20 ene 2025

El hombre que multiplica La Piragua por muchas más

Jaime Enrique López Argüelles
Por John Acosta

El serrucho seguía la línea demarcada con anterioridad por las manos callosas del experimentado hombre, que cortaba la madera con el formato justo para lograr lo deseado, de acuerdo al exigente gusto del cliente. La sombra de los árboles frondosos que rodean la Ciénaga Grande de Zapatosa, en el puerto de Chimichagua, es su refugio esa mañana, mientras dos o tres amigos suyos maman gallo, desde sus asientos de cuero, recostado cada uno en los troncos de los palos inmarcesibles, que hacen la vida agradable a los sofocados pasajeros que salen o llegan a este municipio del Cesar. “Oye, muéstrame el permiso pa’cortá el árbol con que haces canoa. Muy bien sabes que estos palos de aquí son sagrados”, le dijo al hombre un anciano que llegó al sitio a disipar un poco el tedio del largo tiempo diario que le sobra en su trasegar cotidiano. “Y a ti quién carajos te dijo que esta madera la saqué de aquí. La de este lugar no sirve pa’cé canoa”, le respondió el carpintero.

El hombre del serrucho es Jaime Enrique López Argüelles, un chimichagüero que el 16 de diciembre cumplió 78 años. Hizo la primaria en el antiguo Colegio Parroquial Aurelio Robles y el bachillerato nocturno en el Colegio Santander. “De ahí, me dediqué a la sinvergüenzura. Claro que no hacíamos cosas malas”, le contó a La Calle durante la pausa que hizo para coger un segundo aire, antes de seguir serruchando. “Es que antes había más espacio para uno porque no existía el internet”, complementa. Su padre, Alfonso López Sereno, azuzado por su laboriosa mujer, Genciana Argüelles Benavides, quien no encontraba forma de atajar a su hijo, se llevaba al joven Jaime Enrique a pescar sólo en las noches tenebrosas, cuando los truenos relampagueantes iluminaban por ráfagas de segundo la inmensa oscuridad de la ciénaga, al tiempo que el estropicio de la lluvia sobre las aguas mansas del cuerpo de agua se confundía con el sonido siniestro del viento.

Sólo hasta entonces, sentado al otro extremo de la canoa, con su ropa empapada, el segundo de los 14 hijos de Alfonso y Genciana, le prometía a Dios que iba a dejar las sinverguenzuras; incluso, hasta llegaba al extremo de suplicar el cese de la tormenta con el ofrecimiento de dejar sus andanzas con las burras que intercambiaban con sus amigos.

Y se hizo pescador

Cuando cumplió los 15, su abuela materna le dio una atarraya pequeña y empezó a pescar. Orgulloso del juicio de su hijo, el viejo Alfonso le prestó una  grande, pero Jaime Enrique no podía estar dependiendo de la disponibilidad de su padre y alquilaba una atarraya gigante hasta que pudo comprar la propia. Disfrutaba de su independencias absoluta en las lides de la pesquería hasta que “se presentó la ‘trasmallería’; es decir, los atracadores a mano armada en los adentros de la ciénaga”.

Siete horas empujando la canoa a brazada limpia

A las nueve de esa noche oscura, lo abordaron los maleantes anfibios por primera vez. Y no sólo le quitaron el trasmallo: se llevaron el motor que había alquilado y el par de remo para usar en caso de emergencia. Con el espíritu apaleado por el fracaso de la jornada, emprendió el viaje de regreso a casa,usando su par de brazos como propulsores: llegó a las cuatro de la madrugada con el filo hiriente de la derrota apuñalándole el alma. Se prometió no ‘trasmallar’ más. “Y volví a la atarraya”, le contó a La Calle esa mañana, mientras le daba forma a la madera con el serrucho. Se hizo 66 mil pesos: cogió 30 mil para comprar un nuevo trasmallo, pero a los siete días lo volvieron a atracar y también se lo quitaron.

Se metió a hacer canoas

Decepcionado, se puso a arreglar su canoa para tener una excusa de no regresar a los adentros de la ciénaga. Lo hizo con un serrucho prestado y quedó tan bien, que un cuñado le pagó tres mil pesos diarios para que le reparara la suya: pescando, Jaime Enrique apenas se hacía dos mil o dos mil quinientos de la época, si la jornada era buena. Hubo que hacerla, prácticamente, nueva porque la madera estaba casi toda podrida. Esa circunstancia fue la oportunidad para que se diera cuenta de que era capaz de fabricar canoas. “Hice cuatro y cobré 35 mil por cada una, que me los ganaba en una semana. Hasta compré mis propias herramientas”, recuerda con orgullo.

Llevaba más de 30 años mezclando su labor de fabricante de canoas con la pesca. “Tengo seis años que no pesco para el negocio. A veces, salgo a hacer lo de mi comida”, dice. Tuvo 18 hijos con cinco mujeres distintas. “Pero tengo seis, que son los que están conmigo”, cuenta, al tiempo que mira alejarse al anciano que llegó a mamarle gallo.

 

 


 

 

 

Publicado en el Semanario La Calle el lunes 20 de enero de 2025

2 comentarios:

  1. Desde que tengo uso de razón, he visto en tus manos el 🔨 y el serrucho, recuerdo que cuando ya estaban los serruchos desgastados pasaba hacer propiedad de tus hijos. Gracias por reconocer el trabajo de mi papá. Te amo papi

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    1. Gracias por reconocer el gran y hermoso trabajo de este gran hombre, que apesar de tantas adversidades ha salido adelante, tu inspiración y don es celestial, corre por las venas y se trasmite de generación en generación, cada miembro de la familia López, nace marcado con un don especial, pintura, canto, poema, escribir,, realizar obras maravillosas en canoa
      Gracias, señor periodista. Que el señor le siga dando aun mas entendímiento, para crear mas hermosas historias

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Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte