"Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez": Gabriel García Márquez
Por
Linda Aragón
Estudiante de Comunicación Social-Periodismo
Universidad Autónoma del Caribe
Universidad Autónoma del Caribe
Su cuerpo no sólo se ha subido en los monumentales
escenarios para llevar a cabo conciertos inolvidables alrededor del mundo: también
se ha subido en esos crudos y cruciales
escenarios que la vida misma diseña para ponernos a prueba y enseñarnos
lecciones inquebrantables. El trasegar de su pasado y presente ha estado
tanteando los terrenos del éxito y la derrota, los aplausos y los abucheos, la
humanidad y el engaño, el amor y la ingratitud, los viajes y los atolladeros,
la vida y la muerte: fuertes contrastes que lo llevaron a bajarse de la nube en
que estaba para que sintiera en los pies la textura rústica de la tierra que
nos carga. Pero lo más emblemático de todo esto es que su talento nunca lo
abandonó, siempre estuvo con él. La voz, el piano y el genio que lo impulsa a
seguir componiendo le han dado a comprender que la música no es únicamente
aquello que entra por los oídos, que es también lo que sale del corazón para
enamorarse del mundo.
Franco
Yacobo, artista colombiano de
ascendencia libanesa que nació
en la Barranquilla de
los años 70´s. Empresario musical,
compositor,
arreglista, conferencista, sonidista de
música instrumental e instructor
de técnica vocal
de avanzada, que, cuando
ejerce cada uno de estos papeles, se inspira
en sus diferentes vivencias
y evalúa las necesidades emergentes de la industria musical.
Obedece a lo que
piensa, siente y ve alrededor, buscando los sentimientos y sensaciones del público universal;
por ello, cuando
su música acompaña textos o proyectos
visuales es posible percibir melodías aéreas que se mezclan con historias. Es un creador de ritmos
contemporáneos que se desvela por los géneros new age, world, ambient,
chill out y lounge.
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Franco Yacobo, con la periodista Linda Aragón |
La vida
para Yacobo fue decisiva desde el comienzo. Sus padres, Fidel Yacobo y Marta
Salazar, lo educaron con mano dura; creció en medio de una familia adinerada
que se sujetaba a las determinaciones de las clases sociales de la ciudad, de
modo que no le era permitido juntarse con amistades que no encajaran en sus
hormas económicas. Jamás le perdonaron una “pilatuna”; el hecho de desarmar los
carritos de juguete le salía caro. El ser músico para ellos significaba ser
nada en la faz del planeta porque, entonces, su hijo se quedaría estancado
amenizando fiestas y eventos. Sin importarle tales concepciones acartonadas, Yacobo
forjó su garganta a medida en que descubría con entrega las canciones de Julio
Iglesias y de Raphael.
En su
esencia habitaban el canto, la aviación y el gusto sublime por comunicarse con
su soledad a través de las teclas del piano, pasiones inmutables que le
dibujaban en su mente las escenas del éxito, de ahí que cuando cantaba y veía
pasar un avión por la ventana, la piel se le erizaba y sentía magia en las
tripas. El amor se lo dio él mismo cantando, pues en la casa nunca lo halló.
El gusto
por la ingeniería de sonido surgió con la rebeldía; nunca quiso seguir los
protocolos de la gramática musical. Justamente, en una ocasión, mientras recibía
las clases de piano, la profesora Viola Camacho le forzaba sus pequeñas manos
para que aplastara con vigor el teclado, y, por este motivo, Yacobo decidió no
regresar a adoptar más sus enseñanzas, de manera que prefirió aprender por sí solo
vendándose los ojos y acariciando los contornos del piano para explorar y
memorizar los sonidos de las teclas blancas y negras poco a poco. También se
decidió por estudiar técnica vocal apoyándose en la talentosa solista Julita
Consuegra, en las orquestas de Joselito Martínez y Joe Arroyo.
