24 nov 2014

Revista TINTA, una aventura estudiantil cuando la máquina de escribir era lo máximo en tecnología

Por John Acosta

Parecíamos niños haciendo trabajos manuales. La diferencia era, tal vez, la enorme pasión que le poníamos a nuestro quehacer. Hacíamos los levantamientos de textos en lo más avanzado que nos ofrecía la tecnología en aquella época: la máquina de escribir. Luego, recortábamos los trabajos, párrafo por párrafo para pegarlos en el formato que Nubia, recursiva y creativa, había diseñado para ese número. Obviamente, internet era algo inimaginable: el señor Google nuestro era el montón de revistas que rebuscábamos en todas partes para poder extraer las imágenes que debían acompañar los artículos que nuestros amigos, todos estudiantes, como nosotros, nos habían confiado. Muchas veces, la luz natural del amanecer nos sorprendió por la ventana de la casa de Nubia, en el barrio Estrada, o de Claudia, en La Esmeralda. Más de una vez, a mí me tocó irme caminando, tipo dos o tres de la mañana, titiritando del frío bogotano, hasta mi apartamento del barrio 7 de agosto porque nunca había para el taxi y ya a esa hora no había servicio de bus urbano. Todas esas luchas las librábamos con entusiasmo porque teníamos el más grande aliciente: la revista TINTA.