Por Antonio Donado Tolosa, PhD. Profesor de la Universidad Autónoma del Caribe.
Escribo desde mi condición de colombiano, de origen humilde, que en el juego de la vida pude realizar mis metas académicas y profesionales, con momentos en el extranjero, y otros, la mayor parte, residiendo en el país. Por la vía de la investigación, la docencia y la lectura pertenezco a esa rara y compleja condición de intelectual. Aunque he leído con atención ensayos sobre la historia de Colombia, no es este mi campo de especialización; no obstante, creo que esas lecturas, de especialistas nacionales y extranjeros, me ayudan a entender las obsesiones, sueños y desilusiones que se mezclan en las conceptualizaciones y representaciones que terminamos haciendo de nosotros mismos y de esa realidad, a veces emocionante, a veces dolorosa, que es nuestra patria, Colombia.
Por nuestros sistemas circulatorios, nerviosos e inmunológicos han circulado densas corrientes de fanatismos, productos de prejuicios étnicos, sociales, políticos y religiosos. Ellos han dado origen a proyectos nacionales de exclusión y marginación que a la vez han barrido de nuestra idiosincrasia tendencias humanas naturales para la comprensión, la tolerancia, los acuerdos por el bien común. Valores morales que necesitan de instituciones democráticas que previenen los autoritarismos y abren los caminos para la justicia social, la paz, el progreso económico, y hacen posible el desarrollo humano de personas racionales, buenas, sensibles a las armonías con la naturaleza, las artes, las ciencias y las tecnologías.
Hoy estamos viviendo una fenómeno, que no por reconocible deja de ser perverso.
Tal vez, por razones de adaptación al contexto pugnaz que nos es cuasi natural, siempre hablamos de paz mientras disparamos y asesinamos al contrario, unas veces física, otras moral y casi siempre políticamente.
Un grupo de colegas y amigos creamos la Fundación Escuela Interdisciplinaria Edgar Morin, con el objetivo de construir escenarios de encuentro social, primero en torno a los problemas de la educación, lo que resulta imposible fuera de enfoques y metodologías de diálogo interdisciplinario y polidisciplinario.
Segundo, para aprender y compartir estrategias de conversación cívica, de diálogo para reflexionar entre contrarios para hacer posible acuerdos eficientes de bien común.
Así nació Cátedra ciudadana, un espacio para el diálogo entre académicos y líderes políticos con diferentes visiones de lo que aspiramos para garantizar vivir como seres humanos en este país que quiere y sueña la Paz.
Me corresponderá el honor de moderar un diálogo entre tres líderes políticos muy conocidos entre nosotros, por sus aciertos y por qué no, también por decisiones no tan afortunadas. Son políticos, como lo pensaba Aristóteles, fieles a sus visiones, que hoy exponen para ser debatidas y enriquecidas en el marco del diálogo ciudadano, único camino para construir y sostener la democracia e iluminar sus instituciones.
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