Por Claudia Margarita Zuleta Murgas, diputada cesarense por el Centro Democrático Claudia Margarita Zuleta,
Miguel Uribe (centro) y
Álvaro Uribe
Hoy escribo con el corazón en la mano, con un nudo en la garganta y con un profundo dolor personal que no me cabe en el pecho. Miguel Uribe no es solo un líder de nuestro partido. Es un hombre joven, de apenas 39 años, huérfano de una madre asesinada por razones políticas, que desde muy temprano en su vida decidió levantarse del dolor y transformar la tragedia en propósito. Inspirado por el legado de su madre, escogió el camino correcto: el del servicio público, el de construir país con ideas, argumentos y esperanza.
Hoy pienso en él, en su cuerpo herido, en su mirada valiente. Pienso en sus hijos, en su esposa, en su abuela Nubia, en su familia que ha debido volver a enfrentar el horror de la violencia política. Pienso en la promesa que representa Miguel: la de una nueva generación que quiere hacer las cosas bien, con decencia, con amor por Colombia. Pienso en todo lo que se fractura con este atentado: su vida, su proyecto, su voz, su fe.
Rechazo categóricamente este atentado. Es un golpe brutal no solo contra una persona, sino contra todo lo que representa: la juventud que no se rinde, la política que se construye con argumentos, la esperanza de que podemos ser mejores.
Pero no basta con rechazar. Este hecho exige una reflexión profunda, urgente, nacional. ¿Qué camino está recorriendo Colombia que nos devuelve a los días más aciagos de los años 80 y 90, cuando los candidatos presidenciales eran asesinados por mafias y el odio político? ¿Qué país estamos permitiendo que resurja, donde los violentos se sienten cómodos, envalentonados, legitimados?
Hoy vivimos bajo una Colombia fragmentada por un discurso incendiario, estigmatizante y de odio que, tristemente, emana desde la cabeza del Estado. Un país tomado por las mafias, que se expanden plácidamente bajo el amparo de una “paz total” genuflexa, que ha debilitado a las Fuerzas Armadas y rendido el Estado ante el crimen.
¿Cómo no recordar al presidente Gustavo Petro el pasado primero de mayo, blandiendo la espada de Bolívar, agitando una bandera que –según él mismo dijo– representa una guerra a muerte, y lanzando una amenaza velada al país: “si no aprueban mi consulta, la consigna será libertad o muerte”? ¿Cómo no señalar su constante costumbre de llamar “nazis” a quienes lo contradicen, de acusar de “asesinos” a quienes marchan en su contra? ¿Es ese el símbolo de unidad nacional que debe representar un presidente?
Este no es un hecho aislado. Es el resultado de una narrativa de odio, del desprecio por el que piensa distinto, del discurso que valida la violencia cuando le conviene. Y más doloroso aún: es la consecuencia de una sociedad donde muchos aún lo justifican, lo niegan o lo callan.
Hoy, más que nunca, debemos alzar la voz por Miguel, por su vida, por su causa, por Colombia. No podemos permitir que la violencia sea el precio por pensar distinto. No podemos resignarnos a que el país retroceda en las manos de quienes siembran el caos para cosechar poder. Que este atentado no nos paralice, que nos despierte. Porque defender la vida, la democracia y la libertad no es una opción: es una urgencia.
ooooooooooo
ResponderBorrar¿paralelismo con el atentado a don josé calvo sotelo en la españa de 1936? Esperemos que no, y que salve la vida y no se produzca un conflicto bélico en el hermano pueblo de Colombia.....
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