El roce fugaz con la cúspide de la fama
Obligado
por sus padres, tuvo que desprenderse de la música para iniciar en Bogotá la carrera
de arquitectura. Detestaba el atrevimiento de los profesores a la hora de
desentechar las maquetas y desbaratar los planos. Se bajó del tren de los
ritmos y melodías, pero no le fundieron el deseo de aprender aviación; por
tanto, se dispuso a estudiar diseño de interiores en Taller Cinco, con la
excusa de estar cerca de la escuela Aeroandes. Impulsado por su amiga Dafna
Goldstein, visitaron esta academia para corroborar sus expectativas. Entraron a
un salón con forma de miniaeropuerto en donde un profesor bogotano, gordo y con
bigotes, enmudeció a toda la clase al preguntar sobre los procedimientos
ineludibles en el instante en que la torre de control daba autorización a la
tripulación en plataforma. Después de un caótico silencio, Yacobo levantó la
mano con gallardía y respondió:
- Se pide remolque para instalar el avión fuera
del muelle o del túnel. Se conduce hacia la plataforma de carreteo, momento en
el cual se da autorización para que el remolque se desconecte. Luego, el jefe de
plataforma, a través de unos audífonos que van en el tren de aterrizaje
delantero, se comunica constantemente con la cabina, hasta un punto en que se
despide de la tripulación. Después, quita una banda que se ubica en el tren
delantero y procede a revisar que las puertas de carga estén cerradas y que los
estabilizadores estén configurados.
Cuando finalizan estas operaciones, el jefe se
aparta del avión, de ahí, el piloto pide autorización para abandonar la plataforma;
momento ideal para hacer los chequeos de take
off, del sistema hidráulico y de la temperatura de los motores. Al terminar esto, se aceleran los motores, se
despliegan los sustentadores, se examinan los elevadores y se diligencia el
timón. Cuando el jefe de plataforma exhibe la tira roja dando a comprender que
el artefacto tiene vía libre para comenzar el viaje, se incrementa la velocidad
hasta un punto determinado, se impulsa el morro o la palanca hacia atrás, el
avión levanta su nariz, deja el suelo reforzado por la energía de las turbinas
y se guarda el tren de aterrizaje. Finalmente, cuando se consigue la altitud
adecuada, se disminuye la velocidad y se activa el piloto automático.
Al terminar
de escuchar la contestación, el profesor se acomodó el pantalón y expresó:
- ¿Cómo puede usted saber eso si ni siquiera ha
hecho el primer mes de aviación?
- Yo soy muy curioso, por eso me atreví a
levantar la mano. Si a usted no le parece lo que dije, entonces, me salgo del
recinto- contestó Franco.
- ¡Cómo es posible que este aparecido sepa la
respuesta, y ustedes no! Tiene una beca para estudiar aquí por tres meses. Su
respuesta fue brillante.
Aprovechó
semejante otorgamiento, se destacó como un alumno ilustre. No obstante, cuando
sus padres se enteraron de lo que estaba pasando, lo sacaron de Aeroandes con
el argumento de que ser piloto era lo mismo que ser un chófer corriente. No lo
pensaron dos veces. Franco se regresó.
Cansado
de que sus anhelos fueran truncados, se acomodaba en la sala de su casa cotidianamente
a hacer nada, no movía un solo dedo, con la intención de hacerse visible y provocar
a sus padres para que le preguntaran sobre su proyecto de vida.Y así fue. Un
día su mamá se acercó y le dijo:
- ¿Tú qué quieres hacer?
- Quiero crear música. En
Estados Unidos puedo estudiar ingeniería de sonido.
- Te pagaremos la carrera.
Pidió
con gran insistencia un sintetizador, y cuando por fin tuvo un Roland XP80
descubrió una parte que no sabía de él: la destreza para componer música
instrumental contemporánea. Una madrugada compuso la canción “Oshon in my way”, y cuando la escuchó sólida
y terminada por primera vez, se desnudó y la bailó imparablemente hasta que se
desmayó por el cansancio. En la mañana, lo hallaron recostado en el piso, todos
pensaron que había enloquecido; no obstante, para él dicha canción significó
parir a un hijo. Comenzó a explorar los rincones de la música hasta que encendió
las bombillas y creó su propia producción discográfica. Después de esto, viajó
a Estados Unidos. Conoce a Shakira, por lo que los padres de la cantante habían
tenido contacto con Fidel y Marta. Gracias a la barranquillera, Franco
consiguió una cita con Jairo Martínez, quien en ese momento era el director de
promociones y relacionista público de Emilio Stefan. Mientras esperaba su turno
veía entrar y salir a varias personas de la oficina. No perdió la ilusión. Al pasar unos minutos,
salió Jairo y preguntó:
- ¿Quién falta?
