15 jun 2016

Pedraza contempla la vida en verde

Es un privilegio geográfico el que una población sea testigo de la belleza del río Magdalena, un torrente que le ha dado a Colombia historias, leyendas y sincretismos que son parte de la memoria de los magdalenenses.
Por Linda Esperanza Aragón

En Pedraza, el trato entre sus habitantes es ameno. Este municipio está rodeado por plantas, árboles y flores; parece que la naturaleza recoge y transforma la energía de la gente. Es posible decir que allá se percibe la vida en verde. Y aunque la Alcaldía Municipal esté gestionando la pavimentación de sus calles, el ambiente continúa integrado por el cuidado y respeto por el medio ambiente.


El hecho de que un lugar posea un cielo azul, un sol acogedor, un suelo firme y un río histórico es una razón perfecta para agradecerle a la naturaleza. Pedraza, Magdalena está a las orillas del río Magdalena, sus aguas turbulentas y puras son su ornamento indeleble. Y es que es un privilegio geográfico el que una población sea testigo constante de la belleza de un río que le ha dado a Colombia historias, leyendas y sincretismos, que son parte de la memoria inquebrantable de los magdalenenses y colombianos.

Y si hablamos de historias, es apropiado mencionar un breve relato del leñador veterano Elías Camacho, un pedracero que día a día se dedica a cortar y recoger leña. En su carretilla transporta los frutos de su esfuerzo arduo y cuelga su termo con agua para refrescarse bajo el inclemente sol. Luce descamisado para evitar acalorarse, y cuando hace pequeñas pausas en el camino, se ventila con su sombrero de cuero. De vez en cuando lleva su radio compacto para escuchar sus vallenatos preferidos. Al señor Elías le fascinan las comidas recién salidas del fogón de leña y compartirlas con su familia, por eso no tiene reparo en echarse la “caminadita” e irla a cortar. Este leñador es la alegoría que representa a los pedraceros, quienes atesoran un alma luchadora, emprendedora y creativa.


“Tengo una familia grande. Todos compartimos en la casa y somos muy felices. Nos gustan las comidas que tienen sabor a pueblo, y no desaprovechamos lo que nos da la naturaleza; por ejemplo, el uvito es un beneficio y es muy útil”, expresó Camacho.

En Pedraza el árbol de uvito es un recurso imprescindible. En el municipio muy poco se utilizan la gota mágica y el Colbón, pues los uvitos se hallan en los patios y en los jardines de las casas de los pedraceros. Con su sustancia viscosa se pueden resolver problemas comunes como lo son los billetes rotos o los trabajos manuales que exigen en las escuelas. Y hasta para la vanidad es preciso, pues los muchachos lo utilizan para hacerse peinados.

Asimismo, el barbul es un recurso alimenticio persistente en esta comunidad. Este es uno de los pescados más predilectos. Las aguas de la región Caribe son la casa de estos peces, que le hacen una perfecta compañía a las arepas de maíz, al bollo de limpio, mazorca y yuca. Su sabor es especial: posee una grasa natural que hace que el merendero pase su lengua perseverantemente por los labios. Inclusive, cuando se va a fritar, no hay necesidad de añadirle más aceite; resulta suficiente con el que porta.

Las calles y la plaza de Pedraza conservan abundantes zonas verdes, lo que genera un espacio afable para promover tertulias, echarse una partida de dominó, tomarse una cerveza, un jugo natural y comerse un buen barbul. La flora engalana los alrededores de la iglesia del municipio, y, como sus pobladores son muy católicos, han construido una conciencia colectiva, cuyo fundamento es: “si destruyes la naturaleza que Dios nos dio, entonces, no quieres el bien para el prójimo”. Esto me recuerda a una frase célebre del escritor irlandés Oscar Wilde: “El lugar o los lugares que amemos, esos serán el mundo de nosotros”.

La flora, el río Magdalena, la calidez de la gente, la fe católica y las charlas interminables son los elementos que hacen de Pedraza un sitio favorecido. Mientras se va viajando para llegar allá, espabilar se convierte en un ejercicio indeseable, pues el panorama deleita e incita a una contemplación exquisita; la diversidad cultural y floral (que han soportado  fuertes épocas de verano) se roban suspiros y miradas. Y la experiencia se hace más sublime mientras se viaja y se escuchan esos sonidos que llevan el ritmo de los pueblos: los vallenatos. 

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