El adolescente Gustavo Eugenio ‘Geño’ López Gutiérrez se fue a pie a sacar las vacas al Paraquero, el potrero de la familia cercano al pueblo. Hubo dos cosas que le impidieron ir montado en el burro en pelo, como lo hacía todas las tardes. Una, que ese día y el siguiente, no podía tener el burro amarrado en la sombra del palo de higuito del patio de la casa (para usarlo en los oficios y mandados de la jornada) porque “era como si tuviera a Jesucristo atado ahí”, como lo mandaba la costumbre ancestral. Y si fuera a cogerlo al potrero para usarlo, tampoco hubiese podido montarlo porque “era como si montara a Jesucristo”. Ya había llegado la Semana Santa: aunque de lunes a miércoles también había ciertas restricciones, estas se incrementaban el Jueves y Viernes santos. ‘Geño’ nació y se crió en uno de los pueblos del sur de La Guajira, donde estas tradiciones se vivían intensamente.
Se podía volver pescado
Ya en la mañana, ‘Geño’ López no pudo ir a bañarse al río, como lo hacía siempre, porque, si lo hacía, “se podía volver pescado”. Tuvo que bañarse antes del mediodía con totuma debajo de la enramada del patio: si lo hacía después de esa hora, aunque no fuera en el río, podía terminar con escamas y aletas, revolcándose en el barro que su bañada había provocado en el suelo. Era un agua que le había caído el sereno de la madrugada, pues amaneció a la intemperie, después de que el mismo ‘Geño’ y sus hermanos la habían jarreado del río, la tarde anterior, en los baldes de aluminio del ordeño.
No se podía tirar machete ni hacha
Lo que sí agradecían los adolescentes de la época, como ‘Geño’ y sus hermanos, era que en esos días santos se ahorraban el oficio de ir al monte a cortar leña para el fogón, pues tampoco se podía tirar machete ni hacha porque “era como si machetearan y hacharan a Jesucristo”; obviamente, los días anteriores a la Semana Mayor este oficio se incrementaba, ya que tenían que ir cortando los tizones que se usarían en esas jornadas de prohibiciones.
Tampoco se podía gritar
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Geño’ López ahora, en su adultez |
Incluso, esa lagartija que se barajustó con la presencia repentina de ‘Geño’ López y, en su huida precipitada entre las hojas secas tiradas en el suelo, hizo ese ruido que le erizó la piel al adolescente. Ahí cerca, estaban las tres vacas que ya buscaban la salida por la hora acostumbrada; sin embargo, esa tarde ‘Geño’ tampoco podía hacer lo de siempre desde ese lugar, que era llamar a todo pulmón el resto del ganado para que vinieran: si lo hacía “era como si gritara a Jesucristo”. De modo que tuvo que tragarse su miedo e internarse monte adentro a buscar los animales que faltaban.
James Enrique Romero Ramos |
El Semanario La Calle habló sobre este tema con el Vicario General de la Diócesis de Valledupar (que tiene a su cargo los feligreses de algunos municipios del sur de La Guajira), James Enrique Romero Ramos. “Somos gente cultural, gente que ama a la iglesia y gente de una profunda devoción en la Semana Santa; incluso, hasta la gente pagana. Yo me acuerdo que yo estuve casi toda la vida en pueblos y en los pueblos, durante la Semana Santa, incluso, hasta los paganos le bajaban a los equipos de sonido, como un respeto, porque decía ellos ‘Me puedo condenar’. O sea, es una Semana Santa donde yo tengo un encuentro personal con Jesús; de hecho, mucha gente, que no iba a iglesia, decía ‘No, esta Semana Santa no voy a beber’ y era gente bebedora”, explicó a este Semanario el Vicario General de la Diócesis de Valledupar.
El presbítero James Romero piensa que, detrás de todos estos dichos populares, “de todas estas tradiciones hermosas que se han dado, todo lo que se vive en Semana Santa, es la respuesta del hombre al encuentro con Dios, de tener un tiempo de crecimiento espiritual. Es un encuentro con Dios para poder crecer como persona y para poder, digamos, ser una persona santa, una persona a la manera de Cristo”.
No se podía lanzar piedra
Ya de regreso, con el ganado por delante, una novilla se salió de la trocha para comerse unos trupillos maduros que resplandecían en su árbol. Si no hubiera sido Jueves Santo, ‘Geño’ López le hubiese tirado varias piedras para evitar que el animal se desviara, pero esa tarde no podía hacerlo: “era como si le lanzara rocas a Jesucristo”. Le tocó, entonces, dejar que el ganado siguiera solo por la trocha, mientras él iba hasta la extraviada para hacer que volviera al redil.
Alcides ‘Chide’ Manuel Vence Ibarra |
Alcides ‘Chide’ Manuel Vence Ibarra es el cabildo gobernador cariachil en El Molino, municipio del sur de La Guajira. La Calle habló con él sobre esas tradiciones guajiras en Semana Santa. Recordó que, cuando joven, a los niños de su época les gustaba comerse los frutos de los árboles. “En la Semana Mayor eso no se podía hacer porque al cortar un higuito del plano, por ejemplo, ‘era como si le cortara algo al cuerpo de Jesucristo’, le decían los papás a uno”, cuenta ‘Chide’ Vence.
El cabildo gobernador cariachil siente lo que los adultos de hoy comentan. “Se fue perdiendo la tradición”, dice. Y culpa al desarrollo económico. “Es que vienen empresas de otros países y de otras regiones y, con ellas, trabajadores de otras culturas”, agrega. Le contó a La Calle su propia experiencia en ese sentido. “Siendo aún adolescente, fui hasta el entonces corregimiento de Calabacito, hoy municipio de Albania a visitar a mi hermano mayor, que trabajaba en una empresa contratista de la mina del Cerrejón; precisamente, aproveché las vacaciones de Semana Santa. Un grupo de jóvenes, hijos de otros empleados de otras partes del país, me convidaron a ir a bañarnos en Las Sonajas, el balneario en un paso del río. Los acompañé con un miedo terrible porque era Jueves Santo; era tal el convencimiento de ellos con la normalidad de ese acto, que me dio vergüenza decirles que nos podíamos volver pescado. Me bañé en medio de un temor profundo, pero pude comprobar que era un mito infundado”, le dijo a La Calle.
Pero los adultos sí podían ordeñar
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Esa tarde, ‘Geño’ López encerró las vacas y apartó los terneros en el corral que quedaba detrás del patio de su casa. Al día siguiente, en la mañana, se levantó bien temprano y se fue con su totuma al corral a beber la espuma de la leche recién ordeñada que sus hermanos mayores le echaban para que él se la tomara. regresó a la cocina para que su madre le rociara café a la efervescencia del líquido blanco. Con el bigote blanco que se le formó al tomarse el primer sorbo, le lanzó a su madre la pregunta que le quemaba por dentro en esos momentos: “Mamá, ¿y por qué mi papá y mis hermanos sí pueden ordeñar si es Semana Santa?”. La vieja Nina destapó la olla de los bollos que cocinaba para el desayuno, verificó con el tenedor que todavía le faltaba un poquito más de cocción, volvió a tapar, metió más los tres tizones encendidos y se dio media vuelta para responderle a su hijo. “¿Acaso Jesucristo tenía tetas para ordeñar? ¡Atrevido!”, le dijo en forma de reproche. “Además, si no ordeñan, ¿con qué leche vamos a hacer los dulces que te comes en Semana Santa?”, remató.
Esta crónica fue publicada en el Seamanrio La Calle, el lunes 14 de abril de 2024
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