- Hace falta Mr. Franco-
respondió la recepcionista.
Franco
pasó a su despacho y le entregó su disco titulado “Visions from an aires”; las
piernas le temblaban. Ese momento le produjo una implosión de emociones
inexplicables. En todo el complejo de oficinas se escuchaban las canciones del
barranquillero en busca de la victoria; todas las secretarias se aglomeraron
para descubrir quién era su autor; la misma Gloria Stefan asomó las narices. De
la curiosidad no se escapó nadie. El CD dejó de sonar, Jairo lo guardó y encima
le colocó un papel. Entonces Franco le dijo:
- ¿Lo va a botar?
- ¡Tú no te das cuenta que
este papelito significa que lo estoy destacando! Emilio decidirá.
Mientras
esperaba la respuesta definitiva de Emilio Stefan, empezó a endulzarse la vida
saboreando uno de sus mayores sueños: el inicio de sus estudios de ingeniería
de sonido en San Francisco, California. Conoció el universo de los famosos, el
mundo de las entrevistas y los cielos de chicas hermosas en busca de poder y
popularidad. Entre tantas aventuras nunca halló las pistas del amor. La
fantasía era su segunda piel.
Se
graduó con honores, pero la llamada de Stefan nunca llegó. Al ver que su proyecto
musical no avanzó, se acercó una vez más a las oficinas del productor cubano, y
descubrió que su disco fue robado enigmáticamente por una casa disquera
desconocida, pues jamás lo registró con los derechos de autor. Fue como si le desvalijaran
media vida y le hicieran añicos las ilusiones. Como una estatua arrojada desde
las alturas, se desplomó al tocar terreno.
También tocar puertas es
un arte
Aunque
los créditos de su CD fueron robados, él lo seguía mostrando, le pertenecía por
naturaleza. A partir de ahí, su destino se encaminó a Bogotá donde conoció a
Álvaro García, el cual era en ese entonces director de Noticias RCN. Le
propusieron hacer música para la programación noticiosa; sin embargo, esto no
trascendió. Asimismo, hizo un intento con Sony Music, y, justo cuando iba a
firmar el contrato, se lo quitaron de las manos. Después se acercó al Canal
Caracol, conversó con Hernán Orjuela, pero no se llegó a un acuerdo. Y, por
último, se dirigió al reconocido edificio de cristal donde está ubicada la
Cadena Melodía de Colombia, siendo recibido por Gerardo Páez, su disco por fin
sonó por un tiempo. Allí realizó cortinillas para los noticieros radiales. Indistintamente,
las cosas no fueron más allá.
Ya
cansado, en medio de rodeos y de trabajos en vano, aquel artista que rozó la
cúspide de la fama y que conoció al mosaico ampliado de productores, cantantes,
modelos y actores, se instaló en un pequeño parque de Bogotá para dormir las siguientes
noches de su vida; en tal lugar se encontró a un mendigo que le reprochó:
- ¿Qué hace aquí si está
tan bien vestido?
- Llevo días sin comer –
respondió Franco.
- No lo voy a atracar, sólo
regáleme una moneda.
- No se la puedo dar. Lo
que necesito es una banca para dormir.
- ¿Por qué?
- Me quedé sin nada.
Durante
cinco noches, el vagabundo le cedió la banca al triste compositor. La policía intentó llevárselo del sitio; no
obstante, allí estuvo todo ese tiempo convencido que debajo de la elegante
vestimenta estaba un don nadie que antes de llegar al parque había sido un
bufón, aunque moderno, ya sin el representativo gorro de cascabeles, pero al
fin y al cabo era un bufón como todos los artistas que buscan reconocimiento
abusando de sus dotes y de la máquina sexual para terminar siendo un pedazo de
figura pública; un pasajero del tan prometido vuelo hacia la gloria que termina
encarrilándose hacia el sol.
