25 oct 2019

Ya sin Ramsés Vargas, regresó la Eucaristía semanal en Uniautónoma

El sacerdote Leonardo Berrocal es quien oficia la Eucaristía, en esta
nueva etapa de la capilla de Uniautónoma del Caribe

Por John Acosta

Después de más de medio siglo de existencia, experimenté una hermosa conexión en misa: ya no solo entre Dios y yo (que es lo que vivencio siempre en las eucaristías) sino entre Dios, el sacerdote, los demás fieles y yo; es decir, un enlace espiritual a cuatro bandas. La razón podría ser la hermosa sensación de regocijo que cada uno de nosotros sentíamos en nuestros adentros por haber logrado reunirnos otra vez como comunidad cristiana en la capilla de la Universidad Autónoma del Caribe, después de los innumerables sinsabores que nos tocó padecer por los malos manejos en la administración de tristes recuerdos, que obligó, entre muchas otras cosas, al cierre de nuestro rincón sagrado de reencuentro diario con el Ser celestial en las eucaristías del medio día. Hoy, afortunadamente, después de dos años, regresamos a nuestro lugar de siempre.


En estos dos años de sequía piadosa dentro de nuestra capilla, en la Universidad Autónoma del Caribe se celebró la eucaristía muy esporádicamente: solo en eventos importantes, como el miércoles de ceniza, pero se hacía en la plazoleta de la amada institución educativa; por eso, regresar a ese sitio especial para escuchar la palabra, entre amigos docentes, estudiantes y administrativos, comprometidos todos con el rescate definitivo de esta querida empresa de educación superior, es un hito importante para los creyentes académicos.

Cuando llegué a la Universidad Autónoma del Caribe, hace 20 años, no había capilla. Y las misas se celebraban solo en ocasiones especiales, casi siempre en el teatro Mario Ceballos Araújo, otro espacio emblemático que la administración de Ramsés Vargas dejó deteriorar y que tenemos la esperanza de recuperar pronto; por cierto, lo único bueno que dejó Ramsés Vargas en la universidad fue, precisamente, la capilla: no se sabe si la construyó como una forma de mostrarse ante todos nosotros como un cristiano comprometido, mientras planeaba y ejecutaba su siniestra estrategia de saqueo; o si, de veras, sentía que debía dotar a la universidad de un sitio apropiado para el encuentro diario de la docencia con Dios.

Capilla de la Universidad Autónoma del Caribe
Incluso, hasta contrató un capellán, que tenía su oficina en Bienestar Universitario. Era un sacerdote eudista que nos celebraba la eucaristía, de lunes a viernes, al medio día; yo era feliz yéndome a almorzar, después de esa reflexión sacramental todos los días; a veces, Ramsés Vargas iba a la eucaristía con su séquito de guardaespaldas, quienes se quedaban a la entrada. Allá se encontraba uno, casi siempre, con los dos alfiles inmediatos de Ramsés Vargas. Eran las únicas dos personas que se arrodillaban ante el sacerdote para recibir la sagrada comunión: cuando llegaban ellos frente al pastor, se interrumpía el flujo normal de la fila de comulgantes y tocaba esperarlos a que se postraran de rodillas y se volvieran a incorporar; precisamente, fue esa actitud hipócrita de ellos dos ante el altar la que me alejó de las misas diarias de la universidad, cuando ya todos empezábamos a sospechar (y a padecer) lo que estaban haciendo con las finanzas de nuestra institución.

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Era, por supuesto, una decisión mía injusta con Dios, pues Él no tenía la culpa de lo que hicieran las personas con el libre albedrío del que el Señor nos dotó; sin embargo, yo no podía continuar con mi hipocresía de que nada pasaba en mi interior, cuando esos dos señores se arrodillaban ante el padre a recibir el cuerpo de Cristo. Me alejé, entonces, de la capilla; luego, la cerraron desde que en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas iniciamos las protestas masivas, aquel inolvidable 21 de febrero de 2018, para sacar a Ramsés Vargas y sus cómplices de la universidad.

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El capellán dejó su cargo en la universidad, una vez se restablecieron las clases. Y las eucaristías volvieron a ser esporádicas, pero no se hacían en la capilla, sino en otros escenarios de nuestra Alma Máter; afortunadamente, Alba Ibáñez parece una hormiga obrera desde su cargo en Bienestar Universitario: logró conformar un grupo para vivenciar semanalmente el Santo Rosario en la capilla y consiguió restablecer las eucaristías cada ocho días, también en la capilla. El sacerdote fue excelente estudiante mío en la asignatura Sociedad y cultura para la paz, pues él se graduó en Ciencias Políticas en nuestra universidad.

Después de la misa del jueves, se hace la adoración al Santísimo y es hermoso escuchar a cada uno de los asistentes haciendo sus peticiones al Señor, que coincidían en un mismo aspecto: que siga la exitosa recuperación de nuestra universidad, con la confianza de la sociedad colombiana, que matricula a sus hijos en la Autónoma del Caribe para que nosotros se los formemos como líderes que transforman al país.

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