la sala para seguir jugando en la calle. Ahí estaban mi abuela, con uno de sus hijos y otras personas del pueblo. Estoy seguro de que estaban hablando de la convención conservadora que se había desarrollado en la lejana Bogotá el día anterior. Parece que les caí como anillo al dedo para jugarme una chanza porque mi tío me preguntó, así no más, a quema ropa, si yo era liberal o conservador. Sin tener la más remota idea de qué me estaban hablando, respondí lo primero que se me ocurrió: “Soy liberal”, dije. Hoy, casi medio siglo después de aquel medio día,  sé que no ha habido nada más aleccionador en el mundo que el torcijón de ojo que nos pegaba mi abuela para indicarnos, en medio de una visita, que lo que estábamos haciendo o diciendo en ese momento estaba malo y que debíamos corregirlo enseguida; por supuesto, no había terminado todavía mi desafortunada respuesta ese día, cuando mi mirada se tropezó, a propósito, con los ojos de mi abuela, más abiertos y retadores que nunca: “No, no: ¡soy conservador!”, corregí de inmediato.

Álvaro Gómez Hurtado
La sonrisa de satisfacción de mi tío y de mi abuela me indicaron que esa última respuesta era la acertada. Y, desde entonces, soy conservador. Creo que fue mi tío el que me regaló un almanaque de bolsillo con el rostro sonriente de Álvaro Gómez Hurtado, el candidato de nuestro partido. Lo pegué a un costado del camioncito que me había hecho Julio Oñate: era el afiche parecido a los que tenían los pocos carros de verdad que había en La Junta. Mi abuela, que era modista, me hizo dos banderitas azules que las puse en mi carrito de madera. Y salía feliz a hacerle los mandados a la vieja Aba (Aura Elisa), mi abuela, halando mi carro con una cabuya de fique por las calles destapadas de ese pueblo del alma.

Alfonso López en plena campaña: alza un gallo, al lado de su
esposa, Cecilia Caballero
Le puse mi alma de niño a esa campaña política. Aprendí, entonces, que el contrincante liberal, Alfonso López Michelsen, había sido el primer gobernador del vecino departamento del Cesar; de hecho, por la afición a los gallos que profesamos los habitantes del valle, comprendido entre la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta, fue que salió el contundente lema de su campaña y que las emisoras valduparenses, que se escuchaban en La Junta, hacían rechinar en mis oídos infantiles: “López es el pollo, López es el gallo: López es el presidente que necesitan los colombianos”. También aprendí que María Eugenia Rojas, la candidata de la Alianza Nacional Popular (Anapo), había sido abucheada el domingo 29 de enero de 1956 en la plaza de toros de Bogotá, en una demostración pacífica de rechazo al gobierno de su padre, el general Gustavo Rojas Pinilla, lo que generó la reacción del jefe de estado para la corrida del siguiente domingo, 5 de febrero: los contradictores del gobierno hablan de matanza en la plaza; los defensores hablan de un muerto, que era un borracho que, según ellos, se enfrentó a un toro imaginario.

María Eugenia Rojas, en plena campaña
Fueron las primeras elecciones, después del Frente Nacional. Los tres candidatos con más opción al triunfo eran hijos de expresidentes de la república: Alfonso López Michelsen, de Alfonso López Pumarejo; Álvaro Gómez Hurtado, de Laureano Gómez Castro; y María Eugenia Rojas, de Gustavo Rojas Pinilla.

Álvaro Gómez Hurtado
Doce años atrás, el jueves 23 de marzo de 1961 se prendió por primera vez la planta eléctrica que habría de iluminar a La Junta desde entonces. Bañado por la luz tenue del bombillo que estaba en la terraza de la casa de la señora Chave y de su esposo, el señor Jaime Gutiérrez, vecinos de mi abuela, me tocó escuchar los boletines informativos la noche del domingo 21 de abril de 1974, el día que perdí mi primera campaña política: Alfonso López obtuvo el 56.3% de los votos; Álvaro Gómez, el 31.4%; y María Eugenia Rojas, el 9.5%.

En junio de 2007 (y hasta mayo de 2016), me vinculé como catedrático en la sede de Santa Marta de la Universidad Sergio Arboleda, que él, Álvaro Gómez Hurtado, contribuyó a fundar en Bogotá, en 1984, y de donde salió de cumplir su labor docente el 2 de noviembre de 1995, cuando fue asesinado por dos sicarios.

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1 comentario:

  1. Como dijera Diomedes Diaz en un disco: el que le gusta el barro carga el terrón en la mochila. En éste caso, el que le gusta la politica, desde niño, carga en su camioncito los afiches publicitarios.

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