Entretanto,
pidiendo monedas consiguió reunir lo suficiente para llamar a su casa con el
objetivo de que le enviaran los pasajes. Su madre los envía. Y nuevamente se
regresó a Barranquilla. Llegó con las esperanzas dormidas en el suelo, sin
norte y sin sur. Desorbitado. Sin un faro que alumbrara su oscuridad. Sólo se
le encendió un cerillo cuando recibió una llamada en la cual lo invitaban a
crear y producir las melodías para el tratamiento televisivo de la III versión
de los Premios de Periodismo Mario Ceballos Araújo.
Cuando un artista se obliga
a renacer
Su
eco y su sombra dejaron de sobrevivir solos; al parecer habían encontraron sus
complementos cuando se casó con Jenny, quien era la directora de bacteriología
de todos los laboratorios de Saludcoop en Boyacá. En el Hotel Estelar La Fontana
fue la boda. Franco dijo “sí” como un títere que no se dio cuenta que esa
palabra monosilábica era un protocolo, que el desafío consistía en
comprometerse de verdad, razón por la cual las consecuencias fueron soeces. Luego
de seis meses, la química se les volvió veneno; a medida en que se conocían sus
diferencias iban tejiendo distancias; y, cuando las paredes de la casa se
convirtieron en la cura de los problemas, todo terminó.

El
estado de salud de Franco entró en declive, enflaqueció y perdió la capacidad
para hablar, comer y levantarse. Una noche, mientras dormía, soñó una batalla
campal entre el demonio y el bendito, ambos deseaban su vida; poco a poco su
cuerpo y espíritu iban atravesando un túnel que conducía hacia una intensa luz.
En ese trayecto iba mirando todas las caras que había conocido hasta ese
entonces. Sin embargo, logró despertarse. Su sueño profundo casi se convierte
en un sueño eterno. De ahí consagró una relación con Dios. Paulatinamente, se
fue reponiendo. Se obligó a parirse a sí mismo. Fue, entonces, cuando los jóvenes amantes de
la música empezaron llegar a su casa para recibir sus clases y para aprender a
pintar en la voz todo aquello que no podían alcanzar a su corta edad.
Desde
entonces, ha venido desarrollando un don hermético que le permite desnudar el
interior de las personas. Puede ver más allá de la transparencia humana,
describe el alma de quienes se le acercan, y se atreve a prevenir, aconsejar,
impulsar y sujetar. Nancy me dijo que cuando él le cuenta lo que le va a pasar
le da miedo, y que prefiere que guarde silencio porque siempre acierta.
Infinite Ways
Entertainment es el centro de medios que hoy dirige.
Muy pronto lanzará al mercado mundial su segunda producción discográfica que cuenta con una fusión de sonidos árabes. Escenarios
que le han permitido relacionarse con una de las voces más célebres en
Latinoamérica, Gustavo Niño Mendoza, quien lo considera como un buen amigo y un
compositor impresionante; Niño me contó que la música es un tema infaltable cada
vez que se reúnen en Bogotá.
El
artista que está renaciendo ahora aprovecha sus ratos libres para sentarse en
la recepción y platicar con los porteros. Ha vuelto a creer en él y en el
talento de los jóvenes costeños. “Franco es un excelente propietario, charla
con todo el mundo y se demuestra alegre”, me expuso Rafael Ramírez, uno de los
celadores del edificio Las Palmas, donde reside Yacobo.
Ya
no es el tipo que se desabrochaba la camisa para mostrar la hombría en el pecho
y la cadena que le pendía al ritmo de su caminar; el espejo le ha estado
diciendo que el cabello se cae y que el cuerpo se viste según lo indique el
clóset del tiempo. Sin embargo, las arrugas no hacen fiesta en su cara, tiene 45
años, y aún se ve joven; pareciera que en él aplicara la célebre frase de
Shakespeare: “un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto”. Ahora,
luce una barba afeitada y unas manos sutiles que siguen tocando el piano. Al
componer las melodías, lo hace como un niño cuando juega o como un anciano
cuando disfruta el vaivén del asiento; lo hace sin saber que lo hace, pero con
la certeza de que alguna persona lo contempla.
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