Por John Acosta
Debían ser las diez de la mañana porque la sombra del palo de guayabo llegaba hasta la piedra de afilar. Sentado en la silla de estacas que tenía clavada en la pared del frente de su rancho de barro, Sebastián Demetrio Hernández limpiaba una vez más su querida escopeta. Casi medio siglo después de aquella mañana, acompañado por las ráfagas de recuerdos brumosos que lo sorprendían a cada rato en el reposo de sus 100 años de vida a punto de cumplir, don Sebastián habla del susto aquel como el más grande de su existencia.
La explosión se sintió por toda la península, no porque fuera de muchos kilos, sino porque el mundo guajiro estaba sin estreno y hasta las ondas propagadoras del ruido eran vírgenes. Sebastián Demetrio no podía controlar todavía el latir desesperado de su corazón asustado, cuando oyó la segunda y después la tercera. Su única reacción de supervivencia fue coger el burro, angarillarlo, terciarse la escopeta y salir a toda prisa hacia Los Remedios, el caserío más cercano a su parcela, porque no le daba la gana de quedarse y morir solo. “Déjate de alboroto, hombre. Esa es la Troco, que anda por ahí, buscando petróleo", le dijo alguien en el pueblo.
Se trataba de la Tropical Oil Company, que en la década del 40 estuvo explorando en La Guajira.
Pero él no tenía por qué saberlo. La única forma de comunicarse en la región eran unos caminos zigzagueantes que serpenteaban a La Guajira por todos lados y que llevaban a todas partes, después de interminables jornadas a pie o en bestias, en el mejor de los casos.
Sebastián Demetrio había nacido el 22 de diciembre de 1901, en la finca Los Corazones, jurisdicción de Hatonuevo, pocos años después de haber culminado una de las guerras entre liberales y conservadores. Desde muchacho, se lo llevaron a Villa Martín, conocida entonces como Machobayo, y la única educación que obtuvo fue la que otorgaba la escuela de la vida. Los centros de educación más cercanos quedaban en Santa Marta, Riohacha y Barrancas. "Mi lápiz fue el machete y el hacha", dice ahora.
Así era. "Nací en el campo y me crié en el campo". Hacía rosa de maíz y yuca en las inmensas tierras de nadie y cazaba en los montes infinitos de aquella Guajira salvaje. "Sembraba para mantenerme, comer y vivir harto. Como todo el mundo tenía, nadie compraba. Esto por acá era inculto, no había contacto con gente forastera. Éramos montunos y hasta inocentes". Tanto, que debió pasar mucho tiempo para que la gente dejara de salir corriendo a esconderse cuando el cielo, también virgen, era cruzado por un avión: "hasta los perros ladraban del susto".
Tuvo su primer hijo después de los 30 con Erundina Amaya, que conoció en Villa Martín. "Es que uno a los 20 años vivía todavía en la inocencia: le preguntaban por dónde parían las mujeres y uno alzaba los brazos, mostraba las axilas y decía: por aquí". Ese hijo murió porque había enfermedades que les quedaba grande a los curanderos de entonces. "No había puestos de salud: de seis hijos que tuve, apenas gocé dos".
A Riohacha se iba a vender el maíz que se cultivaba y, en elecciones, a votar. Nada más. "Salía uno de Cuestecita a las 2:00de la tarde con el burro cargado por delante y llegaba a la capital al amanecer. No había el desorden de ahora y si quería, uno podía dormir a un lado del camino. Tampoco existían los revólveres ni nada de eso: se peleaba a puño limpio".
Precisamente, en elecciones, fue cuando Pachito Fuentes le regaló el primer acordeón que tuvo Francisco Moscote, amigo de parrandas de Sebastián en Villa Martín. "Aprendió a tocar rápido. En una de esas parrandas, fue cuando me contó que un día venía de Riohacha tocando su acordeón como siempre y escuchó la música de alguien que tocaba muy bien. Francisco El Hombre nunca vio al diablo, sintió su música". Lo que sigue todo el mundo lo conoce.
De los dos hijos que se le criaron, Sergio y José Florentino, tiene varios nietos que son su felicidad. Ellos sí han podido ir a la escuela. "Es que esta tierra ha progresado mucho en los últimos quince años". Lejos quedaron los tiempos aquellos en que Sebastián Demetrio trabajó en la construcción de la carretera Riohacha-Valledupar. "La hicimos a pulso. Puro machete, hacha y pala". Se ganaba un peso mensual, "pero todo quedaba en el comisariato". Cargaban al hombro los postes con que hacían los puentes.
Fue imposible evitar hacer un parangón, cuando a comienzos de los 80, Intercor construyó la carretera de 150 kilómetros que une a la mina con el puerto. "Es que la ciencia ha avanzado bastante". Después, cuando hacían la explanada del ferrocarril, don Sebastián se lamentaba porque ya la vida no le iba alcanzar para ver el primer viaje de carbón en tren. Quince años más tarde, más de 200 millones de toneladas del mineral han sido transportadas hacia Puerto Bolívar.
"Esto ahora tiene mucho adelanto". Albania, dice, eran 4 casas. "Y mire ahora: es un municipio".
Publicada en la revista Rumbo Norte, número 35, mayo de 2001
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