El perdón en Cartagena, Bojayá y La Chinita |
Por
John Acosta
Debo confesar que me sorprendió
gratamente el máximo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(Farc), cuando en su discurso de firma de los acuerdos en Cartagena ofreció
perdón a las víctimas de las acciones violentas de esta guerrilla cincuentenaria.
Durante el proceso de diálogo en La Habana, los cabecillas de las Farc
manifestaban siempre que ellos no tenían nada de qué arrepentirse y, por lo
tanto, no ofrecerían perdón. A esto último es a lo que nos tenían acostumbrados
la gente de Tirofijo, pues la dureza de este grupo armado fue lo que siempre
afloró en los más de 50 años de vida revolucionaria. De manera que ver y
escuchar esa tarde a Timochenko reconociendo sus errores y ofreciendo perdón
por ellos es, por lo menos, refrescante para el alma. Vea aquí el perdón a Timochenko:
A eso hay que agregarle el
acto de perdón que protagonizaron en la población de Bojayá, cuyos habitantes
fueron víctimas de un ataque con cilindros bombas lanzados por esta guerrilla
el 2 de mayo de 2002: unas 80 personas murieron al estallar un artefacto dentro
de la iglesia del pueblo, donde se habían ido a refugiar del combate entre
paramilitares y las Farc. El acto fue celebrado el jueves 29 de septiembre de
2016, tres días antes del plebiscito en donde los colombianos deben decidir si
aprueban o no el acuerdo Santos-Timochneko. Mire aquí el acto en Bojayá:
Al momento de escribir estas
notas, hoy 30 de septiembre, dos días antes del plebiscito, los líderes de las Farc
se disponen ir al barrio La Chinita, de Apartadó, a protagonizar también un
acto de perdón ante la comunidad asentada en este territorio, pues a las 2:30
de la madrugada del domingo 23 de enero de 1994, guerrilleros de las Farc abrieron
fuego contra los asistentes al baile popular que disfrutaban los habitantes de
ese sector del Urabá antioqueño, donde residían excombatientes del Ejército
Popular de Liberación (EPL), grupo que se había desmovilizado tres años atrás: 35
personas desarmadas, entre las que había niños, murieron en esa incursión de las
Farc. La fiesta había sido organizada con el fin de recoger dinero para los
útiles escolares.
La masacre de Bojayá |
Ahora, que no sean sinceros
esos actos, que hacen parte del show mediático montado por el Gobierno de Juan
Manuel Santos, en complicidad con los
hombres de Timochenko, para asegurar una aplastante victoria del Sí en el
plebiscito que se votará en dos días. Es posible. No obstante, es innegable que
se siente un cierto alivio espiritual ver a esos otroras altivos jefes
guerrilleros haciendo el esfuerzo de parecer compungidos para que les crean su arrepentimiento
y se acepte su solicitud de perdón. Hay que creerles. Y perdonarlos, por
supuesto. La sociedad debe perdonarlos para que la catarsis comunitaria sea
efectiva.
Pero una cosa es el perdón
social y otra muy diferente es el perdón judicial. El perdón social lo otorga
la víctima para ayudarse así misma a liberarse de ese lastre que la consume. El
Estado, sin embargo, no puede otorgar el perdón judicial porque no debe
desligarse de su responsabilidad obligatoria de garantizarles a sus ciudadanos
la tranquilidad de una vida segura. Para lograrlo, debe evitar que una persona
caiga en la tentación de transgredir, lo que se consigue con la amenaza perenne
del castigo. Si, a pesar de ello, el individuo insiste y delinque, el Estado
tiene que sancionarlo, no solo porque el delincuente se hizo acreedor de la
condena, sino también porque es una forma de mostrarle a la sociedad que quien
infringe la Ley será castigado. Esto ayuda también a persuadir a que no se
cometan delitos porque se tiene la certeza de que habrá castigo. Así de claro
es el contrato social.
No faltará quien diga, con
razón, por supuesto, que una cosa diferente es el asunto durante un proceso de
paz con una agrupación armada al margen de la Ley. De acuerdo. Se dirá, además,
que un guerrillero no va a entregar las armas si sabe que va a ir a la cárcel.
Ahí sí difiero. El proceso de paz no debe ser una zarza de impunidades. Por
supuesto que no se está pidiendo aquí que se le concedan los mismo años de
cárcel que al resto de los mortales; es decir, no se exige que se sometan a la
misma jurisdicción de los delincuentes comunes. Pero sí debe juzgárseles y
condenarlos por los delitos cometidos, así sea que la pena impuesta sea menor
que la del resto de los mortales. Debe haber cárcel efectiva, no simbólica.
Una cosa es el perdón de la
sociedad y otra muy diferente la obligatoriedad del Estado de castigar el
delito.
El turco Mehmet Alí Agca
disparó contra el Papa Juan Pablo II el miércoles 13 de mayo de 1981. En varias
ocasiones, el Sumo Pontífice perdonó a su agresor; incluso, lo visitó en la
cárcel. Sin embargo, nada de eso hizo que el Estado cumpliera su deber de imponer
justicia y no liberó de pagar 19 años de cárcel. El Papa conoció a la madre y
al hermano de Agca hasta que logró, al fin, que en junio de 2001 el presidente de
Italia de entonces, Carlo Azeglio Ciampi, lo extraditara a Turquía. En ese
país, fue puesto en libertad el 18 de enero de 2010. Vea aquí la visita de Juan Pablo II a Alí Agca:
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