![]() |
Dorina del Socorro Rodríguez Valdez |
Por John Acosta
Conocí
a mi mamá cuando yo tenía nueve años. Recuerdo que mi papá había ido por mí,
del corregimiento de Casacará al municipio de Codazzi, en el departamento del
Cesar (así, sin tilde en la e, como hablamos en el Caribe colombiano), en ese
entonces a más de media hora de distancia por una carretera destapada, a la que
la desidia oficial la había alzado con piedras mucho años atrás y la dejó, después,
al garete hasta quedar en una trocha difícil, en donde los carros dejaban
regados los tornillos y tuercas. Yo llegué a Codazzi una semana antes,
procedente del corregimiento de La Junta, en el departamento de La Guajira, en
esa época a más de cinco horas de distancia por una carretera pavimentada muchos
años atrás, pero que la falta de mantenimiento la había convertido en algo peor
que un camino de herradura. Me trajo el esposo de mi tía Tey (María Esther),
Omar, en el primer viaje de mi vida como premio porque ese año había sido el
primero de mi curso. Estaba bajado en la casa de ellos y hasta allá llegó mi
papá con su esposa, Amparo, a llevarme a conocer a mi mamá a Casacará.
Yo no
quería ir, la verdad. Tenía un miedo enorme, pero
no me atrevía a decirle nada
a mi papá porque le tenía terror. Yo estaba siendo criado por mi abuela, la
vieja Aba (Aura Elisa), allá en La Junta. Y era inmensamente feliz: a pie descalzo,
con las costillas al aire y mis pantaloncitos cortos, correteando por las
calles polvorientas de ese pueblo del alma. Era un niño tremendo, no lo niego.
Y la vieja Aba, incapaz de corregirme con su cariño de madre consentidora, cada
vez que yo hacía una pilatuna (que era a cada rato) me lanzaba la sentencia de
siempre: “¡Perate, que cuando tu papá venga se lo voy a decir para que te dé tu
buena muenda!”. No recuerdo cada cuánto iba mi padre a La Junta, pero cuando
llegaba sentía un pánico terrible, pues
temía lo peor: nunca me pegó por eso; sin embargo, sentía un alivio enorme
cuando ya cogía el transporte público de regreso. Ese día que fue por mí a
Codazzi, yo no quería ir a conocer a mi mamá; no obstante, no fui capaz de
decírselo a mi papá.
![]() |
Poso con mi madre |
Mientras
empacaba mis corotos, Fabio Zedán, un primo codacense contemporáneo conmigo,
me insistía que le dijera si yo estaba contento con ese viaje a Casacará. De
mil amores le hubiese respondido que no, que yo no quería ir, pero el terror
que le tenía a mi papá me lo impedía. Ante su reiterada pregunta de “¿Está
contento, primo?” y ante mi impotencia de no poder contestarle con la verdad,
me desahogué con una frase expresada con toda la ira del mundo: “¡Usted sí
jode, primo!” Los que estaban ahí tuvieron que haber quedado sorprendidos con
mi reacción. Mi papá tuvo que haberse muerto de la vergüenza porque su reacción
fue inmediata: “¡Carajo, pero qué tanto es que le digas que sí estás contento y
listo!”, me dijo. Me tocó decirle a mi primo que sí estaba feliz con ir a
conocer a mi mamá.