Por
John Acosta
El balar lejano de un chivo
extraviado es traído a los oídos por la brisa gozosa de diciembre. Ese soplo
celestial reparte también el olor a matarratón y a dividivi. En el horizonte,
los primeros rayos solares empiezan a disipar el frío que en esta época cubre
el amanecer guajiro: la luz que se cuela entre los follajes humedecidos por el
rocío, engalana el paisaje peninsular. El café con leche, la arepa asada, los
huevos revueltos y el queso fresco de leche de cabra paladean el desayuno. No
hay un solo sentido que se quede sin disfrutar de las maravillas del nuevo día
que la naturaleza de La Guajira les ofrecía a sus habitantes.
Lo bueno es que ese
ejercicio del disfrute no muere con el pasar de las horas, sino que es apenas
el preludio de lo que depara el resto del día. Sucede que diciembre es
distinto. Y esa diferencia se siente en todo. La naturaleza es la encargada de
hacer visible para todos los sentidos que el último mes del año está en curso.
No hay ni un solo ser hermano que se prive de sentir ese derroche de emociones
ilimitadas, mientras sus pies estén sobre el territorio de ese pedazo de tierra
que entra impetuoso al mar Caribe colombiano.
Incluso, hasta el mediodía,
que se supone de sopor por la intensidad de los rayos desplegados por el astro
rey desde la mitad del cielo, diciembre lo vuelve hermoso en La Guajira.El azul
del infinito se ve más intenso a esa hora, lo que resalta los puntos negros que
se mueven en el espacio: son los gallinazos que buscan en las alturas el olor
nauseabundo de su comida deseada. La sombra de los árboles callejeros envuelve
con su amabilidad a los jugadores de dominó, que, mientras colocan las fichas
correspondientes, esperan el llamado de sus casas para ir almorzar: ya
sintieron el olor de la sopa de costilla, escucharon el raspado del cucharón en
el fondo del caldero, en busca del cucayo reparador; solo falta el grito de la
mamá, de la esposa o de la hija menor para que vayan a comer antes de que se
enfríe el plato humeante en la mesa. La brisa refrescante no cesa en su afán de
hacer de diciembre el mejor mes del año.
La tarde no es menos
agradable. El bramido entristecido de los terneros recién apartados de sus
madres en los corrales cercanos, es un tono armonioso de la sinfonía decembrina
del día que agoniza. Ya las primeras visitas cotidianas empiezan a sentarse al
frente de las casas de sus amigos, recostados en los asientos de cuero,
mientras los nietos hacendosos le echan los últimos baldados de agua a los
palos de guayacán sembrados en la acera. El olor a café recién hecho alegra a
los visitantes porque saben que amenizarán la conversación con un excelente
tinto preparado con jengibre. Las calles empiezan a adornarse con las
jovencitas olorosas que aprovechan la frescura para lucir sus pintas de
adolescentes en despunta. Algunas de ellas recogieron ya la ropa que se secaba
en los alambres extendidos para ese fin en los patios traseros.
Y cae, entonces, la noche. Un equipo
de sonido compite con otros la supremacía del más bullicioso, en una mezcolanza
de ritmos musicales que animan a los cerveceros imprevistos de las cantinas
alegres. El ladrido insistente de algún perro, que quiere ocultar su cobardía
con la bulla de su garganta, se ahoga en el crepitar de sonidos nocturnos. Y la
cena es disfrutada por los comensales de siempre: unos bollos que dejaron del
desayuno, precisamente, para servirlos en la noche, pero cortados a lo largo
por el centro y asados para servirlos con queso fresco, auyama y yuca. Las
hamacas colgadas en los cuartos esperan a que se vayan las visitas atrasadas que
no pudieron llegaren la tarde, recibidas siempre afuera para aprovechar el
abanico natural de la brisa de fin de año.
Es diciembre, por supuesto,
el mes más esperado por todos. Los 31 días de los balances de lo que se hizo y
de lo que se dejó de hacer. De las promesas de mejora para el año entrante. Del
estreno de las pintas en las tres fiestas imperdibles: Las Velitas, Navidad y
Año Nuevo. Del reencuentro con la familia dispersa por los cuatro puntos
cardinales del planeta. Del goce intenso.
En La Guajira preferimos
seguir hablando del Niño Dios y no de Papá Noel, aunque ambos se meten por las
soleras de la casa porque en tierra caliente no tenemos chimeneas. Por ambos
nos portamos bien de niño para amanecer el 25 con el regalo debajo de la hamaca
o al lado de la cama, según el caso. No cualquier regalo, que se puede recibir
en cualquier día, sino El Aguinaldo, que solo se recibe el 24 de diciembre en
la noche por parte del Niño Dios o el 6 de enero por parte del padrino de
bautizo.
John, un abrazo. Los días de diciembre no son cualquiera en La Guajira me lleno de mucha nostalgia, de hermosos recuerdos y de orgullo por nuestras tradiciones y costumbres.... . Escritores como tu, permitirán que muchas personas las conozcan y Los Guajiros valoremos estas tradiciones. Gracias.
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